El legado de Angela Merkel
Se acercan las elecciones en Alemania y surgen a priori dos interrogantes ¿Cuál será el legado de Merkel? ¿Qué será del futuro de la Unión Europea?
Primero, hagamos un breve repaso. A finales de junio, por ejemplo, Merkel recibió al presidente francés, Emmanuel Macron, en la cancillería; hizo lo mismo con el primer ministro italiano, Mario Draghi. Se reunió con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; se reunió con el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, y luego viajó a Bruselas para asistir a dos días a la cumbre de la Unión Europea, donde intentó fortalecer los vínculos entre la OTAN y Estados Unidos e intentó fomentar el diálogo con Vladímir Putin. Esta semana, fue recibida por Joe Biden en la Casa Blanca.
Merkel transformó la política alemana posterior a la Guerra Fría, liberalizó su partido, presidió una expansión extraordinaria del poder económico y político alemán en Europa e hizo mucho por defender el proyecto político europeo en tiempos muy complejos. Crisis del euro, crisis migratoria, el Brexit, el ascenso de populismos y ahora la pandemia.
La popularidad de Merkel en Alemania ha fluctuado en cuatro períodos. A nivel internacional, se consolidó, año tras año, como el principal líder europea y en unos meses dejará el poder con una imagen positiva que rompe todos los récords.
Y no todo ha sido color de rosa para la Canciller.
Durante sus 16 años de gestión, los países del sur de Europa resintieron las políticas de austeridad impuestas desde Berlín durante la crisis de la eurozona y los culparon del ascenso de los populistas en Atenas y Roma; por el contrario, algunos países del norte de Europa y del Báltico exigían que Grecia fuera expulsada de la eurozona tras la crisis de la deuda. Los europeos del este estaban enojados con ella por dar la bienvenida a los refugiados y se negaron a participar en un sistema de reasentamiento en toda la UE. Los liberales de todo el continente la han acusado de no prestar especial atención ante el retroceso democrático en Polonia y el ascenso de líderes autoritarios en Hungría. Una sucesión de primeros ministros británicos, desde David Cameron hasta Boris Johnson, se han sentido consternados por la cortés negativa de Merkel a pagar cualquier precio para evitar que se divorcien de la UE. Incluso, desde el otro lado del continente, soportó que Trump ninguneara la estrecha relación que Estados Unidos y la Unión Europea supieron construir.
Para profundizar el análisis, consulté a varios colegas internacionalistas.
Esteban Chiacchio, analizando el caso griego, me cuenta que “hay un caso específico en dónde es interesarse posicionarse para comprender un doble desafío que deberá abordar quién busque llenar los zapatos de Ángela: mantener unida a la familia (o sea, al bloque) y comprender las subjetividades en disputa que hay “puertas adentro” de cada nación”. Y expone que “La catastrófica situación financiera de Grecia y las políticas de austeridad que recomendaba la dirigente alemana, fueron un cóctel que minaron cualquier indicio de popularidad de Merkel en tierras helénicas; ello, sumado al resultado del referéndum, animó a referentes políticos del continente a cuestionar los términos de la alemana, como fue el caso del presidente francés Francois Hollande.”
Y agrega “el caso griego se vio sumamente eclipsado por lo ocurrido un año después: el Brexit pateó el tablero de la geopolítica global y significó un nuevo desafío para Merkel, que sin dudas paseó su memoria por la experiencia griega para regatear los traspiés de dicha experiencia: ¿a cuáles nos referimos? La investigadora de la Universidad de Macedonia, Ino Terzi, postula que la baja comunicación y comprensión de la Unión Europea respecto a las condiciones de los ciudadanos afectados, no solo desprendieron políticas ineficientes, sino que también dañaron la reputación del bloque de manera significativa.”
Además, habla sobre la posible desintegración de la UE: “Pensar que el evitar la desintegración de la UE debe estar a la cabeza de la agenda de quién tome las riendas tras Merkel es algo exagerado. Si se pueden tomar algunos aspectos del caso griego para el mundo post-pandémico y sus nuevas particularidades: en un mundo -un continente- en dónde la comunicación constantemente se está reinventando, la reputación de la Unión Europea no puede solo sostenerse en base a la experiencia de sus instituciones y su confianza en los acuerdos y beneficios mutuos. El inmenso desafío es que el transnacionalismo no se devore a la necesidad de comprender las motivaciones subjetivas domésticas. Escribirlo es fácil, desarrollarlo es un largo camino de concesiones y reservas.”
Por otra parte, Gonzalo Fiore Viani analiza la actual situación de la derecha alemana y el futuro de la política alemana. “El balance del gobierno de Merkel, sin dudas, es positivo, y será recordada en el futuro como una de las grandes dirigentes políticas mundiales. Sin embargo, los desafíos que enfrenta tanto su país como la Unión Europea tras su retirada, son muchos.
La extrema derecha, encabezada por Alternative Für Deutschland (AfD), aprovechó la bandera de las “libertades” frente a las restricciones impuestas por el gobierno para combatir la pandemia, para consolidar y ampliar su base electoral. Merkel, siempre centrada en sus posiciones y poco afectada por los grandes gestos o las frases rimbombantes, suele referirse en términos muy duros a AfD, el partido ultraderechista con mayor inserción electoral desde los años de la posguerra. Un signo claro de esto es lo sucedido en la región de Turingia en las elecciones regionales de 2019. Allí, el vencedor había sido el partido de izquierda Die Linke, pero quedó lejos de poder formar un gobierno, mientras AfD se posicionó en el segundo lugar, con un sorprendente 24% y 22 diputados”.
Además, sostiene que “El líder de la formación extremista en Turingia es uno de los elementos más radicales del partido, Björn Höcke. Con un discurso explícitamente xenófobo, racista y contrario a cualquier tipo de inmigración, Höcke ya es uno de los políticos de derecha más conocidos en el país. Luego de meses de negociaciones, en febrero de 2020, Thomas Kemmermich, del Partido Liberal, fue finalmente electo jefe regional de Turingia, gracias a los votos de la CDU y de AfD. Esto provocó un cisma político en Alemania, ya que rompió con el “pacto tácito” que existe en el sistema de partidos tradicionales: jamás pactar con la ultraderecha. Merkel criticó de manera muy dura esta decisión de un hombre de su propio partido. A causa del escándalo político desatado, Kemmermich debió renunciar, y la región se sumió nuevamente en la inestabilidad.”
Analizando la futura situación de la Unión Europea en su conjunto y el posible vacío que dejará la Canciller, Martín Schapiro me cuenta que “Merkel deja un orden económico europeo comunitario que se relaciona con una forma de actuación colectiva, con una cantidad de reglas y valores en esa actuación que van a sobrevivir durante mucho tiempo, donde la Unión Europea tiene compromisos colectivos a nivel presupuestario, en particular me refiero al manejo del presupuesto de los países miembro donde la UE también interviene colectivamente, si bien no lo hace como un supra- estado con recaudación común, sí interviene colectivamente ante las dificultades de los estados individuales ”.
Además agrega que “queda un liderazgo político y moral que ha marcado límites claros respecto de la ultraderecha europea, tanto de la derecha que es parte o socia minoritaria en los gobiernos en Occidente, como la de su propio país y como los que gobiernan en Hungría y Polonia, donde el conflicto de valores se ha escenificado desde la Comisión hacia los gobiernos de esos países seleccionados, respecto a la legislación LGBTIQ. Esos han sido valores que se han proyectado hacia el resto del mundo como valores europeos muy ligado al liderazgo de Merkel. Ese liderazgo inflexible ya su vez dotado de muchísima legitimidad interna y externa, teniendo en cuenta el peso de Alemania dentro de la Unión, hoy va a estar en cuestión ya que no hay una figura clara que pueda tomar ese liderazgo de manera tan indiscutible como lo tiene hoy el gobierno alemán”.
Alemania entre potencias
Trazar las cambiantes relaciones de Alemania con las grandes potencias ha sido el desafío más fastidioso de Merkel. Como potencia media europea que comparte continente con Rusia e importa energía de Rusia, depende para las exportaciones de China (el mayor socio comercial de Alemania fuera de la UE) y depende de Estados Unidos para su paraguas de seguridad, Alemania tiene opciones estratégicas limitadas. Históricamente, esto se ha reflejado en un instinto profundamente arraigado de equilibrar aliados y adversarios por igual, y Merkel no ha sido una excepción a esta tradición.
En una línea similar, gran parte de las conversaciones sobre el emergente mundo “multipolar” no impresionaron a Merkel durante mucho tiempo. Mientras Washington seguía siendo el principal proveedor de seguridad de Europa, ella y sus gobiernos se sintieron libres para abrir camino a las relaciones económicas especiales con Rusia –deterioradas después de la anexión de Crimea en 2014, a pesar de lo cual el controvertido y desacertado proyecto del gasoducto Nord Stream 2 se mantuvo– y, en particular, con China, de nuevo a expensas de la unidad europea. Pensar en los polos, en las dinámicas geoestratégicas y el peligro de crear dependencias peligrosas, se dejó para más adelante.
Sin embargo, tras cuatro años de presidencia de Donald Trump y los crecientes temores de la élite alemana sobre si EEUU logrará resolver lo que algunos describen como “inmensos problemas” internos, Merkel parece haber tomado finalmente la decisión de que es necesario un cambio.
Como mínimo, Europa y Alemania necesitan tener un “plan B” en caso de que los estadounidenses vuelvan a elegir a Trump o una figura trumpista en las próximas elecciones, lo que podría acabar definitivamente con siete décadas de política exterior estadounidense. Esto significa un Occidente que en el futuro se basará más en los intereses compartidos, más que en los valores, y una Europa que cooperará estrechamente o incluso se alineará con Washington siempre que tenga sentido hacerlo, al tiempo que amplía el margen de lo que la UE puede hacer por su cuenta si es necesario.
Merkel parece apuntar ahora con firmeza a la creación de la autonomía estratégica europea: otra victoria silenciosa para Macron, quien, al final del largo mandato de la canciller, puede sentirse satisfecho de que la gran líder de Europa, después de bloquear durante años, se mueva ahora con firmeza en su dirección, a toda velocidad.
A pesar de haber tenido grandes relaciones económicas con Rusia, los modelos políticos siguen chocando. La anexión de Crimea por parte de Rusia, su guerra de poder en curso en Ucrania, sus operaciones de desinformación y propaganda en las redes sociales alemanas, el hackeo de los servidores del Bundestag en 2015, el asesinato en 2019 de un refugiado político checheno en Berlín, el intento de asesinato en 2020 del político del opositor ruso Alexei Navalny y el apoyo de Moscú a la brutal represión de las manifestaciones masivas en Bielorrusia: todos estos acontecimientos han llevado a la clase política alemana a una reconsideración sobre la relación con Moscú.
Como canciller, se convirtió en una transatlántica dedicada, incluso defendiendo la guerra del presidente George W. Bush en Irak. Tuvo una muy buena relación con Barack Obama, quien la instó a postularse para un cuarto mandato debido al riesgo para Europa de Trump. Y en mayo de 2017, después de esa primera aparición de Trump en una cumbre del G-7, Merkel dio la bienvenida a la elección de Biden con calidez (y un alivio palpable). Su ministra de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer, quien comparte sus puntos de vista sobre la importancia de la alianza con Estados Unidos, sigue presionando por un mayor gasto en defensa y una postura militar alemana más progresista. Pero también es cierto que las capacidades de seguridad de Alemania han estado lamentablemente infra financiadas durante demasiado tiempo.
De cara al futuro, todo es incertidumbre. Algunos plantean que Emmanuel Macron encontraron el gran próximo líder de la Unión, pero la legitimidad interna en Francia le pondrá las cosas muy complicadas.
Para Merkel, está empezando nada menos que un nuevo orden mundial, y quiere que la UE le dé forma. En lugar de evitar vincular a su sucesor, como algunos han especulado en relación con su tibia respuesta transatlántica, el objetivo de Merkel en sus últimas semanas parece ser casi el contrario: crear la plantilla para un Occidente futuro y para una política exterior europea que resista incluso cambios de gran alcance, especialmente en Estados Unidos.