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Greta Thunberg ¿vandalismo o ejemplo de madurez?
Era el año 2019 cuando rebalsaron los medios de comunicación con la emergente noticia de una entonces desconocida joven Sueca que estalló de hartazgo en un evento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Greta Tintin Eleonora Ernman Thunberg tiene hoy 21 años, pero a sus 15 apareció de repente en titulares de portales de noticias, diarios, radios y en el boca en boca. Se esparcía la noticia de que una niña habría roto el silencio para acusar empedernidamente el daño derivado del cambio climático como una atroz consecuencia de adultos que habrían arruinado el futuro de la generación venidera.
“Ustedes vienen a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza ¡Como se atreven!” Sería una de las poderosas frases que usó Greta en su discurso, para la “Climate Action 2019”. Claro que la noticia no tardaría en cobrar relevancia, pues se trataba no menos que de un golpe bajo a las instituciones, empresas y gobiernos que decían “entender” los reclamos de los activistas sin tomar real partido sobre ello. Meses más tarde, Greta sería nombrada “Persona del año” por la revista Time, siendo ésta la persona más jóven de la historia en recibir esta distinción con tan solo 16 años.
Greta creció y creció, como así no lo hizo su éxito mediático, pues su discurso se fue tornando “políticamente incorrecto” con los años. Veámoslo a detalle: En 2021, describiría a la COP26 como un fracaso, un “bla, bla, bla” y un greenwashing; 2023, Thunberg fue “retenida” por la policía alemana mientras participaba de una protesta contra la demolición del pueblo minero de Lutzerath para ampliar una mina de carbón a cielo abierto. Fue detenida por la policía británica en Londres en octubre de 2023 durante una protesta contra la industria del petróleo. El 6 de abril de 2024, fue detenida durante una protesta del movimiento Extinction Rebellion convocada en La Haya. En septiembre de 2024, la policía danesa detuvo a Thunberg durante una protesta pro palestina en Copenhague en contra del genocidio Israelí, una foto publicada la mostraba esposada y con una kufiya blanca y negra (emblema de lucha nacional y de unidad palestina).
Hace apenas una semana, en una entrevista realizada por el medio Qatarí Al Jazeera, Greta aludía esta pérdida de popularidad a su especial énfasis no por hacer crecer su figura como activista, sino porque su lucha iba en contra de todo aquello que ponga en riesgo a seres humanos y sus respectivos derechos. En sus palabras: “No soy una activista por la justicia ambiental porque quiero proteger los árboles y las ranas. Obvio, eso es muy, muy importante. Pero lo que realmente importa, al menos para mí, es que me preocupo por los humanos y su bienestar. Sin importar cual sea la causa del sufrimiento humano, ya sea la crisis climática, la guerra, la opresión o el genocidio, Yo voy a luchar contra esas causas.
En su momento, mientras transcurría el año 2019, el presidente ruso Vladimir Putin expresó “no compartir el entusiasmo de la gente por Thunberg” acusando que, “si siguiéramos su línea de pensamiento, solucionaremos la pobreza de África usando paneles, ya que allí abunda la energía solar”. Esto debido a que el entonces discurso de Greta era meramente condenatorio, señalando las incompetencias de las instituciones, empresas y gobiernos que, a través del greenwashing, decían ocuparse del cambio climático sin llevar a cabo políticas ni acuerdos que solucionen nada.
Esta transición que atravesó Greta representa una incubación consciente de haber meditado la raíz del problema y no sus consecuencias. Claro está que, de no cuestionar antes los conflictos actuales que giran en torno a la disputa de las grandes potencias gubernamentales por los recursos naturales es hipócrita.
La inercia de demanda que implica el consumismo provoca competencia por crear oferta. Este motor a combustible fósil está dispuesto a arrasar con todo para satisfacer un modelo de sociedad, del cual miles de millones de personas dependen.
Los recursos se acaban, y la sociedad colapsa con ellos, no porque uno sea inherente del otro sino porque somos incompetentes para relacionarnos con los recursos como para relacionarnos entre humanos. “Para salvar vidas hay que dejar de emitir CO2, así que vamos a reemplazarlo todo por energía eléctrica verde. Solo necesitamos más cobre y litio que, como no abunda en nuestro país, debemos examinar quien sí tiene y declararle la guerra. Así salvaremos muchas vidas”. Vaya paradoja.
Un claro ejemplo sería el actual conflicto que gira en torno al estrecho de Ormuz el cual constituye la única vía para mover petróleo desde el Golfo Pérsico al resto de los océanos y, aunque tiene un tráfico limitado debido a sus dos únicas vías de apenas 3 kilómetros, aproximadamente una quinta parte de la producción global de este combustible circula por sus aguas. Los países a cuyas costas pertenecen este estrecho son, en mayor medida, Irán y Emiratos Árabes Unidos. Curiosamente, Irán atraviesa una escalada bélica con Israel.
Nunca nos sentamos a cuestionarnos si esa es la única manera de afrontar el cambio climático, simplemente lo hacemos. Creamos más y más paradojas de doble moral, porque ignoramos que la salida es la resiliencia, el decrecentismo, la desindustrialización y la desmonopolización de aquello que nos es vital, como el transporte, la comida e incluso la comunicación.
Greta maduró, como así lo hicieron sus luchas. Sin derechos humanos no hay futuro verde. Sea ella ejemplo de humanidad para resistir a una ofensiva de depredación planetaria.