Iván Ortega apuesta a “encontrar el punto gourmet de la comida popular” para cautivar a todos en la bahía “El Brete”

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Con el patio de comidas Cabureí, del chef misionero Iván Ortega, apuesta a cautivar a posadeños y turistas con un menú popular, donde pretenden “encontrar el punto gourmet de la comida cotidiana o popular”.
El chef Iván Ortega vuelve a sus orígenes, a la búsqueda del sabor de los alimentos que tanto lo apasiona, haciéndose cargo del parador en la Bahía El Brete con la segunda versión de la marca Cabureí. Que creo en 2014 con un local en 115 y Quaranta en Posadas, dedicado a la venta tipo delivery, ahora se juega a conquistar a los veraneantes y a quienes disfrutan del paseo costero capitalino.
“Queremos ofrecer lo popular con calidad. Realzando el sabor del alimento más allá del sofismo”, afirma Ortega en diálogo con Economis en el parador, donde estaba ultimando los detalles para la apertura.
Pretende que los veraneantes y turistas puedan “comer de manera cotidiana con un plus de sabor”. Por ello redobla la apuesta de Cabureí creando este parador que tiene dos proyecciones, una para el veraneante con comidas y bebidas al paso y otra para el que quiera cenar a la orilla del Paraná, con menú al plato.
“Queremos apropiarnos del espacio según el horario, de día a los veraneantes y deportistas que disfrutan de la Costanera o la playa El Brete; y en el atardecer de quienes vienen a pasear disfrutando de la costa del río”, explica. Para ello proponen lograr el “punto gourmet” de la comida y las bebidas.
“Me emociona lo popular” comenta y considera este nuevo emprendimiento como “un lugar para expresar un sentimiento donde el sabor y el buen servicio sirvan para revalorizar el paisaje”. Afirma que “un buen servicio que represente la calidez del misionero en el único punto con playa cerca del centro de Posadas”.
A la vez busca generar un nuevo espacio donde no se lo identifique solo con la “promoción de la comida regional”, porque según él “el Patrimonio Jesuítico Guaraní ya tiene su espacio en la gastronomía y es invitado a ferias en todo el mundo”. Este proyecto no lo emprende solo, sino acompañado de su hermana Liliana y Diego Paredes.
Ortega apuesta a recuperar el “hacer del cocinero misionero”, apostando a diferentes comidas según el segmento del publico siempre con la mejor calidad y realzando el sabor. Tendrán especialidades en sandwiches de lomos y hamburguesas; empanadas, pizas, panchos, chipas, jugos y licuados naturales, así como papas y mandiocas fritas con salsas calientes. También habrá ensaladas y toppings.
En parador tendrá una salida para la comida al paso y delivery y una salida al plato, la salida al plato será desde las 19 horas para disfrutar del atardecer de cara al río.
“La satisfacción personal es poder ofrecer algo de calidad gracias a mi trabajo y mi esfuerzo” remarcó Iván Ortega. Que comentó “yo fui por muchos años el que trabajaba en la cocina de otro y por eso quiero mucho a quienes son mis trabajadores”.
“El objetivo es desde el servicio brindar una diferencia y reconocer la idiosincracia amable de los misioneros”, plantea el chef. Por ello formó un equipo de trabajo que se sienta a gusto haciendo las tareas requeridas.
Vuelve con la firma Cabureí, porque para Ortega “es el búho de la suerte, como en la cultura guaranítica”.
Sobre el porque elige los productos de la Agricultura Familiar, Ortega explica que “no se trata solo de comprar local para obtener salud, sino para encontrar ventajas competitivas para todo el circuito, a la vez que se pone en valor el trabajo de los productores misioneros”.
Cabureí trabajará entre semana desde las 16 horas hasta las 24 horas y los fines de semana desde el mediodía hasta la medianoche.
El parador fue acondicionado con un diseño funcional inspirado en un sistema norteamericano de atención, para reducir el tiempo de espera del cliente. En especial el cliente al paso (bañistas o deportistas).

 
 

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Iván Ortega cocinó unas empanadas misioneras en las Cataratas del Iguazú

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El chef misionero Iván Ortega participó del programa Cocineros Argentinos filmado en las Cataratas del Iguazú. Allí deslumbró con unas empanadas misioneras.

El cocinero misionero destacó que su plató es “casi una oda a la mandioca”. Agradeció que le permitieran presentar su receta en el programa Cocineros Argentinos, en uno de los paisajes más hermosos del país.

Comentó que “me preguntaron de todos los trabajos gastronómicos cual me gustaba mas y dije dar clases de cocina y lo gratificante de enseñar”. A través de sus redes sociales compartió las fotos y video de su nueva experiencia gastronómica.

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Iván Ortega: “Salté a la fama con un sándwich”

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Deleitó con sus platos en varias ciudades de Europa y cocinó en algunos de los mejores restaurantes de Buenos Aires. Pero la tierra tira. Por eso decidió volver y convertir su nombre en una marca registrada vinculada a la gastronomía misionera y regional.

Iván Ortega confiesa que se convirtió en chef después de un paso frustrado por la actuación, que había sido su primera pasión que lo llevó a perfeccionarse en París después de haber estudiado en una de las compañías de teatro más prestigiosas de Argentina. Pero esa frustración se transformó en una nueva pasión. “Soy un hombre con suerte”, asegura ahora, con un largo camino recorrido. Y una anécdota lo confirma: se hizo famoso por un sándwich que llegó hasta la mesa de Mirtha Legrand.

La transformación es permanente. El chef se convirtió en marca registrada, en consultor gastronómico y ahora está en proceso de ser empresario.

“Ser consultor es como en cualquier profesión, la utilización de tus antecedentes profesionales puestos al servicio de alguien. Lo que vendés es tu  Know How, es la venta de lo que sabés hacer”, explica.

Pese a su pasión por la cocina gourmet, entró a las grandes ligas casi de casualidad, de la mano de Pablo Campos, un CEO de McDonalds que comenzaba a abrirse paso para apostar a un nuevo concepto asociado a la cadena de pastelería Martín De Ridder.

“Estuviste por París -me dice- ¿Conocés el croque madame?” Sí, el sándwich que tiene huevo arriba”, le contesté. Charlamos largo… “Me gustaría entrevistarte, yo creo en la sangre joven”, me respondió. El diálogo se dio en la sala de espera de un aeropuerto.

Campos tenía la idea. Vender sándwiches, ensaladas, crocs. Pero no tenía el menú. “Me contratan junto a Nicolás García Díaz, otro cocinero y nos reunimos los dos jovencitos a diseñar el menú que hoy tienen en cinco locales, por no decirte seis porque están por abrir uno”, recuerda.

El primer local abrió en plena Recoleta porteña, donde funcionaba el antiguo Bar “Pitas”, de donde eran las famosas “niñas petiteras”.

“Era interesante ver como un bar gallego, venido a menos, se iba transformando. Ahí aprendí mucho sobre la gestión de un restaurante. Poco a poco fui opinando y si no opinaba, veía. Después vino el momento de crear el menú e hicimos una lista grande, de eso seleccionaron los platos y como quién no quiere la cosa estuve en la apertura en un café gourmet. Y fue exitoso desde el día uno, con filas en espera que se mantienen hasta hoy. Ese fue el primer local y el segundo fue en el Palacio de Errazuritz, frente al Automovil Club Argentino. Ahí abrimos un “croque madame” en el Museo Nacional y ya había tomado más brío”.

Sin embargo, la muerte de su padre, el reconocido periodista “Neneco” Ortega marcó un quiebre, que a la postre, definiría su futuro.

Se emociona cuando lo piensa. “El murió muy tranquilo de mi profesión. Me había dado un título, yo estaba pisando fuerte. Llegó a ver la nota que me hicieron en la revista Ticket de la Nación”, recuerda orgulloso.

Los últimos meses los habían pasado juntos, ya que por el tratamiento médico, el veterano cronista se atendía en Buenos Aires.

Al momento de la muerte de su padre, Iván había ganado una beca de especialización en el País Vasco. Europa volvía a ser un refugio, pese a la zona de confort que significaban los Croque Madame que estaban en pleno auge.

El País Vasco fue un lugar para mitigar la tristeza. El bolso volvía a armarse. Pero sus jefes no aceptaron la renuncia, sino una licencia sin goce de haberes. Era lógico. El Croque Madame creado por Ortega había marcado la fama del local. “Era un pan lactal con queso, con jamón y un huevo arriba. Lo que hice, con un sacabocados, fue un agujero al sándwich y lo puse a la plancha, con el huevo al estilo del ojo griego. Cuando das vuelta el sándwich, queda parejito como si no tuviera nada. A la hora de la prueba, me dicen “Iván, le falta el huevo”. “Les digo no, córtalo al sándwich y ahí chorreó todo el huevo semi coagulado. Realmente sorprendí con una pavada en un sándwich y así conseguimos la atención de toda la prensa. Los primeros interesados fueron los de la revista La Nación. Le agregamos una ensalada de salmón ahumado, que había visto en foto en un edificio de un reloj Art Decó, y unos crocantes de queso que eran las agujas. Con eso saltamos a la fama, hasta que llegamos a la mesa de Mirtha Legrand que nos invitó a su programa, porque a Marcela Tinayre le gustaba mucho el Croque Madame”.

 

¿Cómo pasás de estudiar actuación a la cocina?

De una profunda frustración, siempre digo lo mismo, no tengo miedo de las palabras. Tengo que reconocer que me sentí frustrado como actor, pero no por mis condiciones, por burocracia. Cuando fui a Buenos Aires, decido estudiar Comunicación Social, como mis padres, empiezo a hacer el CBC. Pero un poco por cobardía, yo tengo muy buena gramática y escritura, pero no muy buena ortografía, supe retirarme a tiempo, porque siempre supe retirarme a tiempo de los lugares. Lo veo como una cuestión de grandeza y no de cobardía el retirarme a tiempo.  En paralelo empecé teatro con Ana María Campoy y Cristina Banegas, porque mi hermana era actriz –Liliana Ortega fue la protagonista misionera de Yago, Pasión Morena, con Facundo Arana-. Gano una beca para ir a estudiar teatro Francia con un misionero, Oscar Sixto. Para ese entonces ya había dejado Psicología, porque en realidad la carrera que dejé fue Psicología”, enumera.

La beca fue un aprendizaje doble. Trabajó en un restaurante como muchos otros argentinos que van a probar suerte: lavando copas.

“¿Por qué mi frustración? Porque me va muy bien en París, con el idioma incluso y me contratan para ser asistente de producción en una obra que se iba a llamar “La guerra Prometida”, de Miguel Delibes, el español y se iba a realizar en la Rue de Avignon. Tuve que volver para gestionar mi estatus de trabajador. Dejé la mitad de mis cosas en París. Pero había un error en el contrato. Había que legalizarlo en París. Burocracia, querían frenar la inmigración y el tiempo pasó. Prácticamente a bajarse los calzones a la embajada, era un horror presentar certificados de sueldos y era trabajoso conseguir un contrato legalizado, y fue rechazado. Me hicieron otro y rebotó por el monto. Y ya no hubo tercer contrato. Tenía 22, 23 años y me dije “hasta acá llegamos”.

“Yo había trabajado en Paris, para poder mantenerme en un pequeño barcito de París y ahí yo había dicho si esto no va, me dedico a la cocina…. Y fui consecuente con eso. Me frustré mucho. Ya tenía un lugar en Francia, otra vez tener que luchar, tener que hacer. Pero no me arrepentí de haberme retirado… Estudié cocina y fue muy lindo. Conocer al Gato Dumas de entrada, ser su ayudante de entrada. Yo soy un hombre de suerte”.

¿En qué te inspiras para diferenciarte en medio de este auge de la cocina?

Yo comencé con esto hace 15 años. El primer medio que me publicó un plato fue El Territorio, allá en el 2003 en la revista NEA, estaba cursando el primer año de gastronomía. Mi papá era el secretario de redacción así que me publicaron un plato. ¿En qué me inspiró? En las grandes ideas. No me importa la bandera, en los grandes cocineros internacionales, en las grandes ideas más que en los cocineros, e intento convertirlas y utilizo algo que tiene que ver con mi origen. La gran herramienta de la cocina de los Jesuitas fue el de la sustitución, ellos venían con un recetario europeo, pero debieron sustituirlo con los ingredientes del nuevo mundo. Me inspiro en las grandes ideas del mundo a nivel gastronómico y utilizo casi de manera ancestral la sustitución con productos locales. Y me inspiro mucho en mi infancia. Los más grandes platos que me enorgullecen de lo regional-fusión, uno es el M´beyú relleno, que lo hice en 2006. Recibí tantas críticas, tantas críticas… ¿Qué hace este pelado que hace un M´beyú cheto? Cheto porque le ponía tres quesos y lo miraban como a un taco mejicano. Pasaron 10 años y me paro frente a los negocios de la Costanera y tengo ganas de decirles: “No sabés la primera vez que hice esto como me criticaron”.

¿En qué lugares cocinaste? ¿Volviste a Francia?

Volví a Francia para tomar cursos, hice formación más que nada. Después cociné en el Restaurant Casa Cámara del País Vasco –muy famoso-. Fue mi cable a tierra cuando falleció Neneco. Me tocó un jefe muy bueno… Alberto, me acuerdo que llegué con una tristeza tan grande. Era otoño, hacía frío y las calles estaban mojadas, porque el restaurante está construido casi sobre el mar. Se levantaba el vaho de la calle, una película. Lo único que quería es que sea una buena persona el jefe de cocina y fue una persona increíble. Estuve seis meses en el País Vasco. Después tuve que regresar porque las mujeres de la casa me necesitaban. Y acá me di cuenta que me necesitaban mucho, mi familia y la sociedad. No había ni siquiera mandioca frita en los restaurantes. La Ruedita siempre tuvo, pero en un restaurante común no había, en una pizzería de barrio tampoco. Era más fácil encontrar papas fritas McCain que mandiocas fritas”.

“Entonces regreso para ver cómo estaban mi mamá y mi hermana, las encuentro tristes, como estaba yo. Abro el diario y leo que buscaban profesionales cocineros para las clases de cocina del Instituto Superior de Estudios Terciarios. Hice la entrevista y vieron mi curriculum y me quedé.

Tu tierra también te llama…

Mi tierra me llamó. Si bien pensaba quedarme dos o tres meses, un año, hasta que la familia esté bien y retornar a Buenos Aires, enseñaba a chicos que venían de El Soberbio, Colonia Alicia, chicos que venían de Campo Ramón y otras colonias. Muchas veces, por no decir la gran mayoría, ni siquiera habían sido comensales en grandes restaurantes y yo contaba de Europa, del arte decorativo, del Croque Madame, de la mesa de Mirtha Legrand. A ellos les brillaban los ojos. Ahí me dije: “Yo dije soy muy útil acá”.

La tierra te sirvió para abrir tu propio camino…

En ese ser útil acá encontré mi lugar. Tampoco había, más allá de Benjamín Heras, que era español y nunca quiso hacer otra cosa. Él fue muy noble con su origen. Cuando yo llegué él ya estaba enfermo. Entonces fue como un traspaso generacional y a la vez conceptual, de matriz. Yo tenía experiencia en San Sebastian, en cocina española y formación en París, en Europa. Podía ponerme a diseñar platos franceses, pero tengo un señalador que dice: “Ser original es retornar al origen”. Entonces decido dedicarme a la cocina que me enseñó mi abuela, mi madre. En ese momento era la cocina paraguaya y luego entendimos todos que el patrimonio cultural es de una región. Comencé con la cocina regional, en ese comenzar a instruir a los jóvenes que querían ser cocineros y necesitaban a un chef con experiencia, un coterráneo suyo. Ahí encontré mi lugar de singularidad.

 

Hoy hay en la televisión muchos programas de cocineros, ¿Creés que se valora la cocina o es solo un show?

La televisión es el gran reflejo de la sociedad. Desde lo antropológico la comida ha sido la que articuló la sociedad, a partir de que se cocinan los alimentos el  hombre dejó de ser recolector y se reúne en torno al fuego, espera la comida y comienza el lenguaje. A partir de la comida están los grandes festejos, con la comida está la identidad. Estos programas de televisión deben estar. ¿Qué es lo importante en ese programa? Lo importante es el genio y figura del cocinero, no tanto del alimento. Muchas veces el alimento es tratado de manera secundaria e incluso hoy en día yo miro algunos platos, que me parecen bellísimos y no estoy hablando de los programas de cocina, de revistas, en general. Digo platos y digo qué bellezas, me gustaría hacer una copia y con ellos unos cuadros y ponerlos en mi cocina. Después lo miro y veo que son manchas de una emulsión o un puré, con dos delgadísimas rayas de dos rabanitos, con manchas de un aceite con un punto de otro aceite adentro de otro color, con dos brotecitos de soja, una línea de una reducción y tres pétalos de flores, y, me pregunto si eso se come. Sí me parece que hay mucho de show en esos programas y me parece que hay un abuso de las condiciones del trabajador gastronómico. Los cocineros, los jefes de cocina, somos muy cabrones, yo tengo un genio horrible, eso tiene que ver con la gran presión que siento… pero maltratar a alguien en un estudio de televisión, sin que haya comensales esperando, sin que ese plato sea de un restaurante, sin que alguien vaya a pagarlo, es como la simulación de enojarte. Simular bajarle la autoestima a alguien no me gusta. Pero los programas deben estar, son necesarios y positivos.

 

¿Los misioneros saben comer bien?

Los misioneros saben lo que quieren comer, es muy difícil introducirles cambios. El misionero sabe cómo quiere la sopa paraguaya, cómo quiere la mandioca, como quiere el pollo, a las brasas con vegetales y panceta. El asado le gusta bastante hecho, no le gusta la carne cruda, quiere los guisados cuando hace frío. El misionero quiere la gallina con arroz, la harina de maíz con gallina, por eso el M´baiyphy o la polenta, el Borí- Borí con gallina. Que de ahí hagamos un análisis si está balanceada su dieta o si es sibarita, es otra cosa. Identitariamente la tiene clarísima Misiones.

 

¿Y se paga bien en la cocina?

¿En Misiones? Muy mal. Se paga muy mal y te lo dice un privilegiado que gana muy bien. No puedo no dejar de ver el padecimiento de mis compañeros gastronómicos, siento a veces una profunda tristeza. Yo abrí doce unidades de negocio en la región, con un promedio de 20, 25 puestos incluido mi local Cabureí que tenía 5 empleados. Hago un cálculo de haber generado más de 200 empleos, incluido Vualá que reabrirá sus puertas pronto. Esas personas ponen muchas ganas y mucho amor a su profesión, pero este es un país que no ayuda al trabajador gastronómico. El trabajador gastronómico sirve a la sociedad en sus momentos festivos, los siete días, descansa un día a la semana, con suerte descansa medio día más. Trabaja más de ocho horas, nueve, diez, por estatuto, no por ganas. Trabaja en todas las fiestas, el cumpleaños de quince de su hija, tantas cosas, y no llega, por lo general, a su propio coche con su trabajo. En Europa el trabajador europeo viene en su coche, puede planear sus vacaciones tranquilo y me duele ver lo de acá.

¿Has hecho un montón de cosas, recorrido el mundo qué te queda como desafío?

Ahora me queda dejar mi lugar a las nuevas generaciones, en lo que es mostrar la provincia, dejar mi lugar en exposiciones, ferias, en revistas. No es retirarme, sino ayudar a un cocinero que no tiene experiencia en ferias nacionales como tiene que moverse, por qué no acompañarlo la primera vez, o hasta cuando me necesiten. Y de a poco ir retirándome. Porque ¡qué feo es decir esto! Me siento feliz, me siento realizado, como representante y como cocinero con nombre propio. El objetivo ahora es ser un buen empresario.

¿Cómo es esa mutación del cocinero al empresario?

Con Cabureí fue mi primera experiencia, y todo el mundo me decía cómo vas a ir a abrir en 115 y Quaranta –a las afueras de Posadas- no va a ir ni el loro. Cuando lo vendí tenía tres compradores, la gente del centro siempre me pedía a ese lugar. Pienso que voy a ser un buen empresario, un empresario justo, quiero formarme más en administración, más en recursos humanos. Quiero empezar de abajo como hice siempre, porque empecé limpiando heladeras en el hotel Hilton.

Cocinaste en muchos lugares, pero ¿a qué cocinero querrías conocer y dónde comer como comensal?

Quiero ir a uno que es del cocinero Jordi Cruz en Barcelona, y de la Argentina, Tegui de German Martitegui, que es una persona muy amable conmigo.

 

¿Te sentís a la par de esos nombres?

Hace unos días me encontré hablando con Narda Lepez, con German Martintegui, se armó una ronda. Me decían estos grandes que no sabían que el maní es autóctono de Misiones. En realidad lo es de la región guaranítica, y les conté del mandubí. En Misiones a diferencia de otros lugares, toda la gastronomía está en la mesa cotidiana. Acá la sopa paraguaya la vende la chipera en la esquina, pero el aceite de maní el mandubí se elaboraba acá. Hoy en día ya no se elabora más y los cocineros si queremos incorporar eso tenemos que comprar de China. Ellos no sabían del mandubí.

Este año también estuve en la representación del Plan Cocinar, en Madrid, cuya cereza de la torta fue ese gran asado en la Plaza Mayor de Madrid, con Francis Mallman. Estuve entre esos 40 cocineros argentinos que tomaron la plaza Mayor de Madrid. Yo llegué y recordé que fue el primer punto que pise en Europa. Y me tocó pelar pollo, mirá lo que hice… Lo increíble del asado fue estar ahí, en lo gastronómico no hice mucho, pero estuve ahí, mirando los frescos y me recordé a mí cuando era joven y voy a decir una frase hecha pero pensé: “Has recorrido mucho muchacho”.

 

Iván asegura ser muy amiguero. Pero es, del grupo, el que no quiere cocinar. Admite que su fuerte no es el asado y que a la hora de cenar, bien puede comer un picadillo con galletitas y un vaso de gaseosa.  “Soy de comprar comida por kilo en el supermercado”, se ríe.

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Gastronomía, turismo y producción se combinaron en el encuentro Del Territorio al Plato

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Con comidas elaboradas con productos autóctonos del Noreste Argentino (NEA), como yacaré, mandioca, carpincho, chipa, pacú, reviro, mango y mamón, el encuentro “Del Territorio al Plato” expuso la gastronomía de esa región, un corredor al que el ministro de Turismo, Gustavo Santos, consideró “estratégico” para la actividad turística.

Los sabores del NEA fueron anoche protagonistas de la cena en la sede central del Automóvil Club Argentino en la Ciudad de Buenos Aires, de la mano de los cocineros regionales Alejandro Delpino, de Formosa; Ariel Leguiza, de Corrientes; Carlos Losch, de Chaco, e Iván Ortega, de Misiones.

Santos dijo a la audiencia que “este corredor de naturaleza que empieza en Misiones, baja al Iberá (Corrientes), pasa a Chaco, con su Impenetrable, y llega a Formosa, donde está el Bañado La Estrella, el tercero de Sudamérica, fue el primer corredor que definimos como estratégico”.

“Este corredor, en el que más esperanzas pongo, lo hemos interpretado con la gastronomía, su cocina”, añadió el ministro, y resaltó que “antes sólo se sabía de ellos por los chicos desnutridos de pueblos originarios, pero ahora pueden integrarse en un producto en el que sólo tienen que ser ellos mismos, pueblos originarios, que son muy valorados por su cultura y producción”.

Del Territorio al Plato es una iniciativa organizada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y la Fundación Argeninta, que valoriza y promociona alimentos y cocina de las regiones del país para contribuir con la producción y el turismo locales.

Su primera edición, hace un año, estuvo dedicada al Noroeste Argentino, ahora le tocó al NEA, y fuentes de Argeninta anunciaron a Télam que el próximo turno será Cuyo, luego la Patagonia y finalmente la región centro del país.

Para un numeroso grupo de comensales, integrado por chefs, productores, empresarios, técnicos, funcionarios y prensa especializada, se sirvieron preparaciones autóctonas como bocaditos de yacaré sobre chip de mandioca crocante, reviro con huevo de codorniz, chipa, escabeche de carpincho y empanadas de cordero mesopotámico con maní, en el aperitivo.

Estos bocados fueron acompañados por tragos como gin tonic con té misionero, gin de yerba mate y jugo de naranja, agua mineral con rodajas de cítricos del NEA y un vino blend reserva del INTA, que luego también regó la cena.

La entrada de la cena fue una variante de sopa paraguaya: torta de maíz y queso con mix de verdes y emulsión de arándanos, a lo que siguió, como plato principal, un chupín de pescados: surubí y pacú, con mandioca frita.

El postre fue una combinación de helado de mango con banana flambeada, madera comestible y panal de miel (sobre este último, uno de sus autores recomendó “masticarlo como chicle”), acompañado por un vino espumante blanco, también producido por el INTA.
Tras la cena llegó una infusión denominada “cocido quemado”, que por contener yerba y azúcar, a muchos les recordó simplemente al tradicional mate cocido.

También hubo café,y como la infusión anterior fue acompañado por alfajorcitos de almidón de mandioca, pepas de dulce de mamón y de naranja y bocaditos de algarroba, mascabo y maracuyá.

El chef Delpino, quien llevó para la cena el pacú y unos panales de miel desde Formosa, dijo a Télam que estaba muy contento “por conocer colegas de la región y que entre todos le estemos dando un nombre, una identidad, a nuestra cocina”.

“Nuestra idea es ayudar a los productores para que puedan mejorar y satisfacer nuestras necesidades”, explicó el cocinero y dueño de La Cantina del Sarmiento, un pequeño restaurante que funciona en el club que le da el nombre, en la capital formoseña.

Delpino contó que sus platos son en base a surubí y pacú, el primero del río y el segundo de “una piscifactoría sustentable, que tiene un piletón en el que dos años siembran arroz y dos años vive el pacú, que come los caracoles y larvas que quedan en el fondo”.

“El surubí es el pescado que más sale, aunque el de Formosa es más flaco que el de Corrientes y de Chaco, porque sube contracorriente por el río Paraguay para reproducirse, y su carne en lugar de ser amarilla es rosa, con mucho menos tenor graso y de sabor más delicado”, aseguró.

 

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Por último, comentó: “tenemos mucha influencia de la gastronomía paraguaya, a la que llamamos gastronomía guaraní, con la que esperamos unirnos al resto de la gastronomía argentina”.

Losch, de Chaco, quien participó de la elaboración del chupín de pescado, afirmó que “es como llevar la gastronomía nuestra a las bases; hacer lo que hacían los primeros pobladores de la zona, con la pesca diaria”.

“La nobleza del chupín que preparamos es que fue hecho con productos de la huerta y productos del río, con zanahorias, cebollas y pimientos, poco condimentos, y se cocina dentro de su jugo; todo muy natural”, explicó a Télam este cocinero dueño del restorán Almacén Gourmet, de Resistencia.

Sobre éstos y los otros chefs presentes, a los postres el ministro Santos afirmó: “Estos chicos son como dioses que transforman los elementos en otras cosas, deliciosas, cuando pasan por sus manos”.

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