La paradoja de la mata atlántica

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Escribe Eduardo Geraque, de São Paulo, revista Piauí. Las páginas de Historia Naturalis Brasiliae, la primera enciclopedia sobre la fauna y la flora brasileñas, publicada en 1648, contienen una buena dosis de desaliento. Escrito en colaboración por el médico y naturalista holandés Willem Piso (1611-1678) y el matemático y naturalista alemán George Marcgraf (1610-1644), el libro describe especies que hoy están extintas en la naturaleza y otras que aún resisten, aunque con poblaciones tremendamente reducidas. Los dos científicos, financiados por Mauricio de Nassau cuando este gobernó el territorio brasileño bajo dominio holandés, recorrieron las regiones de Alagoas, Ceará, Pernambuco, Paraíba y Río Grande del Norte. Conocieron una Mata Atlántica muy diferente de la actual.

No es que el bioma estuviera intacto en aquella época. Entre los siglos XVI y XVII, la colonización ya había dejado huellas en el bosque, sobre todo con las plantaciones de caña de azúcar que avanzaron hacia el interior. La producción de azúcar no solo requería espacio, sino también leña, lo que aceleró la deforestación. El brasilianista Warren Dean, en su libro A hierro y fuego: la historia de la devastación de la Mata Atlántica (1995), estima que, hacia 1700, la caña de azúcar ya había destruido 1.000 km² del bioma, un área apenas menor que la del actual estado de Río de Janeiro.

Aun así, los territorios visitados por los naturalistas contenían una diversidad que hoy solo podemos imaginar. Ambos científicos vieron, por ejemplo, el mutum-do-nordeste (también llamado mutum-de-alagoas), un ave negra de la familia de los crácidos que fue extinguida en la naturaleza debido a la caza y la pérdida de hábitat. Incluso se puede especular que el ejemplar dibujado en la enciclopedia perteneciera a una especie nunca descrita, un animal parecido al mutum pero diferente. Nunca lo sabremos. (Para quien tenga interés, la enciclopedia ha sido digitalizada por completo y está disponible en línea).

La ONG SOS Mata Atlántica, que monitorea el bioma desde los años 80 en colaboración con el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), calcula que, de la selva original, hoy queda entre un 14% y un 30%. Aproximadamente una cuarta parte de todas las especies de fauna amenazadas de extinción en Brasil habitan en la Mata Atlántica.

En los últimos veinte años, sin embargo, ha ocurrido un cambio que la ciencia recién comienza a cuantificar. El ritmo de la deforestación ha disminuido y, para sorpresa de muchos investigadores, la selva ha aumentado de tamaño gracias a la aparición de nuevas áreas boscosas, algunas plantadas por el hombre y otras restauradas de manera espontánea. Todo avanza muy lentamente, en una escala mínima: entre 2005 y 2020, la deforestación se redujo en un 0,25%, mientras que la cobertura vegetal creció un 0,6%. Puede parecer poco, pero tratándose de un bioma tan extenso, ese 0,6% equivale a 980.000 hectáreas, aproximadamente 240 veces el tamaño del Bosque de Tijuca.

Los especialistas aún intentan comprender este fenómeno y su sostenibilidad en el tiempo. “Es posible que la Ley de la Mata Atlántica [sancionada por el gobierno federal en 2006], así como otros procesos relacionados con la cobertura vegetal y el uso del suelo, estén teniendo efectos positivos”, dice Maurício Vancine, ecólogo e investigador de la Unesp en Río Claro. En colaboración con otros científicos, Vancine publicó un estudio en la revista científica Biological Conservation que reporta estos nuevos datos.

La ley de 2006, impulsada por el exdiputado federal y ambientalista Fabio Feldmann, prohibió la deforestación de bosques nativos y estableció reglas para la explotación económica de la Mata Atlántica. Los investigadores creen que, además de esta ley, otro factor que ha podido contribuir a la regeneración de la selva es el PSA (Pago por Servicios Ambientales). Se trata de proyectos organizados por el gobierno y entidades del tercer sector que remuneran a productores y propietarios rurales que protegen el bosque. El PSA comenzó a implementarse en la Mata Atlántica alrededor de 2005.

La buena noticia, sin embargo, se recibe con cautela. El estudio publicado en Biological Conservation subraya que, aunque los datos son alentadores, el crecimiento de la vegetación ha ocurrido principalmente en pequeñas áreas aisladas. Según Vancine, el 97% de estos fragmentos tienen menos de 50 hectáreas. “Esto genera desafíos de conectividad entre los puntos y una falta de calidad ambiental”, explicó el investigador a la revista Piauí. “El panorama no es totalmente positivo.” En otras palabras, el crecimiento en cantidad no significa necesariamente un crecimiento en calidad. Aunque hoy haya más fragmentos de selva que en 2005, estos aún no están interconectados para constituir un ecosistema pleno y saludable para las plantas y los animales. El bioma sigue muy frágil.

La Mata Atlántica atraviesa diecisiete estados brasileños, desde el Nordeste hasta el Sur, y también se extiende por Argentina y Paraguay. A diferencia de la Amazonia, es un bioma presente en las regiones más habitadas de Brasil, lo que contribuyó a su rápida devastación: primero con el ciclo del azúcar, luego con el del café y, finalmente, con la expansión de las metrópolis, las industrias y la frontera agrícola en el siglo XX.

Dado que la selva es tan extensa, alberga ecosistemas muy diversos, cada uno con diferentes niveles de degradación. “Mientras que las áreas costeras aún enfrentan problemas como la caza, las regiones interiores, como el Centro de Endemismo Pernambuco (CEP), sufren altas tasas de extinción y baja capacidad de recuperación debido a la fragmentación extrema”, explica el biólogo Vinícius Tonetti, investigador de posdoctorado en la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar).

El CEP, al norte del río São Francisco, ejemplifica bien la devastación en curso. Es un área que se ha reducido año tras año debido a la deforestación y hoy está formada por fragmentos de bosque poco conectados entre sí. Algunas plantas y animales solo existen en determinadas partes de la selva, lo que los convierte en especies endémicas. La destrucción de uno de estos pequeños ecosistemas podría llevar a la extinción de varias especies.

“La Mata Atlántica vive, simultáneamente, la deforestación y una vigorosa regeneración”, dice Luiz Fernando Pinto, director ejecutivo de la Fundación SOS Mata Atlántica. En algunas regiones, como Minas Gerais, Piauí, Mato Grosso do Sul y Bahía, la frontera agrícola sigue avanzando sobre la selva. En Paraná y Santa Catarina, pequeños focos de deforestación continúan reduciendo los bordes de los bosques que aún quedan. Al mismo tiempo, los estados más afectados por la devastación en el pasado, como São Paulo, Espírito Santo y Río de Janeiro, han logrado contener la deforestación y permitir la regeneración del bosque.

Uno de los mayores obstáculos para la recuperación de la Mata Atlántica es la falta de áreas protegidas. Aproximadamente el 80% del bioma está en manos privadas, ocupando el litoral brasileño desde hace siglos. A diferencia de la Amazonia, donde más de la mitad del territorio está protegido por tierras indígenas y reservas naturales, la Mata Atlántica depende en gran medida de iniciativas privadas para su conservación.

En este contexto, la restauración del bioma requiere una combinación de políticas públicas, participación de la sociedad civil y cooperación con el sector privado. “Evitar la deforestación es tan importante como restaurar. Todavía estamos perdiendo bosques y otras formas de vegetación nativa, que en general son maduras y tienen un papel clave en los servicios ecosistémicos”, dice Paulo Guilherme Molin, profesor de la UFSCar.

El reto es grande, pero las señales de recuperación existen. Recientemente, se han descubierto nuevas especies en la Mata Atlántica, como la Eugenia guapiassuana (una especie de cereza silvestre) y un sapo-pulga de 6,95 mm, el segundo vertebrado más pequeño del mundo. A pesar de los desafíos, el bioma sigue demostrando su capacidad de resiliencia.

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