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Coherencia política o un paso al costado
Hace ya varios años, pero más profundamente desde el inicio del fenómeno Milei, los y las jóvenes discutimos un modelo de Argentina que sentimos agotado. La juventud, que además participa activamente en la vida política de los partidos, agrega el condimento de la preocupación por lo que encarnan nuestros representantes.
Ahora bien, muchas veces la política corre detrás de sus propios intereses y no de los de la población. En los partidos políticos tradicionales, hoy en visible transformación, se vive una profunda crisis de liderazgos. Sin embargo, ni en la peor de las crisis se pueden olvidar los ideales que abrazamos quienes luchamos por lo que creemos. La Unión Cívica Radical no es una parcialidad que lucha en su propio beneficio ni una composición de lugar para tomar asiento en una banca, sino la intransigencia de que, ante todo, se busca la dignidad del pueblo sin distinción de edad, clases, etnias, sexo o religión. Los y las radicales buscamos, por carta ética fundacional, “promover y garantizar en todas sus formas la dignidad humana; también rechazamos y condenamos toda forma de manifestación política o social de carácter autoritario, integrista, xenófobo y racista”.
Lo repaso porque, quizás, es necesario explicárselo a algunos correligionarios que, por órdenes de las Fuerzas del cielo (?), cambiaron de parecer de una semana a la otra.
En todo el país, existen radicales que respetamos siempre las banderas del partido. Lo demuestran los diputados radicales (26 de 33), que impulsaron, defendieron y aprobaron la ley de reforma jubilatoria que proponía aumentar las jubilaciones en un 8,1%. Este aumento complementaría uno previo del 12,5% que el gobierno había otorgado en abril mediante un decreto (DNU 274/24). La idea era que estos dos incrementos juntos cubrieran la inflación más alta del año, registrada en enero, que alcanzó el 20,6%. Hasta hace una semana, el bloque de la UCR sostenía la importancia de indexar el poder adquisitivo al contexto de alta inflación que, si bien bajó respecto a las cifras de diciembre y enero pasados, sigue siendo alta. Hubo una caída en el empleo formal y, además, estamos ante un problema que no existía hace 40 años: jubilados que alquilan. Los servicios y la vida se encarecieron brutalmente, y el Gobierno decidió suspender fármacos fundamentales del vademécum – prescripción y suministro de medicamentos – del PAMI, por solo mencionar alguna de las problemáticas que castigan a los argentinos día tras día.
Una semana después, cinco diputados de la UCR cambiaron de parecer de forma grosera. Si no hubiesen estado de acuerdo con el proyecto desde el inicio del debate, sería respetable y coherente. No es un problema que se opongan al proyecto, aunque podamos debatir la importancia de rediscutir y fortalecer el sistema previsional; el problema es el cambio de posturas. A los misioneros nos interesan los siete diputados de la provincia. A los radicales nos convoca la postura de Martín Arjol, el mismo que acompañó la ley para recomponer las jubilaciones el 5 de junio pasado. Luego de votar a favor, opinaba en su cuenta de Twitter que era “una propuesta sensata y responsable que se podría cubrir eliminando privilegios”. Sin embargo, la semana pasada, en una entrevista con el periodista Fabián Doman, expresó que en la próxima sesión votaría en contra del veto porque no encontraba los fundamentos para cambiar de postura. Queremos, muchos radicales, preguntarle entonces a Martín Arjol: ¿Qué fundamentos te inventaron en una semana para cambiar de postura de forma tan extrema? Y lo pregunto acá porque hace rato que no se acerca al partido a dar explicaciones. De hecho, en las últimas horas expresó que “si el partido quiere, que lo eche”, como si la responsabilidad política de consultar con las bases las decisiones que toma no fuera suya.
Fueron muchas las veces que lo que Arjol votó no coincidió con el pensamiento de muchos radicales. Se han expresado por ello, pero respetando la posibilidad de que quien ocupa la banca es él y que es su criterio. No obstante, lo que no podemos permitir es la renuncia a la palabra empeñada, y la sorpresa, además de la incógnita, de cuáles son los intereses por los que decide romper con la credibilidad partidaria que él representa al asumir la banca. Ahora, todos los que confiamos en él cuando pusimos el cuerpo para que llegara al Congreso tenemos que salir a explicar y defender al partido por el que trabajamos de forma cotidiana, debido a la decisión que tomó desde el más íntimo de los intereses. Si su argumento fuera el equilibrio fiscal, como lo dijo después, no hubiera acompañado el DNU de fondos reservados para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) que buscaba asignó $100 mil millones adicionales al presupuesto como gastos reservados.
Son muchos los dirigentes que fundamentan sus dichos con “es lo que cree la mayoría de la gente que acompañó a este gobierno”. Me permito decir que si vamos a hacer política para decir solamente lo que la mayoría de la gente quiere escuchar, entonces hay que poner una PyME y rezar para que con este gobierno nos vaya bien. Un buen estadista escucha lo que la gente no dice. Hacemos política ante la obligación de buscar soluciones necesarias a problemas que cada vez son más urgentes. No hacemos política para salvaguardar nuestros pellejos en las próximas elecciones; nos formamos, estudiamos, escuchamos posturas y debatimos para poder encontrar la mejor de las opciones, sin caer en las especulaciones ridículas sobre lo que puede pasar en las próximas elecciones. Sí, existe siempre un interés electoral, pero reducirse a eso es simplista y menoscabado.
Mi postura personal, y sí, también la de muchos que por lo bajo o por lo alto me han expresado sus opiniones, es que ya va siendo hora de comenzar a buscar coherencia. Pusimos muchas veces la otra mejilla para adelantarnos al fin último de que nuestro partido se engrandezca en todo el territorio, pero es momento de que algunos que cada vez representan menos al partido asuman el coraje de respetar institucionalmente su falta de valentía para sostener la honradez de palabra y hacerse responsables de las consecuencias que traigan sus actos.