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Hurgando en un antiguo diccionario se encuentra la definición de necio y dícese de “aquel que insiste en los propios errores o se aferra a ideas o posturas equivocadas, demostrando con ello poca inteligencia”. 

En el artículo anterior, se hizo referencia a la pugna de las grandes élites por obtener el poder, acudiendo para ello a una serie de estrategias planificadas en base a las preferencias de los diferentes grupos sociales. Inmediatamente surge otro interrogante, ¿qué pasa una vez alcanzado este objetivo?

Durante los últimos días, mucho se ha dicho sobre lo multi-causal de la derrota oficialista; la obviedad más clara parece ser el fracaso en la política económica implementada durante estos cuatro años, el innegable resultado de los indicadores económicos: mayor pobreza,  desempleo, endeudamiento, inflación, volatilidad del tipo de cambio. etc.

Desde un principio, el mesianismo político planteado por el presidente resultaba prácticamente inviable, se encaró una propuesta que a simple vista denostaba del populismo, pero en el fondo seguía claramente sus lineamientos

El fracaso de la gestión también mostró una subestimación de la monstruosidad del poder de los medios, el discurso presidencial estuvo fuertemente caracterizado por un extraño y hasta inocente optimismo, apelando al modo prueba y error, rozando el límite entre la flexibilidad y la ridiculización a la investidura misma.

El poder de la comunicación jamás fue puesto en duda, como una suerte de gigante pero de pata corta, efectiva en el momento de dibujar un relato, pero con una realidad difícil de negar a largo plazo. A su vez, en los últimos años, este gigante vió crecer un brazo muy poderoso, el de la opinión pública, esa voz imparable que minuto a minuto se transforma y toma disputa por ganar terreno en la construcción de un imaginario social, donde la realidad es concebida por personas con horizontes cada vez más individualizados, pero con la necesidad de asumir un proyecto colectivo en común. Demanda que se torna mayormente dificultosa y cada vez más desafiante.

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Al exceso de información se suma el papel de los nuevos “formadores de opinión” o “influencers políticos” quienes asumen la tarea de comunicadores y en forma simultánea buscan captar la atención del público que también espera que esos mensajes contengan relevancia en su vida cotidiana. Espectadores que buscan que la política no los vea desde una cúspide o posición lejana, sino que la comunicación política los observe con una lupa, con una mirada cercana y hasta un tanto empática.  Este efecto de hiperconexión, también dio lugar al nacimiento de colectivos y grupos sociales con nuevas demandas y requerimientos que el Estado ha sido incapaz de responder adecuadamente, al menos con la incorporación de algunas de ellas a la agenda pública. Como resultado, la integración de múltiples actores a la arena política en tanto la heterogeneidad en sus demandas, devuelven al Estado un protagonismo central en un mundo donde las jerarquías se ven frágiles, discutidas y sobre todo fragmentadas. Pero es allí, donde la dirigencia debe poner en marcha un plan de articulación con el objeto de otorgar un re-significado del poder y construir relaciones con la ciudadanía de manera más eficiente.

La efectividad de la campaña digital constante también fue puesta en jaque cuando sus detractores comenzaron a jugar con las mismas cartas, colocando en escena las herramientas para librar una contracampaña al organizar comunidades digitales y emprender un guerra de ciber-militancia. 

Por un lado, los defensores del “cambio”, que buscan generar vínculos emocionales con la información destinada a los usuarios neutros, sobre los beneficios de apoyar una gestión desterrando la idea arraigada del “por lo menos”.

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Por otro,  con cierto grado de intransigencia, irritabilidad, y la ofuscación que los caracteriza, apoyándose en un pasado próspero pero ilusorio, el costado más duro de la oposición arenga por todos los medios de comunicación el llamado a confiar nuevamente en su mayor exponente, como única opción para terminar con la crisis.

Así, Argentina nuevamente se ve inserta dentro de un campo minado, con nuevas reglas de juego, en donde la ciudadanía es rehén de dos alternativas altamente tóxicas para el sistema democrático.

Entonces, aunque resulte repetitivo asignar responsabilidades a la derrota  cuando los resultados parciales siempre estuvieron a la vista, es propiedad y soberanía del pueblo tomar la decisión de seguir caminando en círculos o no. Ahora bien, a pesar del paso de la historia, parece ser que ciertos patrones de conducta social siguen siendo actuales, tan simple como rebobinar y dar play a grandes producciones cinematográficas que reflejaban el método tradicionalmente utilizado por el Imperio Romano de la política del “pan y circo”.  

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