Argentina, el país errante en la arena política internacional
Los grandes errores de nuestras estrategias de inserción.
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La política exterior argentina ha estado marcada por malas lecturas estratégicas en momentos clave de la historia mundial. Podríamos enumerar momentos históricos y decisiones controvertidas que han servido para caracterizarnos como un actor poco confiable en el plano internacional: un país que no logra sostener una visión coherente de largo plazo y que oscila entre la autonomía declamada y la dependencia acrítica, tal como lo describió Carlos Escudé, padre del realismo periférico.
La Argentina errante: el siglo XX tuvo momentos decisivos en la construcción del orden internacional, y Argentina no supo leerlos. Desde 1880 hasta la década de 1930 nuestro desarrollo económico vivió un auge gracias a la complementariedad económica que teníamos con Gran Bretaña: carne y granos a cambio de manufacturas e inversión. Ese esquema nos dio crecimiento, pero dependía de una potencia en declive. Con Estados Unidos, en cambio, no éramos socios sino competidores agrícolas, y allí comenzó nuestra dificultad para adaptarnos al nuevo escenario.
La transición de poder de Londres a Washington nos dejó mal parados: no redefinimos nuestro modelo económico ni supimos encontrar un espacio de cooperación con la nueva potencia. A esa debilidad estructural se sumó la ambigüedad política del golpe del GOU en 1943, visto por los aliados como filo-eje incluso cuando la guerra ya tenía un rumbo definido. El resultado fue claro: aislamiento, desconfianza y la exclusión de los foros de posguerra. Argentina quedó fuera del diseño de la arquitectura internacional, cargando con la etiqueta de país errático e imprevisible.
Lo que podríamos definir como segundo error histórico fue la guerra de Malvinas en 1982. Enfrentar a Gran Bretaña significaba, de facto, desafiar a toda la OTAN en un momento en que la URSS comenzaba a desmoronarse y Estados Unidos consolidaba su hegemonía. Más allá del reclamo legítimo sobre las islas, el método elegido —la guerra— fue obviamente equivocado y condenó al país a una derrota que debilitó al país y acentuó la característica de actor poco confiable, amen de que profundizó la subordinación a Washington y a los organismos multilaterales.
La sobreactuacion en los años 90 marca otro capitulo de mala estrategia: En los años 90, la administración Menem llevó al extremo la teoría realista con la llamada “relaciones carnales” con Estados Unidos. Se sobreactuó la alineación en un mundo unipolar, pero sin obtener beneficios reales para el país. Como señaló Tokatlian, esa subordinación nunca garantizó ni estabilidad económica a largo plazo ni mayor gravitación internacional.
El presente: Milei, Trump y la búsqueda de dólares
Hoy, otra vez, estamos frente a un punto de inflexión. Javier Milei se reunió con Donald Trump en Nueva York recibiendo un apoyo inédito del tesoro de Estados Unidos a su gobierno. Cabe recordar que una de las pocas veces que Estados Unidos realizo un salvataje similar fue en los años 90 a México pero lo hizo porque ese país era —y sigue siendo— absolutamente central para sus intereses estratégicos. El intercambio comercial bilateral entre Mexico y Estados Unidos supera los 830 mil millones de dólares, mientras que con Argentina apenas llega a 17 mil millones. El stock de capital estadounidense en México es de 150 mil millones de dólares, mientras que en la Argentina apenas roza los 12 mil millones. México es esencial para Washington; Argentina, marginal.
Entonces, ¿por qué Trump apoya a Milei? La singularidad de la Argentina actual no pasa por su peso económico, sino por su alineamiento político e ideológico. Milei comparte con Washington e Israel una agenda cerrada en torno a la política de género, el cambio climático, la defensa dogmática de “Occidente” y la batalla cultural contra el progresismo. Para ilustrar el grado de alineamiento: en 2024, la tasa de coincidencia de voto de Argentina con Estados Unidos en Naciones Unidas fue del 82%, superando incluso el récord menemista de 68,8%. En contraste, con China se alcanzó el nivel de menor coincidencia desde 1971. Milei llevó a la práctica un mandato explícito: votar contra Beijing y sus propuestas en los foros internacionales.
Pero hay otro punto clave: su política exterior divide al Mercosur y erosiona la relación estratégica con Brasil, debilitando así al principal socio regional de China en Sudamérica. Esa fractura es funcional a Washington, porque limita el peso de Brasil como líder regional y, por ende, reduce la capacidad de influencia de China en la región. Recordemos que una de las primeras medidas de Milei fue abandonar los Brics.
A esto se suma un dato político no menor: en el transcurso de un año habrá elecciones en varios países de la región, y es probable que triunfen candidatos afines al ideario de Trump. Para construir una América Latina a la medida de Trump, la Argentina no debe caer: Milei representa hoy la vitrina regional de la nueva derecha conservadora alineada con Washington.
Para terminar, la Argentina vuelve a estar atrapada en una relación triangular en sus vínculos exteriores. En el pasado, fuimos complementarios a la economía británica hasta la década de 1930: exportábamos alimentos e importábamos manufacturas, y esa dinámica nos dio un lugar destacado como potencia regional. Pero con el ascenso de Estados Unidos —que siempre fue competidor comercial de la Argentina— perdimos margen de maniobra y no supimos adaptarnos al nuevo escenario de posguerra. Esa miopía histórica nos relegó en el diseño del orden internacional.
Hoy la historia se repite, aunque con actores distintos. La relación casi exclusiva con Estados Unidos que impulsa Milei resulta anacrónica frente al peso real de Asia en la economía mundial. El dato es elocuente: en 2022, el año en que más exportamos, la Argentina alcanzó 88 mil millones de dólares, y 8 de cada 10 dólares provinieron de países no occidentales. El dinamismo del comercio global pasa por China, India, Indonesia y el Sudeste Asiático, con quienes somos complementarios como lo fuimos en el pasado con Gran Bretaña, no siendo el caso de Estados Unidos.
Mientras tanto, Milei insiste en una lectura ideológica: cree que abrazándose con Estados Unidos refundará Occidente. Pero el pragmatismo de los negocios muestra otra cara: las oportunidades, las inversiones y el futuro de la demanda mundial están en Asia. Como en los años 30, volvemos a enfrentar una transición de poder global. La pregunta es si esta vez sabremos manejar el cambio o si, como en la posguerra, quedaremos otra vez del lado equivocado de la historia.
