Un antiguo pueblo en Siria busca la paz entre religiones tras una larga guerra

La guerra civil siria abrió una brecha entre los habitantes de la pequeña ciudad de Malula, donde dos tercios son cristianos y un tercio musulmanes. ¿Podrán volver a convivir pacíficamente?

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Por Ben Hubbard y Hwaida Saad, Photographs and Video by David Guttenfelder, reportando desde Malula, Siria. En el interior de un monasterio de varios siglos de antigüedad situado en lo alto de una montaña del oeste de Siria, un sacerdote balanceaba un incensario sobre una cadena, dirigía a su congregación con cánticos melódicos y pronunciaba un sermón atemporal sobre la importancia de amar al prójimo.

Pero cuando los fieles se reunieron para tomar un café tras la misa, afloraron sus preocupaciones actuales, sobre qué tan pacífico sería el futuro de Siria.

¿Los rebeldes islamistas que derrocaron al autoritario Bashar al Asad en diciembre prohibirían el cerdo y el alcohol, impondrían a las mujeres una vestimenta modesta o limitarían el culto cristiano? ¿Protegerían las nuevas fuerzas de seguridad a los cristianos de los ataques de los extremistas musulmanes?

“No ha ocurrido nada que te haga sentir que las cosas van mejor”, dijo Mirna Haddad, una de las fieles.

En otro lugar de la histórica ciudad de Malula, su minoría musulmana tenía preocupaciones diferentes. Al igual que sus vecinos cristianos, habían huido de sus hogares al principio de los 13 años de guerra civil en Siria. Pero, a diferencia de los cristianos, el régimen de Al Asad y una milicia cristiana a la que este apoyaba les habían prohibido regresar.

“El problema es la mayoría”, es decir, los cristianos de la ciudad, dijo Omar Ibrahim Omar, dirigente de un nuevo comité de seguridad local. Había regresado a Malula solo tras la caída de Al Asad, después de haber permanecido fuera durante más de una década.

“No permitiremos que vuelva a ocurrir”, dijo.

Mientras los rayos de sol se cuelan por una ventana, un sacerdote balancea un incensario en una puerta, bajo unos iconos descoloridos que cuelgan de una pared. Dos niños rezan a su lado.
El reverendo Fadi Barkil pronunció recientemente un sermón ante su congregación de Malula sobre la importancia de amar al prójimo.

Malula, enclavada entre escarpados afloramientos a 56 kilómetros al noreste de la capital, Damasco, ha encarnado durante mucho tiempo las antiguas raíces del cristianismo en Siria y ha sido una pieza importante del mosaico religioso del país. Es una comunidad inusual en la que los habitantes aún hablan arameo, la lengua de Jesús, y cuenta con una historia de coexistencia entre los dos tercios de su población que son cristianos y el otro tercio, que son musulmanes suníes.

Pero la guerra que comenzó en 2011 puso a las dos comunidades en caminos diferentes, desgarrando el tejido social de Malula. Muchos musulmanes apoyaron a los rebeldes que lucharon para derrocar al régimen, mientras que los cristianos apoyaron en gran medida a Al Asad, a quien consideraban el protector de las minorías sirias en un país de mayoría suní.

Ahora, Al Asad se ha ido, la ciudad está dañada y sus habitantes se esfuerzan por averiguar cómo pueden volver a vivir juntos.

“Quiero vivir con ustedes como hermanos”, dijo el sacerdote Fadi Barkil en una entrevista, como si se dirigiera a sus vecinos musulmanes. “Si seguimos volviendo al pasado, esto no acabará nunca”.

Christians have been living in Syria since the earliest days of the religion.CreditCredit…

Los cristianos han vivido en Siria desde antes de la conversión del apóstol Pablo en el camino de Damasco. Antes de la guerra civil, constituían minorías considerables en Damasco, Alepo y otros lugares, pero su número ha caído en picado desde entonces. Los cristianos han emigrado a Líbano y Occidente para escapar de la violencia y las dificultades económicas que han devastado sus comunidades.

En Malula, el padre Barkil supervisa su iglesia greco-católica y el monasterio de los santos Sergio y Baco, cuyo santuario del siglo IV está parcialmente excavado en un pico con vista a la ciudad. Junto a él se encuentran los restos del Hotel Safir. Antaño el mejor destino de la ciudad para peregrinos y turistas, fue destruido durante la guerra y ahora está desierto.

Su terraza domina la ciudad, con las cúpulas y cruces de las numerosas iglesias de Malula y el minarete de una mezquita que se eleva entre sus casas sencillas.

La guerra civil llegó por primera vez a Malula cuando un terrorista suicida voló el principal puesto de control del ejército que protegía la ciudad en septiembre de 2013. Casi todos sus pocos miles de habitantes —tanto cristianos como musulmanes— huyeron al estallar los combates, y los rebeldes dirigidos por el Frente al Nusra, filial de Al Qaeda, tomaron el control.

Los rebeldes establecieron bases en el hotel y el monasterio, lo que les permitió disparar contra las fuerzas gubernamentales que se encontraban abajo. Secuestraron a 13 monjas y tres asistentes de un convento ortodoxo griego.

Un guardia de seguridad, abrigado contra el frío, frente a un edificio en ruinas y los restos de un letrero encima, escrito en letras árabes y romanas.
El Hotel Safir, destruido durante la guerra civil, fue en su día el mejor destino de la ciudad para peregrinos y turistas.

Las mujeres fueron liberadas posteriormente en un canje de prisioneros con el gobierno, y el ejército sirio y el grupo militante libanés Hizbulá retomaron la ciudad en abril de 2014.

Cuando sus cristianos regresaron, encontraron sus lugares sagrados dañados.

“Cuando los sacerdotes regresaron tras la guerra, todo estaba destruido en el monasterio”, dijo el padre Barkil.

La parte superior del altar estaba rota, y los bombardeos habían agujereado los muros de piedra y la cúpula azul del santuario, esparciendo escombros por los bancos de madera. Faltaban muchos iconos, y los que quedaban habían sido vandalizados.

Y en lo que el padre Fadi describió como un golpe profundamente simbólico, habían robado dos campanas gigantes de su santuario y de otro, con lo que se eliminaron sus tañidos del paisaje sonoro de Malula.

Mientras duró la guerra, el ejército sirio controló la ciudad junto con una milicia cristiana a la que armó. Se restauraron los lugares cristianos, aunque regresaron pocos de los turistas que antes habían sostenido la economía.

Un icono cristiano que fue vandalizado después de que los rebeldes, dirigidos por el Frente al Nusra, filial de Al Qaeda, tomaran el control de la ciudad en los primeros días de la guerra civil.

Cuando los rebeldes derrocaron a Al Asad en diciembre, los cristianos de Malula no se alegraron mucho. El ejército huyó, dejando la ciudad desprotegida, y los residentes temían que los nuevos gobernantes islamistas del país restringieran sus libertades religiosas.

“¿Qué queremos en Malula?”, preguntó el padre Barkil. “Tener un Estado y seguridad, pero no aceptaremos que los musulmanes nos gobiernen por la fuerza”.

Exacerba sus preocupaciones el hecho de que el fundador del Frente al Nusra, el grupo yihadista que atacó Malula en 2013, sea ahora el presidente de Siria, Ahmed al-Shara.

El padre Barkil reconoció que Al-Shara ha dicho que cortó los lazos con Al Qaeda y ha prometido servir a todo el pueblo de Siria. Pero el sacerdote pidió al nuevo presidente que reforzara este mensaje integrador con una visita a Malula.

“Puede venir y decir en Malula que los cristianos son importantes y que nadie puede hacerles daño”, dijo el padre Barkil. “Pero si nunca dice esto, ¿qué será de nosotros?”.

Tras la caída de Al Asad, las nuevas autoridades enviaron agentes de policía para asegurar la ciudad. En la comisaría local, algunos de estos nuevos agentes —antiguos rebeldes, todos ellos musulmanes y ninguno de Malula— dormían profundamente en pleno día.

Un hombre con la cabeza cubierta con una tela roja y blanca junto a una casa en ruinas.
Gran parte de la ciudad aún no ha sido reconstruida.

En otro lugar, un grupo de hombres de un comité de seguridad recién formado se apiñaban alrededor de una estufa de leña, intentando mantenerse calientes. Todos eran musulmanes de Malula, quienes dijeron que habían huido de los combates en 2013, pero que el régimen les había prohibido volver a casa porque sospechaba que apoyaban a los rebeldes.

Akram Qutayman, de 58 años y miembro del comité, dijo que los residentes de distintas religiones habían convivido pacíficamente antes de la guerra.

“Donde vivo, yo estaba rodeado de cristianos”, dijo. “Celebraban el Ramadán con nosotros, como si fuéramos una sola mano”.

Pero acusó a la milicia cristiana local de quemar las casas de los musulmanes mientras estos estaban fuera para intentar que no volvieran.

“No tenemos casas”, dijo Omar, jefe del comité, señalando también que la mezquita principal seguía dañada. Pero mantenía la esperanza de que las tensiones pasaran y la ciudad se reconstruyera.

“Espero que haya reconciliación y que volvamos a vivir juntos”, dijo. “Dejaremos atrás el pasado”.

En las últimas semanas han surgido algunas señales positivas.

Se devolvieron las dos campanas robadas de las iglesias. Se limpiaron, pulieron y volvieron a colgar en sus campanarios durante una ceremonia celebrada el mes pasado, y sus sonidos resonaron sobre Malula por primera vez en 13 años.

“Colgar estas campanas alivió a la gente”, dijo el padre Barkil. “Al fin y al cabo, son la voz de Dios”.

Tres cúpulas, una sobre un campanario, con cruces encima. Al fondo, un acantilado escarpado.
Las cruces son una parte prominente del horizonte de la pequeña ciudad.

Muhammad Haj Kadour colaboró con la reportería.

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