El mito del Fondo bueno

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Siempre se habla de la falta de continuidad en las políticas públicas, pero lo cierto es que la permanencia del Fondo Monetario Internacional es una constante en nuestra historia. Desde su creación en 1944 cuando los Estados Unidos empezaban a diseñar el mundo a su imagen y semejanza, la Argentina se negó al ingreso al ver, con justicia, que era un instrumento de sujeción para los socios pequeños de ese grupo.

No es sino hasta 1956 que se ingresa al FMI. El gobierno de Perón se había negado sistemáticamente a pertenecer porque quizás intuía sus intenciones. Desde ese entonces el país ha vivido bajo la tutela del Fondo con la salvedad del pago del año 2005 que terminó con los programas del FMI en la Argentina, senda que retomó en 2018 con toda fuerza en el endeudamiento más grande y veloz en la historia de nuestro país.

En ese momento el jingle de campaña de la gestión de Mauricio Macri era que el Fondo era distinto, que había cambiado, que era el Fondo bueno. El presidente Alberto Fernández  sostuvo esa misma lógica: mientras Macri nos llamaba a enamorarnos de Christine Lagarde, Alberto nos decía que Kristalina Ivanova Georgieva era una bendición. 

Pero a la hora de la verdad el Fondo es lo que es y está para lo que fue concebido, no es un prestamista es una instrumento político cuya función es alinear a los países periféricos en función a las necesidades de los países centrales. Utilizan la deuda para definir la política económica nacional en función de sus empresas y sus países. Desde Frondizi hasta Macri solo dos presidentes tuvieron el privilegio de tener la cuenta en cero en ese organismo. La argentina no ha tenido sino un recorrido de decadencia. Son los 70 años de FMI.

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El programa del Fondo 

Esta semana entre corridas que obligaron al Banco Central a vender en tres días la mitad de las reservas que había logrado acumular el mes pasado, el Gobierno presentó una especie de plan de estabilización que insólitamente se filtró en sendos off

El combo a todas luces ortodoxo incluye suba de tarifas que según dicen, habrá que ver si es tan así, dejará sin subsidios a aquellos cuyos ingresos consolidados superen los 300 mil pesos, pero aún no sabemos nada de cómo se segmentará en comercios e industrias lo que seguramente impulsará la ya implacable inflación. 

También el Gobierno cedió ante los bancos que fogonearon la suba de los dólares paralelos de estos días, con una suba de la tasa de interés para los plazos fijo en 68%, lo que implica un reconocimiento de la inflación esperada. Se busca es que los pesos se queden en los bancos y no vayan a dólares físicos o en productos importados. El talón de Aquiles de este esquema es que producir se vuelve más caro por el costo financiero y si además se pretende cumplir con el FMI y cubrir el déficit fiscal vía mercado de deuda con los bancos a través de bonos y letras, las matemáticas le juegan en contra al Gobierno.

En el incumplible acuerdo que firmó el Gobierno con el FMI, se comprometió a limitar la asistencia del Central al tesoro en 800.000 millones, pero su rojo es de 2 billones por lo que lo restante deberá ser adquirido en el mercado de deuda local. ¿Los efectos? Crédito caro para inversión productiva y para consumo. Lo que nos lleva al tercer elemento distintivo del paquete que es la suba de los intereses para el financiamiento con los programas ahora 12. Suben 11%  que si bien estará por debajo a la inflación esperada y por debajo del interés de los plazos fijos, se busca limitar la sangría de dólares por el consumo de productos con componentes importados. 

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En resumen un la continuidad de una política que busca enfriar la economía en un contexto de 40% de pobreza, lo que resulta una afrenta al sentido común más elemental. Quizás por eso es posible encontrar coincidencias en el tiempo entre Frondizi y Macri y entre Martín Lacunza y Martín Guzman. Dicen que el hombre es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. En Argentina son 23 veces con la misma piedra del FMI.

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