Aerial view showing smoke rising from an illegal fire at the Amazonia rainforest in Labrea, Amazonas state, Brazil, on September 15, 2021. - The Amazon, the world's biggest rainforest -- the so-called "lungs of the Earth," the "green ocean," the thing humanity is counting on to inhale our pollution and save us from the mess we've made of the planet -- is now emitting more carbon than it absorbs. (Photo by MAURO PIMENTEL / AFP)

Argentina presentó su nueva meta climática y bajó la ambición

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Por Juan Carlos Villalonga y Elisabeth Mohle. El lunes 3 de noviembre, el gobierno argentino presentó su nueva meta de mitigación en la Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés), el documento que establece los objetivos del país frente al cambio climático. En lugar de elevar la ambición, la nueva versión relaja los compromisos: el límite de emisiones pasa de 349 millones de toneladas de CO₂ equivalente —establecido en 2021— a 375 millones para 2030 y 2035. Se trata de un retroceso que contradice la ciencia, la tendencia global y, sobre todo, la oportunidad de definir un rumbo que impulse la transición verde como motor de inversión, empleo y competitividad.

Qué son las NDC y por qué importan

Las NDC son el corazón del Acuerdo de París, el pacto global adoptado en 2015 para enfrentar el cambio climático. A diferencia del acuerdo climático anterior -el Protocolo de Kioto, no impone metas desde arriba: cada país define su propio aporte y lo presenta ante la comunidad internacional. En conjunto, esos compromisos trazan el rumbo colectivo para mantener el aumento de la temperatura media del planeta por debajo de los 2 °C —y, en lo posible, de 1,5 °C— respecto de los niveles preindustriales.

Cada cinco años, los países deben actualizar sus NDC y elevar su nivel de ambición. Este mecanismo de revisión progresiva es fundamental, porque incluso con los compromisos actuales el mundo sigue camino a superar los 2 °C de calentamiento. La actualización periódica busca justamente asegurar que la acción climática avance de forma sostenida, acumulativa y coherente con la ciencia.

Pero las NDC no son solo promesas: también son herramientas de planificación. En ellas se expresa la voluntad política de reducir emisiones y adaptarse al cambio climático, pero además orientan la estrategia productiva nacional, señalando las oportunidades de inversión, las prioridades de política pública y los esquemas de cooperación internacional. En definitiva, marcan la dirección de la transición hacia una economía más sostenible y competitiva. Esa dirección funciona como una señal de orden para todos los actores: empresas que deciden dónde invertir, gobiernos locales que diseñan políticas y jóvenes que eligen en qué formarse para el futuro.

Si bien el Acuerdo de París y las dos primeras rondas de NDC lograron impulsar la acción climática global y reducir las proyecciones de calentamiento de cerca de 4 °C a entre 2,3 °C y 2,5 °C, la brecha sigue siendo enorme para cumplir con la meta de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C. Según el Emissions Gap Report 2025, para alcanzar ese objetivo el mundo debería reducir las emisiones globales alrededor de un 40 % para 2030 y un 55 % para 2035 respecto de los niveles de 2019. Sin embargo, con los compromisos actuales las reducciones proyectadas apenas alcanzan el 12 % y el 15 %, y las políticas hoy vigentes nos encaminan a un calentamiento de hasta 2,8 °C.

Por eso, cada nueva ronda de NDC debería elevar la ambición y acompañarse de planes de implementación más concretos y verificables, que transformen los compromisos en políticas efectivas de mitigación y adaptación.

El estado global de las NDC

A nivel mundial, la nueva ronda de compromisos —las llamadas NDC 2025, con horizonte 2035— avanza con ritmo dispar. Según el portal Climate Watch, solo 69 países —que en conjunto representan el 61 % de las emisiones globales— presentaron una nueva NDC, mientras que otros 128 (39 %) aún no actualizaron sus compromisos desde la última ronda.

El NDC Synthesis Report 2025, analizó las 64 nuevas NDC y encontró algunos avances relevantes. El 89 % incluye metas de alcance económico nacional (frente al 81 % anterior) y el 88 % fue elaborado teniendo en cuenta los resultados del Global Stocktake, el balance global que mide el progreso colectivo del Acuerdo de París. En conjunto, estas NDC implican una reducción proyectada de entre 11 % y 24 % de las emisiones respecto de 2019 y trazan una trayectoria alineada con los objetivos de neutralidad a largo plazo. Además, el informe destaca una mayor presencia de componentes de adaptación y resiliencia, incluidos en el 73 % de las nuevas contribuciones, y subraya la necesidad de cooperación internacional y financiamiento innovador para garantizar su implementación efectiva.

Yendo a los grandes emisores, el Emissions Gap Report 2025 muestra que -a fines de septiembre) solo diez miembros del G20 habían presentado nuevas metas de mitigación con horizonte 2035. Si bien todos implican reducciones respecto de los objetivos de 2030, las magnitudes varían ampliamente: desde ajustes marginales —como Canadá (-38 MtCO₂e) o Turquía (-57 MtCO₂e)— hasta recortes más significativos en economías de gran peso, como China (-961 MtCO₂e), Estados Unidos (-921 MtCO₂e) y la Unión Europea (-681 MtCO₂e). En el caso de Brasil, la nueva NDC proyecta una reducción equivalente a unos -290 MtCO₂e hacia 2035. Sin embargo, el informe advierte que, en conjunto, las nuevas metas del G20 representan una disminución insuficiente para cerrar la brecha hacia los 1,5 °C.

La nueva NDC argentina: seguir procrastinando la transición

Desde la firma del Acuerdo de París, Argentina presentó dos NDC. La última, en 2020, fijaba un tope de 349 MtCO₂e para 2030 y ratificaba la neutralidad de carbono en 2050. Aunque las políticas vigentes no alcanzaban para cumplirla, la meta en sí era una señal de compromiso y de planificación de una transición en marcha.

La NDC presentada esta semana eleva el techo a 375 MtCO₂e: son +26 Mt respecto de 2020, es decir un aumento de +7,5 %. Además, repite el mismo número para 2030 y 2035, congelando la ambición por cinco años más.

La explicación oficial refiere a que se incorporaron más áreas geográficas, más categorías de emisiones, entre otros cambios metodológicos. Sin embargo, aún si parte del ajuste fuese atribuible a metodología, no hay evidencia publicada que demuestre que 375 “equivale” a los anteriores 349. Y, en ningún caso, esos cambios justifican mantener la misma meta en 2035. Es importante ver los números para terminar de entender qué significa esta nueva meta.

La comparación con una trayectoria compatible con 2 °C es clara: para 2030 Argentina debería ubicarse en torno a 287 MtCO₂e. Con la nueva NDC, el país quedaría 88 Mt por encima (+30,7 % sobre el nivel requerido); con la meta previa, el desvío era de 62 Mt (+21,6 %). En términos de peso relativo, mantenerse cerca del 0,7 % de las emisiones globales exige objetivos del orden de 287 Mt; apuntar a 375 Mt empuja la participación hacia el 1%.

En el siguiente gráfico se ve con claridad por dónde debería ir la trayectoria y por dónde se ubica la NDC presentada:

Fuente: Elaboración propia. Nota: línea verde: emisiones históricas; línea roja: NDC 2021 con meta 2030 y trayectoria net zero; línea azul discontinua: meta intermedia indicativa (NDC 2020); punto amarillo: meta 2035 consistente con trayectoria net zero (significa 36% de reducción respecto 2022); puntos naranjas: metas 2030 y 2035 según NDC 2025.

Así y todo no hay plan de transición

Más allá del objetivo anunciado, el problema central sigue siendo la ausencia de un plan de transición. Las NDC solo tienen sentido si se traducen en políticas concretas, con presupuestos definidos, responsabilidades institucionales claras y mecanismos de seguimiento que permitan medir avances y corregir desvíos. Sin eso, se reducen a declaraciones de buena voluntad sin capacidad transformadora.

Argentina no partía de cero: contaba con un ministerio con capacidades técnicas, representación activa en los foros internacionales y programas en marcha para fortalecer la política ambiental. Pero en poco tiempo el gobierno desmanteló esas capacidades, recortó políticas, bloqueó el acceso a financiamiento internacional y hasta borró el cambio climático del discurso oficial.

Ahora que parece haber reconocido su existencia —y la necesidad de mantenerse dentro de la conversación global—, debería formular una hoja de ruta clara que explique cómo piensa cumplir siquiera esta meta menos ambiciosa.

Porque ya no hablamos solo de un problema ambiental —que de por sí sería suficientemente grave—, sino de un problema económico y productivo. El cambio climático afecta de manera directa a la economía: lo mostró la última sequía, con pérdidas millonarias en el agro, y lo anticipa la transición tecnológica global, que pone en riesgo sectores clave como el automotriz si el país no se adapta.

El mundo avanza; no tenemos nada para ganar por seguir quedando atrás.

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