Gabinete y primeros pasos del gobierno de Alberto Fernández

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La reorganización de la micro

El gobierno de Cambiemos dejó fuertes incertidumbres microeconómicas en la sociedad argentina. No casualmente, el mensaje principal de la campaña del Frente de Todos fue la promesa de enfrentar la “desorganización de la vida cotidiana”. Algo que estaba registrado por las series de opinión pública. Más allá de las evaluaciones sobre la «situación económica general» -algo así como la percepción de la marcha de la macro por parte del público lego- desde los inicios de la gestión Macri se computaban altísimos índices de disconformidad con la situación personal.

En los números, eso estaba reflejado por los indicadores de consumo y producción. Los ciudadanos económicos estuvieron paralizados (y en pánico) por carecer de certezas mínimas suficientes sobre el valor de sus ingresos y gastos personales. Aún dentro de los estándares argentinos contemporáneos, esta sensación de incertidumbre cotidiana era más alta de lo habitual. Obviamente, siempre hay una correlación entre los indicadores de la macro y los de la micro. Pero en términos generales, podemos decir que los últimos años se vieron caracterizados por una micro más volatil que la macro. Y por una gestión gubernamental de la micro que fue más ineficaz aún que la macro. Producción y Comercio no funcionaron, y el hecho de que la gestión Macri haya terminado recuperando los instrumentos micro de la segunda presidencia de CFK –Ahora 12 y Precios Cuidados– dan cuenta de ello.

El nuevo gobierno del Frente de Todos, heterodoxo en esta y otras materias, va a implementar una serie de intervenciones en las próximas semanas. Sus primeras medidas van a estar dirigidas a regular la micro. Paritarias, acuerdos de precios y medios de pago, revisión de los aumentos de diciembre, tarjetas alimentarias, créditos bancarios y no bancarios, congelamientos de tarifas de servicios públicos y otras medidas van a formar parte de la batería micro inicial.

El Ministerio de Desarrollo Productivo a cargo de Matías Kulfas y la Secretaría de Comercio a cargo de Paula Español van a formar parte de la delantera de esta política. Una política que, en rigor, va a atravesar todo el espíritu inicial de la gestión. Casi todas las carteras del gabinete nacional van a tomar medidas con este objetivo. Los consejos de Lucha contra el Hambre, Políticas Sociales y Económico y Social buscarán un marco de consenso colectivo. Y la aprobación del proyecto de ley de “Solidaridad Social y Reactivación Productiva en el marco de la Emergencia Económica” por parte del Congreso en el período de extraordinarias (la segunda quincena de diciembre) le dará más herramientas al presidente Fernández para implementarla.

Un gran desafío del gobierno, entonces, será que la reactivación de la micro vaya en sintonía con la gestión general de la macro. Lo deseable, claro, sería que sus efectos sean virtuosos en el «nexo micro macro» del que hablaban los viejos manuales de economía.

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El gabinete progresista

Los gabinetes importan, y ello se vio reflejado en la gran cantidad de preguntas que generó durante la primera semana de diciembre. No importan tanto por las personas que los integran, sino por lo que dicen acerca del estilo de gobernar y la orientación general de una administración. Este gabinete de Alberto y Cristina dice fundamentalmente dos cosas: que el gobierno será progresista, y que estará centrado en la jefatura de la fórmula presidencial.

Dos hipótesis previas al 6 de diciembre quedaron descartadas. Una era que hubiera una presencia de economistas “ortodoxos” al frente de las carteras sensibles de la economía; la otra era que el gabinete tuviera más figuras políticas ajenas al eje Fernández – Fernández (extrapartidarios o representantes del colectivo «los gobernadores»). Ninguna sucedió. El equipo del nuevo gobierno es el resultado de una mesa de decisión integrada por dos personas. Y esa mesa hoy lidera la coalición.

Es un gabinete de colaboradores de la mesa presidencial, coordinado por un jefe de gabinete de la máxima confianza del presidente. Al presentar a sus integrantes, Alberto Fernández destacó fundamentalmente dos cosas: la relación personal con cada uno de ellos y/o la capacidad profesional que ostentaban dentro de sus áreas. Solo en pocos casos (Agustín Rossi, María Eugenia Bielsa, Gabriel Katopodis y Felipe Solá) ponderó también su volumen político previo (la jefatura parlamentaria de Rossi o los cargos ejecutivos obtenidos a través del voto popular de Bielsa, Solá y Katopodis). Nadie está allí por representar provincias o partidos políticos. Estamos, por si quedaban dudas, ante un gobierno presidencialista. Con la novedad de una vicepresidencia influyente.

Sobre el perfil progresista de la nueva administración, podemos destacar cuatro elementos para una definición. 1) En materia económica, además de un ministro que proviene del mundo académico y que cree en los equilibrios macro, se destacan los perfiles heterodoxos favorables a una micro regulada, la reforma tributaria progresiva, el paradigma del desarrollo y la convicción de que la deuda debe renegociarse con firmeza; 2) En las áreas con partidas para la infraestructura social (Vivienda, Obras Públicas, AYSA, Transporte y otras) que tanto demandan gobernadores e intendentes se designaron perfiles políticos y no tecnocráticos; 3) En Defensa y Seguridad, dos áreas muy sensibles a las preferencias de Washington, habrá dos ministros (Rossi y Fréderic, respectivamente) que representan políticas de control civil y gobierno político de las fuerzas armadas y de seguridad, y autonomía respecto de Estados Unidos (relación con la DEA, guerra contra las drogas, ingresos de tropas en territorios nacionales, etc.), y se hicieron anuncios fuertes respecto de la intervención de los sistemas de inteligencia del Estado que podrían ir en la misma dirección; 4) en relaciones exteriores se designó a un político experimentado y se lo presentó como alguien que aportará «un enfoque político más que diplomático». Esto sugiere que, en un momento de turbulencia regional, Argentina jugará en el plano sudamericano con los mismos valores que persigue en su política doméstica.

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Una campaña de hechos consumados

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Alberto Fernández inicia su segundo viaje al exterior después de las PASO del 11 de agosto. El primero fue por España y Portugal; ahora viaja a Perú y Bolivia. En los cuatro casos, Fernández mantiene reuniones con los presidentes o primeros ministros, y es acompañado por personas que integrarían su futuro gabinete, como Felipe Solá o Gabriel Katopodis. Su campaña es la de los hechos consumados: indudablemente, uno de los sentidos de sus viajes es presentarse como el virtual presidente electo de la Argentina. También, busca posicionarse como un “progresista moderado”, cercano a los socialistas europeos y a los populistas latinoamericanos de centroizquierda. Algo así como un punto intermedio entre los extremos que representan Maduro y Bolsonaro.

Recordemos también que antes de las PASO Alberto Fernández había viajado a Brasil, para visitar a Lula en prisión, y a Uruguay para encontrarse con los líderes del Frente Amplio. Fernández no va a economizar gestos para satisfacer a su propia coalición. Dado que se respira que un gobierno suyo sería más “centrista” que los de Néstor y Cristina Kirchner, y dado que el kirchnerismo va a ser un componente muy importante de la coalición Frente de Todos, Fernández probablemente querrá enviar señales de identificación hacia este grupo relevante. Que no se siente cómodo con la idea de que el gobierno del Frente de Todos será distinto, aunque la acepte por lo bajo. Por esa razón, marcar diferencias políticas con Bolsonaro y otros líderes derechistas de América Latina será algo buscado por el presidenciable.

El presidente Macri, paradójicamente, hace una campaña más propia de un candidato que desafía al poder. No habla de lo que hizo ni de lo que hará, pero lanza consignas y encabeza actos. Apuesta a mantener unido al voto que rechaza al peronismo, y crecer un poco más sobre una polarización. Y hay una nueva apuesta al big data y los públicos microsegmentados: tal vez, la mayor apuesta hasta ahora. Con la información electoral, socioeconómica y demográfica que maneja el Estado, ahora el oficialismo sabe quiénes son los votantes empadronados que no concurrieron a las PASO, y cuáles son o podrían ser sus preferencias. Pero la paradoja del big data es contar con información y no saber qué hacer con ella. ¿Qué puede ofrecerles el presidente a aquellos que podrían engrosar la concurrencia a las urnas, si la macroeconomía salpica también a ellos?

La big data electoral sí podrían servir en casos puntuales. Rodríguez Larreta, por ejemplo, sabe que la clave de su reelección está en mejorar su desempeño en algunos barrios de la zona sur de la Ciudad. Son aquellos que pertenecen a las comunas 4 y 8, pero más específicamente en barrios como Parque Patricios o Nueva Pompeya, donde la ciudad hizo obras importantes, pero el oficialismo PRO obtuvo menos votos de los esperados. Entonces, en el mes de campaña por delante, el Jefe de Gobierno y sus militantes “municipalizarán” el mensaje y concentrarán allí sus timbreos, llamados telefónicos, recorridas y mensajes vía redes sociales. El 11 de agosto quedó a poco de la reelección pero el temor a Lammens y al “efecto ganador” del Frente de Todos es real.

La misma lógica sofisticada puede aplicarse a ciertos municipios del interior bonaerense, donde Cambiemos quiere asegurarse la continuidad, o a la provincia de Mendoza, donde la elección de gobernador está pareja. Pero no sirve para dar vuelta una elección presidencial. De hecho, enfrenta un problema mayor: dado que todos los votantes ya creen que Alberto y Cristina Fernández ganarán, el incentivo a votar estratégicamente por Macri cayó. Y el deterioro de la inflación y los indicadores sociales en los últimos 40 días profundizaron el desencanto. Lavagna maneja la infornación de que una parte importante de los votantes de Cambiemos podría repensar su voto, e ir hacia él. Pero siguen rechazando al kirchnerismo y no están dispuestos a aproximarse al Frente de Todos. Por lo tanto, Lavagna está conminado hacia diferenciarse de los Fernández para poder capturar a esos nuevos votantes potenciales, aún cuando Alberto haya insinuado que podría quererlo cerca. Lavagna y sus socios provinciales están pensando en meter diputados y concejales; Urtubey, su candidato a Vice, en lograr una buena cantidad de votos “macristas” y posicionarse (¿en diálogo con Vidal?) para la oposición del futuro.

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El voto de la bronca

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Como sabemos, en Argentina hay problemas con el empleo, la pobreza, el nivel de ingreso, la inflación. La situación socioeconómica se ha deteriorado. Los pronósticos para el 2019 no son alentadores, y algunos escenarios -mantenidos en cautelosa prudencia- son más desfavorables aún. Y el estado nacional tiene un acuerdo marco con el Fondo Monetario Internacional que significará más ajustes de cinturón. El contexto económico de la elección presidencial es un pasivo para la reelección de Mauricio Macri. ¿Cuántos presidentes o primeros ministros de las democracias contemporáneas han logrado reelegir con la economía cayendo y el FMI sobre sus hombros.
Como hemos venido sosteniendo en informes anteriores, el Presidente conserva una intención de voto aceptable (3 de cada 10 votantes). Es el núcleo duro que lo apoya a pesar de los problemas de la economía; la aversión al peronismo en todas sus formas lo aglutina. Nadie le disputa a Macri ese 30%, que no ve opciones a la hora de votar. Si apareciese un competidor convocante dentro de ese mismo segmento de votantes, el Presidente estaría en problemas graves.
Sin embargo, a Macri le cuesta mucho crecer por fuera del núcleo duro no-peronista. Del otro lado del respaldo ideológico o identitario, lo que hay es mucha disconformidad con lo económico. Eso ayuda a explicar la conformación de una nueva versión de “voto bronca” al gobierno. Que tiene dos manifestaciones clave.
Por un lado, a lo largo del 2018 se ha ido recuperando Cristina Kirchner, quien hoy está primera en intención de voto. CFK es quien mejor expresa el sentimiento opositor dentro del universo del “voto peronista”, y por eso las versiones “moderadas” del justicialismo quedaron obturadas. Ahora la versión prometedora de ese sector es Lavagna, quien precisamente se caracteriza por no haber confrontado con la ex presidenta.
Y por el otro, un grupo creciente votantes que hoy opta por candidatos más radicalizados: Olmedo, Del Caño y Espert. Sumados, los tres se quedan con 10% de los votos. Por ahora, beben del agua del tercio “no alineado” que pretendía liderar el peronismo alternativo. Olmedo, Del Caño y Espert tienen partidos chicos y escasa presencia nacional, pero acceden a los medios y lanzan consignas tan ruidosas como inaplicables. Ese perfil “antisistema” les permite captar algunas voluntades.
Podemos conjeturar que si la situación económica empeora, hay que esperar tantoun fortalecimiento de CFK dentro del universo peronista como un aumento del voto -sumado- por los candidatos radicalizados. Ambas cosas seguirán obturando el surgimiento del peronismo moderado, y complicando la continuidad de Cambiemos

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Querido Señor Homebanking

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Los años 2016 y 2017 fueron muy generosos en materia de rendimiento financiero. Sobre todo, el que acaba de terminar. En tiempos de tipo de cambio amesetado, diversos instrumentos ofrecieron enormes utilidades para el argentino y la argentina de a pie.
La clase media con resto, tradicional acopiadora de dólares y persistente en su anhelo de ladrillos para protegerse de la inestabilidad macro, ahora aprendió las ventajas de la renta fija por encima de la inflación. Las personas anotaron en su Google Calendar las fechas importantes: los partidos de las eliminatorias, los estrenos de la serie, las licitaciones de las LEBACs. Otros clasemedieros, con apreciación geopolítica, compraron euros: Europa no estalló, la cosa comenzaba a encaminarse, la moneda común se iba a apreciar. Hicieron bien, y el procés catalán lo vieron tranquilos y de lejos, porque sus billetes de 100€ seguían firmes en el cajón con llave (el nuevo “colchón”). Viva Macron.
100 euro banknotes in hand close up
Las publicidades de la banca minorista reemplazaron los puntos, las cuotas y los descuentos característicos del “modelo anterior” basado en el consumo por el “atleta de las tres pe eme”. El personaje de estos años fue el titular de una caja de ahorro que sabía de qué iba un súperfondo de renta variable, y que entraba cada tanto al Homebanking para controlar sus tenencias. Para ese pueblo soberano de las tres pe eme los mejores bancos no son los más sólidos y prestigiosos, ni aquellos que tienen más sucursales o mejor atención interpersonal; los mejores son los del Homebanking más completo y amigable. Es decir, los que permiten más opciones -y uso sencillo- para invertir los pesos del colchón virtual. Ya lo dicen los estudios de mercado bancario: no pierda tiempo en otras cosas, ponga la energía y los recursos en mejorar la usabilidad del Homebanking. La melodía de Hamelin de los tiempos que corren.
Ese pueblo soberano de las tres pe eme (que en rigor, ahora tiene horario extendido, gracias a que le hicieron caso al estudio de mercado) hoy está preocupado. Para Reyes, le escribió una carta al Señor Homebanking -de existencia más tangible que Melchor, Gaspar y Baltasar, o al menos eso queremos creer- para pedir certidumbre. Los movimientos en el tipo de cambio de fin de año le inocularon la duda: ¿no habrá llegado la hora de salirse de esos instrumentos que, después de todo, tanto no conozco, para refugiarse en el viejo y conocido billete verde? Los argentinos tienen arbolitos, los contadores más rápidos del oeste y otras peculiaridades monetarias, pero a pesar de ello siguen siendo bastante neofitos en materia financiera. El enfriamiento de la relación con el Señor Homebanking puede ser casi tan riesgoso como el impacto inflacionario de la devaluación.
El pueblo soberano de las tres pe eme, intuitivamente cambiemita -así como antes fueron menemistas y kirchneristas los votantes cuota del consumismo, por cierto más numerosos- tiene como principal fundamento a la política. Puede constatar cómo sus tenencias se acrecientan, y como Cambiemos gana elecciones y sigue haciendo gestos de autoridad. Pero necesita más para sentir que el Señor Homebanking seguirá proveyendo. Lo que está faltando en las pestañas del Homebanking es el crédito. Hay algo más que el cero de antes, sí. Pero esa proliferación de pequeños créditos para seguir refinanciando da más inquietud que tranquilidad. ¿Cuándo van a llegar los créditos largos y grandes, a tasa baja, para comprar los bienes intertemporales? Esos créditos, más que el Homebanking, son los que producen electorados liberales a través de las generaciones. Como en Chile.
Sin ese crédito ni las grandes inversiones nacidas de la competitividad estructural, el pueblo soberano se mantiene allí, conformándose con otras esperanzas de corto. La política sigue funcionando y las iniciativas del Ejecutivo prosperan en el Congreso: el gobierno no se queda sin aire. Se vienen aumentos tarifarios y las empresas de servicios volverán a rendir. El Merval se sostiene sobre un conjunto pequeño pero sólido de empresas locales con valor y cierto margen para seguir creciendo. 2018 no pinta como el año anterior, pero ese pueblo soberano se acostumbró a esa dinámica confortable y está dispuesto a seguir creyendo. Se queda. Pero son argentinos y tienen memoria plástica de las corridas de antaño. Se quedan, Señor Homebanking, pero con el dedo en el gatillo del botón de salida. Deseo para este año que comienza, Señor Homebanking, muchas buenas razones para seguir creyendo en sus trineos y sus camellos por un (buen) tiempo más.

 
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