Sobre el perdón y la reconciliación

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Estamos terminando el tiempo cuaresmal y es por eso que en el Evangelio que leemos este  domingo (Jn 12,20-33), el Señor nos dice que «ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a  ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo,  pero si muere da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá, y el que no está apegado  a su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna» (23-25). Es cierto que este lenguaje no  fue de fácil comprensión para los discípulos de Jesús, quienes no entendían que el Señor estaba  anunciando su muerte. Tampoco llegaban a comprender claramente la aplicación que aquellas  palabras tenían para ellos mismos. De alguna manera podemos señalar que esa dificultad de  entonces sigue vigente, porque también a nosotros nos es difícil entender el lenguaje de la Pascua,  que es esencial para asumir nuestra condición de cristianos. «Morir para vivir». Hasta que no  realizamos un real y profundo examen de conciencia sobre nuestras vidas, y estamos dispuestos  a morir a lo que estamos haciendo y viviendo mal, no podemos entrar en el camino de la Vida  nueva que nos propone Jesucristo en este tiempo cuaresmal. Por eso en estos últimos días de la  cuaresma no podemos dejar de reflexionar sobre la necesidad del perdón y la reconciliación,  como imprescindibles para llevar a cabo una real renovación personal y social.  

Si repasamos nuestra historia personal y familiar y sobre todo social, cuántas situaciones y  zonas encontraremos de enfrentamientos, diferencias que parecen insalvables o rencores  profundos, que están muchas veces enraizados en el pecado propio o de los demás. Estas formas  oscuras necesitan la luz de la reconciliación y reclaman el perdón que nos exige nuestra condición  de cristianos.  

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De pronto el Señor, nuestro Maestro, nos dice cosas exigentes como: «que amemos a  nuestros enemigos y hagamos el bien a los que nos odian» (Lc 6,27), que en general o directamente  no nos hacen cuestionarnos por considerarlas impracticables o no se traducen en nuestros  comportamientos de vida. Por el contrario, cuando estamos ofendidos y heridos, nos sentimos  tentados a ceder a los mecanismos psicológicos de auto-compensación y de revancha. Sin  embargo, podemos afirmar con certeza que el único camino que nos lleva a la paz, tanto personal,  como social es la reconciliación.  

En nuestra provincia, la gran mayoría se dice cristiana y hay una religiosidad importante,  pero ¡qué lejos estamos de practicar este componente esencial de nuestra fe que es el perdón y la  reconciliación! Si esto pasa en general, realmente es gravísimo el odio, la venganza y el «ojo por  ojo y diente por diente», que practican nuestros dirigentes que se dicen cristianos. Nuestra gente  capta este medioambiente marcado por el odio, y realmente está cansada de la falta de  magnanimidad y de grandeza. El futuro será de aquellos que sepan respetar la diversidad,  saliendo de la violencia que genera el pensamiento único y que sepan proponer e instalar una  sociedad donde se pueda vivir con espíritu de perdón y reconciliación.  

Se acerca la Pascua y el texto de la Palabra de Dios de este domingo cuaresmal nos cuestiona: ¿estamos dispuestos a morir a nuestros pecados y mediocridades, para vivir, la Vida nueva que  nos propone Jesucristo en su Palabra? El Señor nos señala categóricamente: «Si el grano de trigo  que cae en la tierra no muere queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).  

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Todos debemos convertirnos, a nivel personal, familiar y social, superando la violencia, los  rencores y las injusticias ¡Cuánta necesidad tenemos de convertirnos a Dios, de pedir, aceptar y  ofrecer el perdón!, de poner en práctica esta enseñanza cristiana para caminar desde la  mezquindad y la revancha, hacia una sociedad más solidaria y generosa.  

Finalmente quiero recordar algo que, por ser básico, es fundamental. Solo tendremos paz  en el corazón y en nuestros ambientes, si nos hacemos amigos del perdón y la reconciliación, aun  cuando ponerlo en práctica nos cueste. 

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!  

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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