Cuando la organización y consenso colectivo construyen el futuro
“La organización vence al tiempo”, cuántas veces hemos escuchado y repetido aquella máxima, que a mi entender, es más una consigna que una simple frase litúrgica. Pero sólo con organizarnos no es suficiente, hacerlo y perdurar en el tiempo tampoco lo es.
La organización debe tener el pragmático objetivo de caminar hacia el Poder y ser parte de él. Debemos participar en los gobiernos y no sólo limitarnos a ser críticos de él, manteniéndonos al costado “diciendo la verdad” o reclamando frente a las injusticias.
El gran desafío es formar y motivar a los activistas defensores de los DDHH para que se atrevan al desafío que implica el ejercicio del poder. No es una tarea fácil, deben capacitarse en la práctica política y, sobre todo, en lo que representa la responsabilidad en la toma de decisiones.
El Estado, ese gran pulpo que nos toca a todos con sus tentáculos, el que tiene la responsabilidad y obligación de garantizarnos libertad, servicios de salud, seguridad, justicia, y asegurarnos el acceso a la igualdad de oportunidades. Aquel ineludible garante del estado de derecho es la máxima organización con poder real. Pero su conducción, que debiera estar limitada por la Constitución y las Leyes, se maneja según los lineamientos políticos de los gobiernos de turno. A lo largo de la historia hemos visto el farragoso ir y venir de las que debieran ser políticas de Estado como consecuencia de decisiones políticas amparadas desde la idolatría o la apatía social.
Las conquistas de derechos sociales, laborales y políticos han venido de la mano del compromiso de diferentes organizaciones defensoras de los DDHH, que más allá del reclamo legítimo ante una injusticia han entendido que para cambiar la realidad hace falta formar parte del Poder. Sobran los ejemplos: como el Movimiento Obrero, que nace contra la esclavitud y servidumbre; el Centro Feminista fundado por Julieta Lauteri y Alicia Moreau de Justo que a principios del siglo pasado reclamó el voto femenino, mejores condiciones de trabajo para las mujeres, el derecho al divorcio, lucha contra proxenetas, contra la intromisión de la iglesia en la vida de las personas; más actualmente, la ley del Matrimonio Igualitario es el resultado del compromiso de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans; el derecho a la identidad fue incorporado gracias a la lucha incansable de las Abuelas de Plaza de Mayo.
La visibilización pública de la defensa del derecho al aborto legal, seguro y gratuito, fue gracias a más de 300 organizaciones feministas, sociales y políticas, que ejercen cada vez más presión sobre el poder político para que, de una vez por todas, nos saquemos la máscara de la hipocresía y asumamos con responsabilidad el compromiso de salvar una vida y no perder dos.
¿Pero todo esto es suficiente? Creo que no. Lo que vemos como grandes logros, muchas veces terminan siendo gotas que se diluyen en el mar de necesidades que surgen a diario como consecuencias de decisiones políticas tomadas desde los sectores que han entendido que deben ceder ante algunos reclamos para conformar y hasta desviar la atención de sus verdaderos fines y objetivos. Pragmatismo puro. Costo/beneficio.
Las conquistas sociales se sostienen con consensos políticos y el verdadero desafío de la organización social está en entender que sólo generando conciencia colectiva a largo plazo se va a poder construir un Poder que frene al Poder.