Mariangela Hungria: la científica que revoluciona la chacra con bioinsumos
En el corazón agrícola del estado de Paraná, a pocos kilómetros de la frontera con Misiones, la científica Mariangela Hungria lleva más de cuatro décadas desafiando los paradigmas de la agricultura moderna. Ingeniera agrónoma e investigadora de Embrapa Soja, logró algo que parecía imposible: reducir drásticamente el uso de fertilizantes químicos sin afectar la productividad, una búsqueda idéntica ala que inició Misiones con el objetivo de eliminar el uso de agrotóxicos en las chacras.
El trabajo de Hungría, con bacterias fijadoras de nitrógeno cambió la forma de producir soja en Brasil y se convirtió en un modelo para toda Sudamérica. Este año, esa trayectoria fue reconocida con el World Food Prize, el máximo galardón mundial en materia de seguridad alimentaria, otorgado en Estados Unidos.
La vocación de Hungria nació temprano. A los ocho años, su abuela le regaló el libro Cazadores de microbios. “Desde entonces supe que quería ser microbióloga”, recuerda.
Más tarde se inspiró en la biografía de Marie Curie, la doble Nobel que rompió moldes en un mundo dominado por hombres.
Pero el camino no fue fácil. Escuchó muchos “no”: por ser mujer, por cuestionar los métodos tradicionales, por apostar a los biológicos cuando el mundo confiaba ciegamente en los químicos. “También me decían que no podría hacer carrera siendo madre y con una hija con discapacidad. Pero eso nunca me detuvo”, contó alguna vez.
Desde su base en Londrina, norte del estado de Paraná, a unos 800 kilómetros de Misiones -una región que comparte ecosistema con el Alto Paraná misionero-, Hungria desarrolló una política agraria de base científica que apunta a reemplazar fertilizantes nitrogenados por bioinsumos de origen natural.
Su apuesta fue pragmática: demostrar en el campo que los resultados podían ser iguales o mejores que los logrados con fertilizantes industriales. Lo consiguió.
La reinoculación anual y la coinoculación con bacterias específicas se extendieron a más del 85% de la superficie sojera de Brasil, unas 40 millones de hectáreas, y hoy forman parte del manejo habitual de los productores del sur brasileño.
El impacto económico y ambiental es enorme: ahorros anuales de hasta 25.000 millones de dólares y una reducción de 230 millones de toneladas de CO₂ equivalente. Un cambio estructural en la matriz agrícola que el propio gobierno de Paraná adoptó como línea estratégica para una agricultura de bajo carbono.
Hungria se unió a Embrapa Soja en 1991 y, desde entonces, convirtió la interacción entre ciencia y campo en su sello distintivo. “Solo recomendaba un inoculante cuando igualaba o superaba los rendimientos de las alternativas químicas”, cuenta.
Esa exigencia le permitió ganarse la confianza de los productores medianos y grandes, y consolidar un puente entre laboratorio y chacra.
Su trabajo es una demostración de que la sustentabilidad no está reñida con la productividad. Y su modelo, basado en datos y resultados concretos, se estudia hoy en toda la región del Mercosur, donde Argentina, Paraguay y Uruguay comienzan a replicar experiencias similares.
Mentoras, legado y nuevas generaciones
Hungria reconoce como su gran mentora a la también pionera Joana Doberainer, quien descubrió especies de bacterias esenciales para la fijación del nitrógeno. De ella heredó la convicción de que la ciencia debe servir al desarrollo rural, no solo al laboratorio.
Datos clave del reconocimiento
| Indicador | Dato |
|---|---|
| Premio | World Food Prize 2025 |
| País del reconocimiento | Estados Unidos (Des Moines, Iowa) |
| Dotación económica | 500.000 dólares |
| Adopción tecnológica | 40 millones de hectáreas en Brasil |
| Ahorro anual estimado | 25.000 millones de dólares |
| Emisiones evitadas | 230 millones de toneladas de CO₂ equivalente |
Hoy, con más de 500 publicaciones científicas y decenas de discípulos formados, Hungria impulsa la creación del Instituto H3, una fundación que llevará su apellido y el de sus dos hijas, con el objetivo de apoyar a mujeres investigadoras, comunicadoras y madres de niños con discapacidad.
“Me dijeron muchas veces que no llegaría lejos. Hoy sé que la mejor respuesta fue seguir creyendo en la ciencia y en el poder transformador de la biología”, afirma.
El caso de Mariangela Hungria demuestra que las fronteras no detienen la innovación. Su trabajo en el sur de Brasil, tan próximo a Misiones, marca el rumbo de una nueva generación de políticas agrarias que priorizan los bioinsumos, la eficiencia y la reducción de emisiones.
En un contexto de crisis climática y alza global de los fertilizantes, su legado se proyecta como una hoja de ruta para la región. La “revolución microbiana” que comenzó en Paraná ya inspira a técnicos, investigadores y productores argentinos que buscan un equilibrio entre rentabilidad y sustentabilidad.
