Desintegración social y sueños en cuotas

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La ingeniería social es una mecánica impuesta por un determinado poder, gubernamental o no, con el objetivo de manipular la conducta de la sociedad frente a una problemática u objetivo concreto. Tan hondo ha calado esta metodología, que hoy por hoy, hay cosas que terminamos por normalizar y acomodar en nuestras raíces culturales, incluso transformándolas o destruyéndolas por completo. La autorrealización, ganarse la vida, perseguir tus sueños y buscar la paz, son hoy los ingredientes de la receta para hacer al consumidor ideal, uno que no se queja y que daría todo de sí para conseguir aquello que se le inculcó que era su propósito en la vida.

Desde la disposición de los productos en los supermercados, donde la comida rápida y las golosinas están al frente, mientras que la harina, aceite y arroz se esconden en el fondo, hasta la profundización del individualismo mediante la organización adaptativa de los algoritmos en las redes. Se trata de una lógica que nos encierra en nuestros propios problemas, evitando la organización y destruyendo todo intento de rebelión, “balcanizando” las personas con el fin de hacerlas más fáciles de manejar, como si de ganado se tratase.

Se apunta hacia la desintegración social, donde no sintamos la mas mínima necesidad de entablar una conversación o empatía por el prójimo, donde encerrarnos en jaulas de concreto sea el único escape posible frente al aparentemente hostil exterior y el consumo sea la única manera de sentir una fugaz migaja de felicidad. A modo de ejemplo: Una propaganda de shampoo “no vende shampoo”, vende la sonrisa de la modelo en la propaganda, vende felicidad; una propaganda de automóviles, “no vende automóviles”, vende libertad, vende la posibilidad de recorrer desiertos y praderas, olvidándote de tus problemas; la propaganda de smartphones vende elegancia y, en función del modelo, demarca un determinado estatus social.

Estamos tan corrompidos que, lo único que nos puede llegar a saciar es aquello que aún no tenemos, encerrándonos en la interminable rueda de hámster que, convenientemente, termina por definir al empleado ideal. Aquel que le pone hasta el ultimo gramo de su energía vital a terminar con su jornada y, a fin de mes, poder comprar un Renault 12 usado.

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Estudiamos desde los tres años, hasta incluso los 30, para conseguir, con suerte, un trabajo en el que pasar los próximos 40 años y, algún día, podrás jubilarte y finalmente ser libre. Es como si convenciéramos a un cachorro a entrar en la jaula, para que algún día pueda ser libre, por la simple razón de que “es lo que todos los demás hacen”.

La obsolescencia programada termina por constituir los escalones de una escalera que conduce a ningún lado, llevándonos a cuestionar nuestra propia caducidad, soñando con ser jóvenes eternamente para nunca dejar de consumir a gusto. A los niños se les inculcan ideas y modas de adolescentes y adultos con el fin de que encajen y se adapten mejor a la sociedad.

Una vez que alcanzamos la “tercera edad”, nos angustia la idea del fin, potenciando aún mas la necesidad impulsiva de consumir todo a nuestro paso. Esta aterradora fábrica de consumidores, es tan fuerte, que sus propios esclavos terminan por ser sus tropas e incluso su guardia pretoriana.

El “Hiper Consumismo”, derrocó ampliamente el consumismo tradicional, en el que, con consumir para luego desechar ya nos bastaba. Éste se caracteriza por la desechabilidad de sus factores, es decir; no esperarás a que tu Renault 12 deje de funcionar para comprarte otro, sino que apenas salga a la venta el Renault “13”, ya no querrás el 12 y así sucesiva e infinitamente. De esta manera, incluso la obsolescencia programada queda atrás, abriendo paso a una nueva y desenfrenada ola de consumidores que ansían la más mínima mejoría por parte del fabricante, y así poder, al fin, sentirse completos.

Claramente, parar esta máquina no es tan simple como oprimir el botón de apagado, esto debido a que “La Máquina” son los políticos, son los empresarios, son los consumidores, es tu vecino, lo sos vos y yo también. Es claro que seguir por esta línea es ingenuo por muchos motivos, principalmente por la idea del crecimiento perpetuo en un planeta que es finito, es por ello que cargamos con el deber de abogar en contraposición a esta avalancha de consumidores compitiendo unos con otros. Esto implica deconstruirnos a nosotros mismos, nuestra manera de pensar y de actuar, ya que, si deseamos construir una generación futura libre del condicionamiento de pensar como consumidor constantemente, debemos primero tener en claro que es aquello que está por fuera de la idea del consumo mismo.

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¿Qué pasaría si mañana ya no hay luz eléctrica? ¿Y si mañana ya no hay más camiones abasteciendo al supermercado que frecuentas? O, considerando que estos dos se mantengan: ¿Qué pasaría si mañana el internet entero colapsa? ¿Perdería mi trabajo? ¿Mil seguidores en Instagram? ¿Un millón? Ya no podre chequear datos en Wikipedia, ni derretir horas en tiktok ¿No nos afectaría?

Claramente, ser serios frente a lo que implica pensar en un futuro mínimamente funcional implica considerar esas preguntas incómodas, implica dejar de pensar en nuestra fugaz satisfacción consumista y saber que algún día moriremos.

En la antigua Roma, a los grandes líderes de las poderosas legiones, a los cuales se les recibía entre hojas de palma y lluvias de pétalos, se le repetía una frase al oído, para que jamás fueran a usar la gloria de sus hazañas para alimentar el ego. “Memento Mori”, significa “Recuerda que morirás” y servía para que aquellos que tenían el altísimo privilegio de comer frutas frescas y vestir seda, sean conscientes de su transitoriedad. Como vemos, lo que en su momento ameritaba contener el egoísmo, hoy es considerado de lo más banal y corriente

Quizás, Memento Mori debería de ser la piedra angular destinada a sostener una nueva manera de desenvolvernos en el mundo, y crear así el contexto adecuado para que la siguiente generación no termine por aportar otro eslabón en la interminable cadena de dependencia consumista, que tanto ha corrompido nuestra contaminada humanidad.

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