Los números también se manosean

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En el periodismo hay errores, y hay decisiones. Lo primero se corrige; lo segundo se sostiene con vehemencia, incluso cuando ciertos titulares, y no los datos de la realidad, son los que tiemblan. Por eso, cuando ciertos medios “especializados en economía “, comienzan a deslizar cifras con solemnidad -como quien baja del monte Sinaí, con porcentajes estadísticos en lugar de mandamientos-, conviene hacer una pausa. A veces, detrás de tanto énfasis estadístico, lo que hay no es información, sino impostura.

Se ha vuelto costumbre, en algunos sectores, recurrir a la aritmética emocional: tomar un dato aislado, extraído de un mes cualquiera, descontextualizarlo y enarbolarlo como prueba indiscutible del colapso. El procedimiento es simple y eficaz: se ignora la tendencia, se omite la fuente completa, se elude la serie histórica, se toma a una consultora como “botón de muestra ” y se elige el momento exacto en que la cifra desmejora. Luego, se publica. Con foto, con bajada y, por supuesto, con tono apocalíptico.

Es curioso cómo algunos análisis económicos parecen construirse al revés: no a partir de los datos, sino en función del titular que se quiere redactar. Así, una variación mensual del 2 % se convierte en signo inequívoco de derrumbe, aunque las cifras trimestrales o interanuales indiquen otra cosa. La estadística deja entonces de ser una herramienta para comprender la realidad, y pasa a ser un insumo decorativo al servicio de un relato ya escrito.

¿De qué hablamos cuando hablamos de “caída del consumo”? ¿Estamos comparando mayo con abril? ¿O con mayo del año pasado? ¿Estamos hablando de ventas nominales o a precios constantes? ¿El ajuste por inflación se hace con el IPC nacional o el regional? ¿Cuántos datos se dejaron fuera del encuadre para que el encuadre resulte más dramático?

Lo interesante no es que estas preguntas no tengan respuesta. Es que, últimamente, ni siquiera se formulan. Porque lo importante no es comprender, sino. golpear mediáticamente No es explicar, sino sugerir y sugestionar. No es esclarecer, sino insinuar que algo huele mal, sin necesidad de decirlo.

Por supuesto, toda economía tiene claroscuros. Y toda gestión, tropiezos. Pero convertir la interpretación selectiva en costumbre es otra cosa. Es hacer del periodismo una forma disimulada de militancia editorial, donde lo que incomoda no es la verdad, sino su persistencia.

A veces, leer ciertas notas económicas es como presenciar una cirugía con guantes de boxeo. No hay precisión, no hay matiz, no hay pudor técnico. Sólo golpes. Contra el contexto, contra la lógica comparativa, contra la memoria reciente. Y, por supuesto, contra los ciudadanos, que merecen algo mejor que una infografía emocional.

Porque, si algo queda claro, es que los números también se manosean. Y, cuando se hace con alevosía, ya no hablamos de un error. Hablamos de un método.

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