50 años y vigencia del Mensaje Ambiental de Perón a los pueblos y Gobiernos del mundo
En los albores de 1972 nuestro país presenciaba el lento ocaso de la penúltima dictadura militar y la proscripción de su principal partido político, y en el mundo paulatinamente empezaba a abrirse camino como tema de preocupación mundial lo que brevemente puede denominarse como “cuestión ambiental”, vale decir la identificación de que el agotamiento y degradación de los recursos naturales tendría efectos duraderos e impactos negativos sobre el planeta, la economía y las personas.
Ese mismo año se iniciará en Estocolmo, con la Cumbre de la Tierra, la larga serie de conferencias internacionales que abordarían la temática hasta el día de hoy, situando al debate ecológico en el centro de la escena internacional. El 21 de febrero de 1972, mismo día en que Nixon realiza la primera visita a China de un jefe de Estado estadounidense, que dejará una serie de acuerdos que impulsarán el desarrollo industrial y comercial chino con carácter complementario al de potencia norteamericana, (ambos hoy los principales emisores de gases de efecto invernadero), un político y estadista argentino dejaría grabados conceptos certeros sobre lo que 50 años más tarde cobra una apremiante actualidad y vigencia.
Juan Domingo Perón da a conocer en aquella fecha su “Mensaje ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo”, un documento fundamental y de consulta obligada para todo aquel que pretenda llevar adelante política pública ambiental, sea desde el sector público o en el sector privado.
Exiliado en Puerta de Hierro, de pluma prolífica, el ya anciano general utilizará el género epistolar como el preferido al momento de comunicarse con sus prosélitos o el pueblo argentino en general, pero en este caso, el destinatario será otro: el mundo entero.
Se indica como fuente de sus reflexiones a algunos documentos de la época, como el informe “Meadows”, o “Sobre los límites del crecimiento” que el Club de Roma había encargado al Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT), y difundido unos años antes poniendo el acento en el aumento poblacional como factor preponderante del desequilibrio global, o bien, a la acción comunicativa de los movimientos ambientalistas que gozaban de creciente fuerza e influencia en los países del norte global, desde donde recordemos él escribe.
Aunque probablemente la principal de sus fuentes no fuera otra que la observación directa, la vivencia que tuvo en compañía de sus padres y hermanos en la pampa gaucha y en el Sur, la relación directa con la tierra, el contacto con los animales de trabajo y los animales silvestres de los campos, a la acción creadora de hábitos y de valores que la cercanía con la naturaleza forja en la impresión de cualquier niño, que le ayudarían posteriormente a escribir Toponimia patagónica de etimología araucana.
Quizá por ello, y por su aquilatada experiencia en la praxis política, el enfoque que dará Perón a su epístola es novedoso, y en algún sentido opuesto a los anteriores, dado que situará al problema ambiental junto al problema social, es decir las condiciones de pobreza de los países del tercer mundo que acarrean una situación estructuralmente injusta, fruto del desequilibrio en las relaciones Norte Sur, que repercute en la degradación ambiental local y mundial, lo que raramente había sido contemplado hasta entonces, sino separadamente o como asuntos sin conexión entre sí.
Crudo diagnóstico conceptual
Situándose por encima de cualquier diferencia ideológica o política, rápidamente aclara que, desde que se halla en juego la supervivencia de la humanidad, se trata de una cuestión que supera todo tipo de división partidaria puesto que se ingresa “en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza”.
Ya desde los primeros párrafos del Mensaje coloca el énfasis en los conceptos y en un tenor crudo, despojado de cualquier eufemismo o corrección política, alertando sobre la “marcha suicida” que llevaba adelante la humanidad, y enumerando las causas principales de la crisis que se avecina, la contaminación ambiental, la sociedad de consumo masivo y la sobreestimación de la tecnología.
Se refiere, en la manera anticipatoria, a lo que hoy podemos llamar efectos antropogénicos de la degradación ambiental, no del todo evidentes ni mucho menos unánimemente aceptados en la comunidad incluso la científica de la época y directamente fuera de la agenda social y política de su tiempo.
Perón alude a esta fuerza transformadora del ser humano, arrasadora de los ecosistemas, ya sea terrestres o marinos, al ambiente rural o urbano: “En el último siglo ha saqueado continentes enteros y le han bastado un par de décadas para convertir ríos y mares en basurales, y el aire de las grandes ciudades en un gas tóxico y espeso”, aludiendo también a la aceleración del ritmo de extinción de la biodiversidad, y todo ello tiene su origen en la disociación del ser humano con la naturaleza, y en el desconocimiento de las relaciones biológicas.
Escribe Perón: “El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas. La humanidad está cambiando las condiciones de vida con tal rapidez que no llega a adaptarse a las nuevas condiciones. Su acción va más rápido que su captación de la realidad y el hombre no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza, y no de su poder mental”.
Así se anticipa a lo que muchos años más tarde Eugene Stoermer y Paul Crutzen denominarán Antropoceno, para referirse a un nuevo período del planeta Tierra caracterizado por la irrupción del ser humano con carácter perturbador, que iguala o rivaliza con las fuerzas más estructuralmente poderosas de la naturaleza como las fuerzas geológicas, dejando de lado el período de estabilidad climática caracterizado por los últimos 11 mil años de historia terrestre, denominado Holoceno.
Continúa diciendo Perón: “Las mal llamadas “Sociedades de Consumo”, son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, por el gusto que produce el lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes necesarios o superfluos y, entre estos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna cierta vida porque la renovación produce utilidades.”
En el año 2015, en una misiva también dirigida universalmente, otro argentino, S.S. Francisco expresaría lo que sigue: “Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos
excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura… En cambio, el sistema industrial, al final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo de contrarrestar la cultura del descarte, que termina afectando al planeta entero, pero observamos que los avances en este sentido son todavía muy escasos”. Encíclica Laudato Si, Sobre el cuidado de la Casa Común (22)
Aludiendo al mismo tiempo a que dicha cultura del descarte provoca efectos deletéreos en el sistema jurídico en su conjunto bajo diversas formas de anomia, por la vigencia de una cultura corrompida: “Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque, cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.”
Finalizando su etapa diagnóstica Perón se refiere al espejismo de los avances tecnológicos que, por un lado, no sólo conllevan en el marco de las diferencias NORTE SUR una brecha tecnológica que divide en dos a la humanidad (“La separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible que parece que estuviera constituida por más de una especie”) , sino que, más allá de los bienes que promete, resulta un “arma de doble filo” estando al servicio de un sistema de producción de bienes y servicios avasallante de la naturaleza, y que por lo tanto debe tener un límite (“El ser humano cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia”.).
En la misma línea Laudato Si (115), expresa: “El antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón técnica sobre la realidad, porque este ser humano «ni siente la naturaleza como norma válida, ni menos aún como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis, prácticamente, como lugar y objeto de una tarea en la que se encierra todo, siéndole indiferente lo que con ello suceda». De ese modo, se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo.”
Un posible camino de solución
Así como es claro en el diagnóstico, también es claro en el aspecto propositivo para superar las catástrofes por venir: la acción concertada y solidaria, tanto a nivel interno como internacional. Esto último evidentemente se formularía a través de los acuerdos entre naciones, concretados por la vía del derecho internacional.
No obstante, ello sólo sería posible a partir de una revolución, que se llevaría a cabo no por los ejércitos (cuestiona severamente la carrera armamentística que vivía y vive aún hoy el mundo), sino que se desplegaría en otro escenario: la mente y el espíritu del ser humano, empezando por los países desarrollados. Dice Perón: “Son necesarias y urgentes: una revolución mental en los hombres, especialmente en los dirigentes de los países más altamente industrializados; una modificación de las estructuras sociales y productivas en todo el mundo, en particular en los países de alta tecnología donde rige la economía de mercado, y el surgimiento de una convivencia biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la naturaleza… esta revolución mental implica comprender que el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general”.
Es igualmente definitorio en la inminencia del momento en que debe iniciarse la acción: YA, y a su alcance: debe hacerse a TODO nivel de la organización humana.
Así lo expresa: “La lucha contra la contaminación del ambiente y de la biosfera, contra el despilfarro de los recursos naturales, el ruido y el hacinamiento de las ciudades, debe iniciarse ya a nivel municipal, nacional e internacional”.
Ese mismo año se iniciará, como vimos, la larga serie de conferencias internacionales que procurarán regular los principales efectos negativos de las actividades humanas sobre el ambiente, analizado como macro bien (Lorenzetti), o alguno de sus microbienes (clima, biodiversidad, suelos, mar, etc), que luego de 50 años ininterrumpidos aún no alcanza una Convención Internacional que declare con efectos vinculantes el derecho al ambiente sano, tanto en su faceta individual (derecho subjetivo), como colectiva.
Es verdad que el mismo derecho es operativo en más de 150 países, por vía de la “cláusula ambiental” inserta en sus Constituciones nacionales (Ej, Art. 41 de nuestra Constitución), o por vía de leyes marco en 176 (Primer Reporte del Estado de Derecho Ambiental, PNUD, 2019) pero esa falta de acuerdo internacional con alcances vinculantes ante una jurisdicción (hard law) condiciona y limita las posibilidades de cooperación entre naciones, especialmente en aquellos casos en que existen recursos compartidos, como cuencas hidrográficas, biodiversidad, o incluso la misma atmósfera.
En tal sentido puede afirmarse que el derecho internacional ambiental se ha desarrollado mediante una estrategia de carácter programático, no directamente operativo, normas de derecho blando o soft law, limitando aquellos acuerdos operativos, vinculantes o de hard law (como excepción pueden señalarse el Protocolo Adicional de la Convención Americana de Derechos Humanos, o protocolo de San Salvador, y la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos).
Mientras tanto, se advierte en el ámbito internacional una tendencia a la flexibilización de las normas ambientales para privilegiar el crecimiento económico, debilitando los restantes dos pilares sobre los que se debe construir el principio de sustentabilidad, el social y el ambiental.
Más recientemente, se abre una vía compulsiva para el cumplimiento de los deberes ambientales de los Estados a través del reconocimiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por la Opinión Consultiva N° 23/17 del Derecho al Ambiente Sano como condición de posibilidad de los restantes derechos humanos.
Perón alude a la necesidad de la obligatoriedad del cuidado ambiental, como condición para el adecuado uso de la soberanía de los recursos naturales, primero dentro de las fronteras nacionales. En pleno auge de las posiciones ampliatorias de derechos de las décadas del ‘60 y ‘70, postula, sin embargo, los deberes colectivos, en el mismo enfoque conceptual que el preámbulo de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (“El cumplimiento del deber de cada uno es exigencia del derecho de todos. Derechos y deberes se integran correlativamente en toda actividad social y política del hombre. Si los derechos exaltan la libertad individual, los deberes expresan la dignidad de esa libertad”.)
Dice Perón: “Cada Nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales. Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir, a sus ciudadanos el cuidado y utilización racional de los mismos. El derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos”.
Este deber de un ciudadano con otro, en la esfera internacional, se reflejará en obligaciones de solidaridad, de carácter intrínsecamente valorativo, al decir de Cafferatta y Peretti, uno de los pilares del derecho ambiental (“Por eso convoco a todos los pueblos y gobiernos del mundo a una acción solidaria”).
Con carácter igualmente pragmático, Perón abogará por una acción que promueva la restauración de la naturaleza, en la tríada de la sustentabilidad, de su parte débil, la dimensión ambiental, junto con las poblaciones vulnerables… “la naturaleza debe ser restaurada en todo lo posible para que los recursos naturales resulten aceptables y por lo tanto deben ser cuidados y racionalmente utilizados por el hombre”.
Este enfoque totalmente novedoso, por fuera de lo que significaría el daño ambiental clásico (daño previo para una posterior recomposición), desde el punto de vista jurídico apenas recibiría concreción normativa en la letra del nuevo Constitucionalismo latinoamericano, por medio de las Constituciones de Ecuador, en su Art.72 (“La naturaleza tiene derecho a la restauración”) … y la Ley N° 71 (2010), de Bolivia de Derechos de la Madre Tierra (“A la restauración: Es el derecho a la restauración oportuna y efectiva de los sistemas de vida afectados por las actividades humanas directa o indirectamente.”)
En otros párrafos de su carta llamará a una modificación de las prácticas de producción que sean compatibles con las necesidades humanas y lo que hoy llamaríamos “economía circular”: “Necesitamos nuevos modelos de producción, consumo, organización y desarrollo tecnológico que, al mismo tiempo que den prioridad a la satisfacción de las necesidades esenciales del ser humano, racionar el consumo de recursos naturales y disminuyan al mínimo posible la contaminación ambiental”.
De todas estas cuestiones, sin dudas la más trascendente haría referencia a la cuestión social, ligada a la ambiental: “Todos estos problemas están ligados
de manera indisoluble con la justicia social”, y “la justicia social debe exigirse en la base de todo sistema, no solo para el beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos y bienes necesarios”.
En términos similares en Laudato Si (139), se expresará que: “Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.”
La institucionalización
El Perón de la carta del 1972 se sometía al dictamen científico, eran los hombres de ciencia quienes tendrían la última palabra en cuanto al conocimiento disponible, pero la decisión y la acción se realizaba a través de la política, transformándose a su vez a través del derecho, en institucionalidad, y más tarde, en políticas de Estado.
Cabe decir en este aspecto Perón fue totalmente coherente con tales postulados ya que crearía, al asumir por tercera vez la presidencia argentina, en 1974 la primera secretaría de Latinoamérica dedicada al ambiente, la Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente Humano, colocando a su cargo a la Doctora en Química, Yolanda Ortiz, en cuyo homenaje en 2020 fue sancionada la Ley 27.592, mejor conocida como Ley Yolanda.
Esta Secretaría, bajo la órbita del Ministerio de Economía, tuvo importantes funciones en materia de recursos hídricos, recursos naturales renovables y no renovables, entre otros. Lamentablemente la misma fue por completo desmantelada durante la última dictadura militar, al igual que muchas otras instituciones democráticas.
Por supuesto que, desde entonces, nuestro país ha avanzado enormemente, especialmente a partir de la reforma constitucional de 1994 consagrando el derecho al ambiente sano y el deber para el Estado y particulares de preservarlo (Art. 41), y en muchos aspectos es pionero o vanguardista en legislación, doctrina y jurisprudencia ambiental. Nuestra provincia de Misiones es ejemplo de coherencia y desarrollo normativo, habiendo cimentado al ambiente como una auténtica política de Estado que se sostiene a lo largo de los años y los gobiernos.
Podríamos afirmar que el dilema de nuestro tiempo se puede resolver fortaleciendo las instituciones del Estado de Derecho, mutado de Estado de Derecho Social a Estado de Derecho Socio Ambiental, apelando a los grandes principios y valores que nutren este Estado: la paz y la cooperación internacionales, la solidaridad entre naciones y generaciones, e incluso especies, la sustentabilidad (en su sentido fuerte, privilegiando la parte “débil” de la tríada, ya sea el ambiente o los grupos vulnerables), la prevención y precaución, así como los instrumentos de política ambiental, la promoción y educación ambiental, al mismo tiempo que la fiscalización.
Pero el problema nunca ha sido más acuciante. Señala el Santo Padre Francisco que: “El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia.” (Laudato Si, 53) Por eso vale la pena recordar a 50 años de haber salido a la luz, por fuera de los debates polarizadores estériles, las palabras del tres veces presidente de la República, quien supo incorporar una mirada argentina y claramente adelantada a su tiempo a la discusión de la principal agenda mundial, que tanto entonces y con más razón hoy, es el problema primordial de la humanidad, la cuestión ambiental. “Este, en su conjunto, no es un problema más de la humanidad; es el problema”.