Compartí esta noticia !

Por Ricardo Kesselman – Toda la profesión y buena parte del periodismo ilustrado le están pidiendo al Ministro de Economía un plan. ¿Qué plan?

En una época de hegemonía de los signos sobre los átomos, un plan es un relato. Como el relato se construye también para terceros conviene identificar a estos últimos para no “errarle al vizcachazo”. En este caso es sencillo dadas las puteadas que están emitiendo: los terceros son los acreedores. Los acreedores saben que, como todo lenguaje, el plan es imperfecto, pero también que les resultará útil para llamar la atención acerca de su única inquietud: ¿cómo me vas a pagar?

Planes hay de varios tipos, pero todos tienen un núcleo común que los economistas conocen hasta el hartazgo. Este consiste en un conjunto de números razonables y coherentes entre sí, pero ilusorios, que muestren:

  • Una tasa de crecimiento del PBI real en dólares
  • Superávit fiscal
  • Superávit externo
  • Inflación descendente
  • Devaluación más descendente aún, de forma de que en el tiempo se alcance un crecimiento del PBI nominal en dólares tal que permita generar un superávit de pesos y dólares tal que alcance a ir repagando la deuda que se acuerde, en un esquema que la realidad, esa implacable tortura, irá desmintiendo.

A partir de aquí aparecen las variantes de plan, que en general terminan combinándose, y que agruparemos en tres tipos principales, a saber:

  • La variante fiscalista: Esta se empeñará en racionalizar gastos e ingresos del Estado. En el caso de los gastos un ejemplo típico es: terminar con los ñoquis. En el caso de los ingresos, otro buen ejemplo es ampliar la base de recaudación. El hecho de que estos ejemplos estén siempre disponibles, muestra que detrás de su aparente sencillez es mucho más fácil relatarlos que realizarlos. Diez medidas de este tipo forman un programa de gobierno. Una sola de ellas, darle cierta razonabilidad al gasto jubilatorio, puede terminar con ese mismo gobierno.
  • La variante financista: Esta alternativa es una versión superior de una iniciativa que alguna vez el doctor Lavagna llamo “Un festival de bonos”. Consiste en encargarles a un conjunto de bancos que generen nuevos activos financieros a los que la Argentina y eventualmente algún otro, le agreguen enhancements suficientes para que sean transados por los actuales, que son impagables. Como siempre, un cambio de rentabilidad (menos) por seguridad (más). Vale comentar que el núcleo duro de la deuda argentina (vencimiento de capital e intereses en moneda extranjera en manos del sector privado) 2020/2023 suma un poco más de u$s 40.000 millones, cifra abrumadora pero manejable.
  • El shock: Las variantes anteriormente descriptas, para ser implantadas requieren el discurso de un plan. Al contrario de ellas la clave del shock es la ausencia de relato hasta el momento de su implementación. Silencio y secreto, el shock es súbito y sorpresivo. Por su propia naturaleza una parte importante de su eficacia consiste en que sus receptores, en este caso el colectivo que suele denominarse “pueblo argentino” no pueda anticipársele, ya sea para protegerse o sacar provecho del mismo. Quizás sea en este sentido que el gobierno acaba de incorporar a sus equipos al Dr. Heymann, inventor del desagio, exitoso programa de shock si los hay.
Te puede Interesar  La UE termina de aprobar la adhesión de Croacia al euro en 2023

Este podría ser el primer paso de una medida que diferencie radicalmente la actual gestión de la anterior y que consistiría en aprovechar los recursos. Simple, ¿no? La Argentina fue y es una universidad de la crisis y un semillero de expertos en el manejo de realidades y planes en cualquiera de sus variantes. Remes, Todesca, Lavagna, Nielsen, Cavallo, Marx, Kiguel, y varios etcéteras, podrían formar un dream team de colaboradores para desenredar el nuevo marasmo. Se trata de no desperdiciar la experiencia una vez más, para variar un poco. Es una idea.

About The Author

Compartí esta noticia !

Categorías

Solverwp- WordPress Theme and Plugin