Salario Básico Universal: ¿Solución tecno-optimista o fantasía capitalista?

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Hay un debate sobre el concepto de un posible Salario Básico Universal. Por ejemplo, Sam Altman, CEO de OpenAI, lanzó un experimento social que involucraba realizar pagos aleatorios a personas. Su razón para hacerlo era ver las posibles implicaciones de esta idea en un mundo donde inevitablemente la inteligencia artificial, en palabras de Altman, reemplazará los empleos humanos. Sin embargo, ¿se trata de un evento que realmente predice el futuro y se preocupa por el bienestar de la humanidad, o es solo un salvavidas de Silicon Valley para mantenerse relevante en un futuro automatizado?

En lugar de emular a un personaje como el famoso YouTuber MrBeast, Altman parece estar impulsado por un propósito serio, incluso siniestro. Junto con grandes nombres como Elon Musk y Bill Gates, comparten una visión tecnológicamente optimista que cree que la IA y la automatización son los motores del cambio inevitable. Pero su propuesta también presenta peligros potenciales en un momento de creciente desigualdad. El riesgo es que, en lugar de empoderar a las personas, este “salario libre” fomente una dependencia económica que inhiba la participación activa y creativa en la sociedad.

El concepto de salario universal no es nuevo. Ya en el siglo XVI, Santo Tomás Moro lo incluyó en su libro Utopía como parte de su visión ideal de comunidad. Luego, en el siglo XIX, el reformador Thomas Spence imaginó un sistema de propiedad común en el que las SBU promovían la igualdad social. Pero en el siglo XXI, los esfuerzos de Altman plantean más preguntas que respuestas. Dado que las personas reciben una renta básica, esto no afecta a su desarrollo profesional y humano desde una perspectiva de educación y formación

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Por extraño que parezca, la idea del SBU puede generar contradicciones. La implementación del SBU en un sistema capitalista significa esencialmente una erosión de los principios fundamentales que sustentan el sistema de acumulación de riqueza. En el contexto de Silicon Valley, esta propuesta puede no ser más que una fórmula para sostener un modelo económico que promueve la desigualdad, disfrazada de solución futurista. La verdadera pregunta es si el SBU puede coexistir con un sistema basado en la competencia y la acumulación, o si en última instancia es sólo un paliativo temporal en un mundo donde los problemas son estructurales y complejos.

Aquí surge un serio dilema. ¿Cómo podemos mantener un sentido de contribución y propósito en una sociedad donde el trabajo tradicional está perdiendo significado? Para muchas personas, el empleo es más que una simple fuente de ingresos, es una parte importante de su identidad y participación en la sociedad. Sin mecanismos claros para fomentar la capacitación y el compromiso cívico, las UEN pueden crear una crisis de significado y pertenencia en una industria donde el trabajo generalmente se considera un medio de realización personal.

Para imaginar un futuro verdaderamente sostenible y justo, necesitaremos ir más allá de la promesa del ingreso básico y comprometernos con ideas de decrecimiento como las propuestas por los modelos de autosuficiencia y las economías locales sostenibles. Sin esta reconfiguración más profunda, las UEN corren el riesgo de convertirse en otro frente para que el capitalismo mantenga su poder, en lugar de convertirse en verdaderos vehículos para el cambio social y ambiental.

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