Los transgénicos arrasan con pequeños agricultores y destruyen economías regionales
Por Carlos A. Vicente – Farmacéutico, integrante de GRAIN, Ong Internacional. Este tipo de intervención no ha logrado terminar con el hambre en el mundo como prometían sus mentores. El debate sobre los alimentos transgénicos lleva más de veinte años y aún no ha sido saldado fundamentalmente por los poderosos intereses que se mueven detrás de su imposición y por la falta de un debate público amplio que considere la complejidad de la problemática.
Para ello lo primero que debemos saber es ¿qué es un transgénico? De manera simple podemos explicar que una semilla transgénica es aquella a la que se le ha introducido, a través de procesos de laboratorio conocidos como ingeniería genética, un gen de otra especie (microbiana, animal o vegetal) que le otorga una característica particular. Pero lo central es que este fenómeno nunca ocurriría de manera natural.
Hace 24 años cuando lanzamos la Revista Biodiversidad, Sustento y Culturas, en su primer número decíamos: los transgénicos “prometen un mejoramiento de las condiciones de la agricultura, con la creación de una nueva generación de semillas milagrosas. Sin embargo, las mayores inversiones en investigación en este campo, se están realizando en la creación de plantas resistentes a los herbicidas, no a las enfermedades“.
Esta amenaza ha sido confirmada y hoy, con los resultados a la vista, podemos sacar conclusiones contundentes:
La amplia mayoría de los transgénicos que se producen hoy comercialmente tienen dos características principales: o producen una toxina para insectos o son resistentes a herbicidas. Su cultivo no tiene ninguna relación con lograr mayor productividad o alimentos de mejor calidad, si no con lograr mayores ganancias y control por parte de las corporaciones. Y este control incluye la apropiación de las semillas a través de patentes.
Los cultivos transgénicos son los hijos dilectos del agronegocio y las consecuencias socioambientales que han traído hoy no pueden discutirse: más de 24 millones de hectáreas con dos monocultivos (soja y maíz) fumigadas con más de 300 millones de litros de glifosato han llevado a la Argentina a constituirse en uno de los territorios más afectados a nivel global por este modelo de agricultura: deforestación récord, contaminación de suelo, agua y aire y los pueblos fumigados, son solamente algunos de los emergentes de este drama.
Los transgénicos no han servido para terminar con el hambre en el mundo como prometían. Todo lo contrario, la producción masiva de cultivos industriales ha arrasado con miles de pequeños productores de alimentos, destruyendo economías regionales y desplazando a campesinas y campesinos de sus territorios.
Finalmente los cultivos transgénicos padecen de un mal de nacimiento: la ciencia que los ha concebido.
El doctor Andrés Carrasco, que fue presidente del Conicet, lo explicaba con absoluta claridad: los transgénicos “violan procesos biológicos con procedimientos rudimentarios, peligrosos y de consecuencias inciertas que mezclan material genético de las plantas con el de distintas especies (vegetales y animales)”.
Alimentar a toda la humanidad con alimentos saludables es quizás uno de los mayores desafíos que tenemos y claramente los transgénicos no están incluidos en la lista de recursos disponibles.
La agroecología de base campesina es el camino y cada día se fortalece más el consenso en ese sentido.