Aumentó la informalidad y la heterogeneidad en el empleo
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(Analytica) En el segundo trimestre de 2025 el mercado laboral mostró señales mixtas. La tasa de desocupación se ubicó en 7,6% de la población económicamente activa, idéntica al registro de un año atrás. A primera vista, la estabilidad del desempleo parecería indicar un mercado laboral que resiste; sin embargo, detrás de esa cifra se esconde un cuadro más complejo.
La serie desestacionalizada muestra una leve caída del desempleo respecto del trimestre anterior, pero esa mejora convive con un deterioro en la calidad del empleo, un aumento de la informalidad y una presión laboral que alcanza a casi un tercio de la población activa.
En paralelo, el PIB registró un crecimiento interanual significativo, lo que evidencia un divorcio cada vez más notorio entre la expansión de la actividad y la capacidad del mercado laboral de generar empleo de calidad.

La primera tensión surge de la comparación entre el desempeño macroeconómico y el laboral. Mientras el PIB del segundo trimestre creció 6,3% en relación al mismo período del año anterior, el mercado de trabajo no replicó esa dinámica. Se destruyeron 219.901 puesto formales, la informalidad avanzó 1,6 p.p. alcanzando al 43% de los ocupados y la tasa de empleo se mantuvo estable en torno al 44,5%.
Esto sugiere que los sectores que se recuperaron no lo hicieron creando nuevos puestos de trabajo, en particular no lo hicieron con creación de empleo formal. La foto que resulta es la de una economía que expande su producto, pero sin derramar de manera efectiva sobre el empleo asalariado formal.
La baja de la desocupación respecto al trimestre anterior, descontando la estacionalidad, aporta un matiz interesante: si bien la tasa abierta se mantuvo constante interanualmente, la reducción respecto del primer trimestre indica que en el margen hubo cierta capacidad de absorción de mano de obra. Sin embargo, esta mejora no puede ser interpretada de manera optimista: lo que está en juego no es tanto una recuperación de empleos de calidad, sino una expansión de ocupaciones precarias, con más peso del trabajo por cuenta propia y del empleo informal.
Esto explica por qué, aún con una leve reducción en la tasa desestacionalizada de desempleo, la percepción social sigue siendo la de un mercado laboral flojo: tener un empleo no implica necesariamente tener seguridad social, ingresos suficientes o estabilidad.

Las brechas por grupos de población confirman esta lectura. Si bien los jóvenes continúan siendo los más afectados —la tasa de desempleo juvenil se mantiene en niveles que duplican al promedio—, se observa una reducción de la desocupación entre los varones jóvenes. No obstante, esta baja no obedece a una mejora sustantiva del empleo, sino a un efecto de composición: la tasa de actividad de este grupo cayó más que la de empleo, lo que redujo el número de jóvenes varones que participan del mercado laboral.
En contraste, la situación de las mujeres jóvenes permanece crítica, con una inserción laboral caracterizada por altas tasas de desocupación.
Llama particularmente la atención lo ocurrido con los jefes y jefas de hogar: en este segmento se registró una caída de la tasa de empleo y un aumento de la desocupación, un dato preocupante porque refleja dificultades en el núcleo de los hogares, siendo la principal fuente de ingresos familiares.
El nivel educativo sigue siendo un eje de diferenciación importante: los trabajadores con menor nivel de instrucción presentan tasas más altas de desempleo y subocupación, mientras que entre quienes poseen educación terciaria o universitaria las condiciones son comparativamente mejores. Sin embargo, incluso en los grupos con mayor calificación, la caída de las tasas de empleo y de actividad muestra que el mercado laboral en general perdió dinamismo.
Mirada regional y por tamaño de aglomerado
La heterogeneidad territorial añade una capa de complejidad al diagnóstico. En los grandes aglomerados —con más de 500 mil habitantes— la desocupación se ubicó en torno al 8,0%, por encima del promedio nacional, mientras que en los más pequeños descendió a 5,5%. Pero detrás de este contraste regional emergen trayectorias muy dispares.
Gran Resistencia registró la tasa de desempleo más alta, de 10,3%, aunque con una leve mejora interanual de 0,7 p.p. En los partidos del Gran Buenos Aires, la desocupación alcanzó el 9,8%, la segunda más elevada, mostrando un aumento de 0,7 p.p. asociado a la caída del empleo.
Entre los aglomerados con mejoras, sobresale el Gran La Plata, donde el desempleo se redujo de 9,9% a 6,9% (−3 p.p.); sin embargo, la mejora no respondió a la creación de empleo —que retrocedió 1,9 p.p.— sino a una fuerte baja en la participación laboral (−3,6 p.p.). En San Nicolás–Villa Constitución fue donde más aumentó la desocupación con un salto de 2,8 p.p., aun cuando la tasa de empleo se mantuvo prácticamente estable.

La tasa de desempleo aguanta, ¿pero a qué costo?
En perspectiva, el mercado laboral del segundo trimestre de 2025 deja más preguntas que certezas. La coexistencia de crecimiento económico con desempleo estable y precariedad en aumento plantea el interrogante de si la expansión actual es capaz de generar empleos de calidad o si, por el contrario, estamos frente a un sendero en el que el crecimiento se apoya en sectores con baja capacidad de absorción laboral y en un colchón de informalidad que contiene las cifras de desempleo, pero reproduce vulnerabilidad.
El riesgo de consolidar esta dinámica es alto: un mercado laboral con alto desempleo juvenil, fuerte presencia de la informalidad y presión laboral en aumento no solo limita la capacidad redistributiva del crecimiento, sino que también erosiona la base social necesaria para sostener un ciclo expansivo.
La conclusión central es clara: con crecimiento el desempleo no empeora, pero el mercado de trabajo no logra mejorar en calidad ni en inclusión. En un trimestre donde la economía crece, los trabajadores siguen enfrentando dificultades para acceder a empleos estables y registrados.
