Dolarización: cediendo la soberanía a causa del descontento general

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En las últimas semanas, con el objetivo de llamar la atención de la opinión pública, ciertos personajes del circuito político reavivaron la idea de dolarizar la economía argentina. ¿Pero qué significa la propuesta y cuál sería su impacto en la economía?  

 A lo largo de los últimos 10 años el proceso inflacionario ha crecido de manera consistente en el país. Desde 2014 convivimos con una tasa de inflación mayor al 20% anual y sólo en el año pasado el peso argentino perdió el 50% de su poder de compra. En este contexto de crisis de legitimidad, la propuesta de empezar a regirnos por la moneda norteamericana vuelve a presentarse como una alternativa que podría solucionar los desórdenes monetarios de nuestra economía. 

Particularmente para los países en vías de desarrollo, el debate de dolarizar se enmarca en un problema más general que consiste en definir un régimen cambiario que permita integrarnos de manera sostenible con el resto del mundo. La autoridad monetaria tiene el desafío de diseñar una moneda que cumpla con las características del dinero, que logre encajar con la idiosincrasia y expectativas de la sociedad y a su vez pueda adaptarse para afrontar los desafíos económicos cada vez más vertiginosos debido a la interdependencia de los países y la globalización. 

Los encargados de definir el rumbo de la política monetaria de un país son los Bancos Centrales. El Banco Central no solo determina la cantidad de dinero en circulación, sino que también define su valor futuro a través de la tasa de interés y su relación con las monedas de otros países a través del tipo de cambio, entre otras cosas. La principal función de un Banco Central es preservar el valor del dinero y garantizar la liquidez necesaria al sistema bancario.

¿Cómo se dolariza una economía? 

La dolarización en un sentido estricto consiste en reemplazar la moneda local sustituyéndola en su totalidad por la moneda extranjera. No existiría más el peso argentino y todos los ciudadanos usaríamos dólares, en este caso se desmantelaría el Banco Central cediendo la soberanía monetaria y heredaríamos las políticas de la Reserva Federal Norteamericana. Algo similar a la idea que Carlos Menem propuso, en 1999, al Tesoro de Estados Unidos. En ese entonces la administración de Bill Clinton dejó en claro que no formalizaría su apoyo, no cedería el derecho a imprimir billetes, no permitiría el desembolso de redescuentos (para asistir al sistema bancario), ni prestaría dólares en caso de faltantes, por lo que el proyecto nunca se concretó. 

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Por otro lado, se podría dolarizar la economía fijando una paridad del tipo de cambio e incluyendo al dólar como moneda de curso legal. En este caso los pesos estarían atados al dólar en una proporción fija, similar a lo sucedido en la época de la Convertibilidad. Esta idea parecería inviable teniendo en cuenta el contexto actual de endeudamiento que mantiene el país con el FMI y el nivel de las reservas disponibles. En ambos casos le estaríamos sacando la facultad, total o parcialmente, a las autoridades monetarias de utilizar las herramientas que tiene a disposición para adaptar la política monetaria a los cambios exógenos o endógenos que surjan en la economía. 

¿Cuáles serían los impactos de dolarizar?  

Si bien es incierto predecir el impacto de implementar una medida de este tipo, los sectores que la promueven argumentan que en el periodo de la Convertibilidad la inflación se redujo drásticamente. Esto es verdad, pero el efecto sólo duró mientras pudieron mantener la medida y trajo muchas consecuencias desfavorables como el sobreendeudamiento del sector público y privado, la liquidación de las reservas, la cesación de pagos y una de las mayores crisis económicas en la historia argentina con altas tasas de recesión y desempleo.

Entre los posibles impactos favorables de una dolarización en Argentina podemos destacar que la medida podría ayudar a combatir la inflación, debido a la estabilidad del dólar y su demanda internacional. Otro punto favorable es que ya no sería necesaria la indexación de contratos, al eliminar las cláusulas de actualización se gana previsibilidad para el pago de las obligaciones futuras ayudando a reducir el aumento de precios. Otra garantía es que el acceso al crédito internacional podría ser más simple y barato, esto se debe que ya no existiría el riesgo cambiario, por lo que el costo financiero sería menor reduciendo de la prima de riesgo y en el costo del endeudamiento.

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Las consecuencias negativas de dolarizar resultan más significativas. Al ceder la soberanía monetaria se pierden muchas herramientas de política monetaria. Por ejemplo, la opción arbitrar el tipo de cambio, una herramienta que permite ajustarnos a la competencia en el comercio internacional. El tipo de cambio cumple la función de separar precios internos de externos, por lo que, un país exportador de materias primas ante una caída del precio internacional, podría incurrir en déficit comercial si no logra ajustar el tipo de cambio.  En la misma línea, el riesgo de default se incrementa debido a que todas las obligaciones pasan a estar en moneda extranjera por lo que ante un shock negativo las recesiones podrían ser más profundas. 

Por último, el mercado laboral sin dudas se vería afectado por la medida. Una de las consecuencias de la inflación es que genera una caída de los salarios reales, sobre todo en economías con alta informalidad laboral donde los salarios nunca logran recuperar su poder de compra. Al dolarizar la economía, los salarios podrían hasta aumentar en términos reales sin embargo la consecuencia sería un severo aumento del desempleo. Lastimosamente debido al descontento con la performance económica y la gestión pública vuelven a surgir en Argentina propuestas como la dolarización que en el pasado fueron ensayadas y fracasaron generando un alto costo económico, político e institucional.

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