Vetiver, permacultura y preguntas incómodas

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Las extensiones de monocultivo contemporáneas parecieran fascinarnos al permitirnos perder nuestra mirada en estos hipnóticos océanos verdes interminables. Si te interesa en mayor o menor medida el medioambiente, quizás sepas algunas de las razones por las que estas inacabables líneas equidistantes repercuten tan atrozmente en el ecosistema, sin mencionar los insumos de los que dicho sistema depende. La pérdida de biodiversidad, la contaminación ambiental, la deforestación desmedida y la desertificación de los suelos, no son más que síntomas de un problema mucho mayor. Se nos enseño que “el campo” se estructura en torno a un determinado (paquete tecnológico) que engloba un conjunto de herramientas y productos a emplear a la hora de cultivar alimentos a mediana y gran escala. Al menos desde hace ya setenta años, se viene advirtiendo sobre las consecuencias del modelo de producción actual, señalando como éste no incluye entre sus métodos ninguna técnica resiliente para con la “materia prima” de la que el mismo depende, el suelo. 

Las consecuencias del monocultivo en sí, pueden ir desde; extinción de especies nativas, erosión de capa fértil, desalojos de campesinos y pueblos originarios, incremento de incendios y sobreconsumo de agua, entre otras tantas. Pero hay ciertos factores que tienden a ignorarse incluso por quienes luchan en contra de dicho modelo, los cuales tienen que ver con la misma proliferación de biodiversidad dentro de la misma plantación, es decir, con las mal llamadas “malezas” que, en un intento desesperado de la naturaleza por reestablecer su equilibrio, termina por fastidiar los planes del agricultor. Debido a esta emergente, el dueño de la extensión se ve obligado a dispersar mayores cantidades de productos que maten dichas molestias y permitan la proliferación de una única especie de planta, asegurando así una rentabilidad aceptable. 

Lo que a menudo tiende a ignorarse es el mecanismo mediane el cual las mismas plantas de (maíz, soja, trigo, arroz, etc.) absorben los nutrientes de la tierra. Paso a explicar: Las plantas no son maquinas automáticas diseñadas para convertir, mediante una reacción química “fotosintética”, determinados nutrientes en vitaminas y proteínas destinados a la alimentación de animales o humanos. Sino que no son más que una mera parte de un ciclo vivo, en dicho ciclo, la planta interactúa con diversas formas de vida para garantizar su proliferación, entre ellos se encuentran los insectos polinizadores, las redes de micorrizas (hongos) que garantizan el intercambio de carbono, nitrógeno y fósforo, entre otras especies vegetales, o los microorganismos que participan en el intercambio iónico y catiónico, fundamentales en la sintetización de nutrientes. 

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El uso desmedido de fertilizantes sintéticos, el monopolio de las semillas transgénicas, y la incorrecta disposición de plantaciones en terrenos con pendiente, desequilibran la diversidad de especies, dando como resultado pérdidas económicas gigantescas para el productor, obligándolo a abandonar el lugar en busca de otro terreno fértil. Desde el punto de vista de la neurobiología vegetal, la eliminación de las redes subterráneas de interacción entre plantas y microorganismos, no solo conlleva una ineficiente absorción de componentes orgánicos, sino que lleva a “estupidizar” al suelo, aniquilando conocimiento milenario que habría sido capturado en las redes del mismo. De este modo, el suelo “ya no sabe” como regenerarse de la misma manera que antes. 

Al día de hoy, existen centenares de técnicas y metodologías destinados a la resiliencia ambiental, la “Permacultura” tiende a ser mas bien una relación del productor-consumidor con el cultivo, en el que se entiende a la biodiversidad, insectos, microrganismos y malezas, como una parte indispensable para la producción de alimento. Desde dicha postura, también se plantea que, a la hora del cultivo de hortalizas, arboles, y demás, el objetivo jamás es la planta en sí misma. Sino que se apunta a fortalecer el suelo en el que yace la misma, sosteniendo que la salud y el valor nutricional ideal de la planta no es mas que un mero producto de un suelo fértil y bien cuidado. Uno de los pilares de la permacultura, es la correcta cobertura del suelo, ya que la proliferación de la biodiversidad del mismo no sería posible en lo que se conoce como un suelo “desnudo”. También lo es la correcta disposición de las hileras del cultivo, es decir, una muy consciente distribución de las mismas en función del terreno a cultivar. En ello, técnicas como el “Keyline” son en extremo vanguardistas, ya que respetan las demarcaciones naturales del terreno, evitando la erosión desmedida y creando “terrazas”, fundamentales a la hora de elaborar una nueva hilera cultivable. 

También existe una “planta mágica”, algo que la agroecología y la permacultura entienden como un “santo grial” si tenemos en cuenta todas las problemáticas antes postuladas. El Vetiver, es una planta de origen hindú, domesticada hace ya varios milenios, destinada originalmente a la perfumería. Esta maravillosa gramínea puede extender sus raíces desde cinco a diez metros de profundidad, reteniendo el suelo fértil de una manera rara vez vista en el reino vegetal, evitando el fenómeno de la erosión, reteniendo la humedad en sus cercanías e impulsando la proliferación de micro y macroorganismos. Además, esta planta tiene un índice de producción de biomasa por encima del promedio, disponiendo así de material para la cobertura del cultivo de hortalizas “Mulching” y asegurando la correcta conservación de la humedad y la biodiversidad del suelo. La extrema concentración de silicio en sus hojas, provoca una muy lenta descomposición de las mismas, haciendo que no tengamos que volver a cubrir nuestros cultivos al menos por un año entero. La cosecha de la biomasa del Vetiver, se realiza al menos cuatro veces al año, disponiendo así de enormes cantidades de material de cobertura. Además, sus hojas tienen todos los nutrientes encontrados en el subsuelo, inalcanzable para las raíces de los cultivos, llevándolos devuelta a la superficie, donde se les puede sacar verdadero provecho. Como si esto fuera poco, tiene una extremadamente elevada capacidad de retención de carbono, es decir, la capacidad de eliminar el Co2 de la atmósfera, brindándonos una herramienta espectacular a la hora de intentar revertir los aberrantes efectos del cambio climático.

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Los extremadamente escasos requerimientos técnicos, tecnológicos y energéticos que su cultivo conlleva, nos llevan a cuestionarnos cosas tan fundamentales como, si lo que para los agricultores latifundistas tanto importa es la rentabilidad, ¿Por qué ignoran técnicas que garantizarían incluso su propio provecho? Si la permacultura se ocupa de garantizar la posibilidad a largo plazo de sostener una eficaz proliferación de los cultivos para asegurar el destino de la humanidad misma, ¿Por qué seguimos defendiendo al modelo vigente como la única fuente de alimentación posible del planeta entero? O inclusive ¿Realmente significan las modalidades de producción alternativas, matar de hambre a tres cuartas partes de la población? ¿O es acaso el agronegocio que hoy prima, lo que representa un verdadero peligro a la hora de garantizar el pan en la mesa de las futuras generaciones?

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