El suicidio en la población adolescente: un problema de todos
Según las estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación correspondientes al año 2019, el suicidio representa el 18% de las muertes por causas externas en todas las edades, es decir casi 1 de cada 5 muertes por motivos ajenos a enfermedades es por suicidios. Particularmente, en el segmento de entre 10 y 19 años, en ese mismo año fallecieron en Argentina por suicidio 454 niños y adolescentes, lo que da un triste promedio superior a un caso cada día.[1]
El suicidio representa un problema de salud pública grave y creciente: la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que es la segunda causa principal de muerte a nivel mundial entre adolescentes y jóvenes de 15 a 29 años de edad. Los comportamientos suicidas abarcan desde la ideación suicida, la elaboración de un plan, la obtención de los medios para hacerlo, hasta la consumación del acto, tenga este éxito o no; mientras que se habla de intento de suicidio cuando el individuo se autoinflinge un daño con un propósito letal, pero sin llegar a la muerte.
“El suicidio no se comprende en sí mismo como una entidad psicopatológica ni se circunscribe a un padecimiento mental; se entiende como un fenómeno multicausal en el que interactúan factores del orden individual, familiar, social y comunitario”, afirmó la Dra. Nora Poggione, médica pediatra, miembro del Comité de Estudios Permanentes del Adolescente (CEPA) de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).
Para el Dr. Fabio Bastide, pediatra especializado en Adolescencia del mismo comité de la SAP, “una de las principales barreras es que alrededor de la problemática del suicidio circulan mitos que afectan las prácticas de prevención y del trabajo posterior con la familia y con la comunidad, luego de sucedido el episodio” (etapa de postvención). Entre otros, los mitos más frecuentes son: ‘Quien dice o amenaza con que se va a matar no lo hace’. ‘El que se suicida está atravesando una depresión’. ‘Hablar de suicidio incrementa el riesgo’. ‘El que intenta suicidarse es un cobarde o un valiente’. ‘Los niños/as no se suicidan’. ‘La tendencia al suicidio es hereditaria’. “Son todos mitos y prejuicios refutados por la evidencia científica, pero que interfieren en la identificación y prevención de los episodios”, afirmó.
“Desde la declaración de la pandemia en marzo de 2020, la OMS viene advirtiendo respecto de los efectos en la salud mental de las personas como consecuencia del contexto. Se puede inferir aumento de padecimientos psicosociales en general y de casos de suicidio en particular. Al analizar la evolución de la tasa de suicidios en la población adolescente, se constata en los últimos años una sostenidatendencia creciente de la mortalidad por esta causa”, sostuvo por su parte la Dra. Alejandra Ariovich, médica pediatra especializada en Salud Integral en la Adolescencia.
En un trabajo elaborado por el Comité de Estudios Permanentes del Adolescente (CEPA) de la Sociedad Argentina de Pediatría, se afirma que ‘la relevancia del suicidio en la adolescencia no afecta sólo a un sector socioeconómico ni queda reducido al espacio privado -individuos, familias o pequeños grupos- sino que es un fenómeno transversal que trasciende al conjunto de la sociedad y, por esta razón, se obliga a dar una respuesta a través de las distintas políticas públicas, priorizando un abordaje articulado, integral y comunitario’.
“El suicidio en la adolescencia es una problemática compleja que necesita de un abordaje interdisciplinario. Requiere acompañamiento de la familia y de la comunidad desde las diversas instituciones que están en contacto con las/os adolescentes. Sin embargo, la buena noticia es que se puede prevenir en la mayoría de los casos, por lo que es importante conocer y no minimizar las posibles señales de alarma que podrían dar los adolescentes”, consignó el Dr. Bastide.
Si se analiza específicamente la mortalidad por suicidio, el mecanismo registrado con mayor frecuencia es el ahorcamiento o sofocación, con el 91.4% de los casos. Las tasas más altas en nuestro país se registran en las provincias del NOA, especialmente Catamarca, Salta y Jujuy.
Sin embargo, no es el suicidio la única problemática de autoagresión que preocupa a los pediatras: otro prototipo de conductas en crecimiento es el de las ‘autolesiones’, ya que las consultas referentes a violencia, autolesiones y suicidios se han incrementado en tiempos de pandemia, observándose estas en diferentes ámbitos como guardias y consultorios, y también demandas que aparecen a través de redes sociales como pedidos de ayuda u orientación.
“Las autolesiones representan una resolución transitoria y subjetiva a sufrimientos y conflictos. Las/os adolescentes que se autoagreden experimentan sentimientos negativos e intensos desencadenados, mayormente, por conflictos familiares”, destacó la Dra. Ariovich.
Si bien los cortes se realizan, sobre todo en soledad, luego son compartidos con pares, lo que crea fuertes lazos de pertenencia e identidad. Funcionan como marcas simbólicas del sufrimiento personal; se organizan en oposición al mundo adulto y permiten obtener reconocimiento y diferencia por sus pares. Esta dinámica favorece el ocultamiento de las autoagresiones a la familia y su propagación entre adolescentes.
Desde el punto de vista legal, de acuerdo al Código Penal de la Nación Argentina, el suicidio y las autolesiones no deben considerarse un delito, por lo tanto, no deben denunciarse ante la autoridad judicial o policial.
La SAP destaca que, para evaluar el riesgo y definir la conducta terapéutica, es necesario un equipo interdisciplinario. “Creemos que la pesquisa y visibilización de autolesiones y signos de alerta de ideación suicida o intento de suicidio deben ser parte de la agenda permanente de todos los efectores de salud. Por dicho motivo, los profesionales de la salud deben contar con una capacitación que les permita identificar aquellos indicadores de riesgo, establecer pautas de alarma y estimular factores protectores, permitiendo así contribuir al mayor bienestar posible en la salud”, concluyó la Dra. Poggi one.
Signos de alerta (Las banderas rojas)
Algunas de las “señales de alarma” entre la población de niños y adolescentes que los equipos deben conocer:
● Cambios de humor, enojo reiterado y sin sentido, irritabilidad.
● Tristeza persistente y constante.
● Falta de concentración y/o dificultades graves en la escolarización.
● Dificultades en el sueño y/o alimentación como insomnio o hipersomnia (cuando la persona está
excesivamente somnolienta), inapetencia o voracidad alimentaria.
● Aislamiento y retracción continua. Escasa o nula comunicación con convivientes.
● Desconexión del grupo de pares.
● Sensación de soledad.
● Ideas o pensamientos extraños.
No se deben minimizar estas manifestaciones, ya que muchas veces ponen en evidencia angustias, tristezas y otras situaciones de vulnerabilidad como acoso o acciones de violencia. Los signos de alerta son importantes dado que permiten establecer la letalidad del método, el nivel de deseo por ejecutar la acción o la meticulosidad de la planificación. Este tipo de hallazgos podrán obtenerse mediante una entrevista enmarcada en un ámbito adecuado, que incluya una anamnesis detallada (exploración mediante preguntas y respuestas en el diálogo médico-paciente) . Esta pesquisa permitirá establecer conductas a seguir con la con inclusión de l equipo de salud mental.