Mötley Crüe y Def Leppard en Argentina: es solo una cuestión de actitud

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(Por Hernani Natale) La banda angelina Mötley Crüe y la británica Def Leppard protagonizaron anoche una velada de alto voltaje rockero en el porteño Parque Sarmiento, en la que ambas propuestas maridaron naturalmente en el plano sonoro, aunque contrastaron en cuanto a la postura escénica.

Mientras el quinteto oriundo de Sheffield apostó a un hard rock de alto vuelo y puso el énfasis en su notable oferta musical, el cuarteto estadounidense apuntaló su performance con una alta cuota de sexismo, que si bien forma parte de su ADN, a esta altura resultó casi paródica y distractiva.

Es que Mötley Crüe también tuvo sus grandes momentos musicales y, aunque tardó un rato en encontrar su mejor forma, fue construyendo a lo largo del concierto un sonido vigoroso, con pasajes de crudeza y algunos tempos altos que lo dejaron en las puertas del hardcore.

Pero como si hubiera quedado atrapada en los años `80 o como si tuviera que hacer honor a su historia extramusical, la cual pudo refrescarse hace un tiempo con el lanzamiento de la bioipic “The Dirt”, la banda concentró demasiados esfuerzos en reivindicar esa imagen de altos niveles de testosterona.

Y aunque en cierta forma el público lo celebró como parte del show que fue a buscar, todo terminó convirtiéndose en un monótono chiste de dudoso gusto.

La jornada rockera arrancó cuando comenzaba a caer la tarde con los locales Rata Blanca, sin dudas una buena elección como para calentar los motores y dejar el escenario a punto para el ingreso de Def Leppard.

A cinco años de su última visita, pero con la novedad de haber editado un nuevo disco en ese lapso, el grupo británico brindó un soberbio set de principio a fin, sin puntos flojos, con un impecable sonido y destacadas performances personales.

Desde la intacta voz y la presencia escénica de su frontman Joe Elliot, las poderosas guitarras de Phil Collen en rol solista y Vivien Campbell más orientado a las sólidas bases, el sólido bajo de Rick Savage y el milagroso baterista Rick Allen, Def Leppard dio cuenta de lo bien que le sientan las más de cuatro décadas de historia.

En ese contexto, el grupo pudo darse el lujo de arrancar el concierto con uno de los temas nuevos, en este caso “Take What You Want”, y volver en otros pasajes con otros dos de esa reciente producción -“Kick” y “This Guitar”-, sin provocar baches en la atención de sus fans, naturalmente más celebratorios en los grandes clásicos.

“Estuvimos hace un par de años, luego vino la pandemia, pero hicimos algunas nuevas canciones”, anunció incluso el vocalista antes de introducir una de las composiciones más recientes.

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Al buen arranque le sumaron de inmediato “Let´s Get Rocked”, la que hilvanó con “Animal”, “Foolin´” y “Armageddon It”, las cuales crearon un macizo bloque rockero.

Mientras “Love Bites” y “Promises” mantuvieron el clima, el respiro acústico llegó con la mencionada “This Guitar” y “When Love and Hate Collide”, aunque sin perder intensidad.

Un juego lumínico con rayos láser e imágenes históricas de los años más calientes en la carrera espacial fueron el marco ideal para devolver el pulso alto con “Rocket”; “Bringin´ On the Heartbreak” mostró que el rock poderoso también puede ser melodioso; y el pasaje instrumental “Switch 625” fue la excusa para el lucimiento de los guitarristas y, especialmente, de Rick Allen, quien protagonizó un solo de batería con el que hizo alarde del novedoso sistema de pedales que creó en los `80 cuando perdió un brazo en un accidente automovilístico.

“Hysteria” trajo el recuerdo de los primeros años de la banda y el megahit “Pour Some Sugar On Me” prolongó ese estado que siguió hasta el final con “Rock Of Ages” y “Fotograph”. Las fotos de los integrantes del grupo casi 40 años más jóvenes que proyectaban las pantallas contrastaban con la imagen que se veía en el escenario, pero la buena forma musical de la banda parecía empeñada en negar el paso del tiempo.

Las sensaciones que había dejado Def Leppard en una hora y media exacta de show eran las mejores y todavía faltaba el plato fuerte de la noche, el cierre a cargo de Mötley Crüe. Nada podía salir mal.

Hacia las 22.30, el “Réquiem” de Mozart en los parlantes preludiaba el inicio del set de los chicos traviesos de Los Ángeles y una parodia de noticiero en las pantallas, de un ficticio canal MCNN, con un locutor que mencionaba al grupo y hacía alusión a su visita a la Argentina, lo confirmaba.

El grupo conformado por Nikki Sixx en bajo, Vince Neil en voz y Tommy Lee en la batería, que en la gira presenta a John 5 en guitarra en lugar del original Mick Mars -quien se jubiló definitivamente de los vivos por problemas en su columna- dijo presente en un escenario que se pobló de tubos de luces led, algunas de ellas formando una cruz invertida que oficiaba de soporte de micrófonos.

Los “chicos malos” de Los Ángeles buscaron impactar de entrada con tres clásicos como “West Side”, “Shout at the Devil” y “Too Fast for Love”, pero el sonido necesitó de un tiempo para ajustarse y eso les hizo perder efectividad en el arranque.

A pesar de todo, Mötley Crüe apostó a la energía y, con el correr del set, fue ganando en claridad e intensidad. Lo que no dejó lugar a dudas fue la elección de John 5 como guitarrista: un gran acierto a juzgar por el empuje sonoro que le sumó al grupo.

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Pero sobre el escenario también aparecieron cada vez con mayor asiduidad dos bailarinas, que en principio parecían coristas, aunque los contoneos sensuales, las vestimentas que fueron desde los shorts cortos a las mallas y algunas performances en medio de cadenas, casi como si se trataran de números de un club de nudistas, fueron ganando cada vez más terreno.

El punto culminante de esto fue cuando Tommy Lee, en medio de dos canciones, monopolizó el centro de la escena al grito de : “Veo algunas tetas argentinas” y arengó para que las chicas del público se levantaran las remeras. Muchas de ellas cumplieron con ese pedido.

Antes había sido el turno unipersonal de Nikki Sixx, quien fue mucho más moderado y, si bien hizo subir a una fan, no cometió ningún exceso y solo se limitó a mimar a los seguidores al destacar que: “La razón por la que estamos aquí y hacemos esto es por ella y por ustedes”.

Todo eso fue transcurriendo a medida que se sucedieron “Don´t Go Away Mad (Just Go Away)”, “Saints of Los Angeles”, “Live Wire”, “Looks That Kill” y “The Dirt”, tema de la homónima biopic. Allí, las pantallas mezclaron realidad y ficción, y le concedieron un instante protagónico a Machine Gun Kelly (Tommy Lee en la ficción), quien rapeó una parte de la canción.

Tras un solo de guitarra de John 5, más orientado a sumar yeites y acumular notas con el tapping que a llenar el espacio musical; el concierto tomó vuelo definitivo con un popourrí que incluyó “Smokin´ in the Boys Room”, “Helter Skelter” de Los Beatles, “Anarchy in the U.K.” de Sex Pistols y “Blitzkrieg Bop” de Los Ramones.

Precedido por el mencionado momento unipersonal de Tommy Lee llegó “Home Sweet Home” y el final fue subiendo el tono y alcanzando el pasaje más apoteótico con los clásicos “Dr. Feelgod”, “Same Old Situation”, “Girls, girls, girls” -otro episodio central en el festival sexista-, “Primal Scream” y “Kickstart My Heart”.

Tal vez si Mötley Crüe hubiera concentrado sus esfuerzos en el plano musical y hubiera ajustado algunas tuercas de entrada, podría haber redondeado un set tan certero con el de Def Leppard. Pero hay que reconocer que de haber sido así, tal vez Mötley Crüe no hubiera sido Mötley Crüe y los fans locales hubieran sentido que algo faltó.

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