Auto a basura: cuando el pueblo enciende el fuego del futuro
En un país donde la desilusión con el sistema se respira como el humo de un basural en llamas, proyectos como el de Edmundo Ramos nos obligan a levantar la vista. Con una dosis de ingenio, una vieja Ford Ranchero y toneladas de voluntad, logró hacer funcionar su camioneta con residuos. No es ciencia ficción, ni una tecnología importada con sello extranjero. Es gasificación: una técnica centenaria, olvidada por la historia oficial, que convierte basura orgánica en energía útil. En tiempos de crisis profunda, esto no es solo un invento: es un gesto político.
Y no se trata de un caso aislado. En España, durante los años del franquismo y el aislamiento económico de la posguerra, decenas de miles de vehículos circularon con gasógenos caseros construidos por las propias comunidades. El combustible escaseaba, pero no la inventiva popular. Estos ejemplos no son meras anécdotas ni romanticismos: son pruebas de que el conocimiento comunitario, cuando se libera del corset del mercado, puede resolver problemas concretos.
Yo mismo logré hacer andar mi F-100 con basura. No usé equipos importados ni fondos estatales, sino los recursos que hay a mano en el campo, en los talleres, en la cabeza de quienes no se resignan. Y cuando eso sucede, no solo se pone en marcha una camioneta: se activa una esperanza.
“El decrecimiento llegará sí o sí, porque el sistema actual no podrá crecer ilimitadamente en un planeta finito. La clave es si lo hacemos de forma planificada, equitativa y justa, o si dejamos que se imponga de manera brutal.”
— Carlos Taibo
Lo interesante de esta tecnología no es solo que funcione, sino que lo haga sin depender de empresas multinacionales, sin licencias, sin patentes, sin dólares. Funciona porque está en manos del pueblo. Y aunque hoy parezca una rareza o una extravagancia rural, ¿quién puede asegurar que no será la norma en un futuro donde el combustible escasee y la infraestructura colapse? Cuando los recursos se agotan, las ideas valen oro.
Mientras tanto, en el presente, siempre se corta por el lado de los que trabajan. En los últimos meses, el gobierno nacional ha desmantelado buena parte del sistema científico argentino: se congelaron ingresos al CONICET, se desfinanciaron proyectos, se despidió personal técnico y se atacó directamente a quienes sostienen, con esfuerzo cotidiano, el conocimiento público. El mensaje es claro: si no da ganancia inmediata, no sirve. Frente a eso, la respuesta popular, artesanal y ajena a toda lógica empresarial, cobra un nuevo sentido.
“La transición energética no es solo una cuestión tecnológica, sino también social y económica. No basta con cambiar los combustibles: hay que cambiar el modo de vida.”
— Antonio Turiel
¿De qué sirve un sistema científico si no se conecta con las necesidades reales de la gente? ¿Cuánto conocimiento está esperando en los cuadernos de técnicos despedidos, de científicos precarizados, de mecánicos populares? El proyecto de Edmundo no solo convierte residuos en energía: convierte abandono en potencia, exclusión en solución. No necesita subsidios estatales ni promociones de influencers. Basta con la voluntad de encender la chispa.
“El colapso civilizatorio no es una posibilidad lejana: es un proceso en marcha que se acelera cada vez que naturalizamos el saqueo, el consumo desbocado y la destrucción de los vínculos comunitarios.”
— Antonio Aretxabala
Entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Esperar que la salvación llegue desde arriba, o volver a confiar en nuestras propias manos?
