Emilio Salvador

Profesor de filosofía Emilio Salvador

La adulación que duele

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La esperanza es un buen desayuno, pero una mala cena”

Sir Francis Bacon (1561 – 1626)

Todos somos conscientes de que necesitamos bienes para vivir, necesitamos del dinero, de las relaciones sociales, de proyectos que se realicen o que sirvan de horizonte; necesitamos del más allá, del mas acá, de la política, de nuestros amigos de la familia, en fin. Necesitamos de muchas cosas pero ¿Quién es aquel al que tantos son indiferentes pero que cumple una función socio-vital? ¿Quién es ese al que muchos aplauden pero valoran tan poco? ¿Quién es aquel que da igual si está presente o no pero mantiene el equilibrio en el caos y el silencio en la tormenta? Ese ser disperso en todo grupo social es el altruista. ¿Y por qué es tan necesario y a la vez tan ignorado? Porque su capital es la empatía, muchas veces la intelectualidad, pero por sobre todo algo que en sus adentros racionales sabe que es una corriente adversa pero que su sentimiento no la deja descartar: la esperanza.

Un altruista es alguien que ve la esperanza en la desazón, que siente la angustia existencial pero camina contra el viento porque su esperanza lo obliga a hacerlo. Su capital, su riqueza es la de no resignarse ante un mundo que le hace notar a cada paso que da, que no le importa si está o no, que todo puede funcionar sin él, ignorando que él es quien ve tierra a lo lejos del mar, que es él quien llora la indiferencia de pares que se deshacen en halagos pero no pagan un centavo a su labor. Él es quien entiende que “el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también” (como reza el tango Cambalache) y sin embargo se brinda valientemente en una cruzada que lo lleva de la ilusión a la frustración en una pérgola constante.

Si hablamos de una mercancía inagotable para la sociedad, sin dudas que la esperanza es esa moneda. Utilizada de todas las maneras posibles: como piedra en medio de una corriente que nos sostiene o como modo de dominación que adormece a un individuo en su rebeldía naturalizando a su alrededor prácticas de disciplinamiento social, como una piedra que te salva pero coquetea con la tentación de la inacción y nada hay que nos acerque más a la muerte que la quietud.

Curiosa es la mirada que ya tenían los antiguos griegos como Hesíodo, quien relata en el famoso mito de Pandora que la esperanza ha nacido como un mal maquillado en bien. Repasemos la historia brevemente: Zeus, Dios padre envía a Pandora con una caja que no debía abrirse pero no le dice por qué. Ella llega y es quien se convierte en esposa de Epimeteo, hermano de Prometeo, quien había robado el secreto del fuego para dárselo a los hombres, he aquí el motivo de la venganza de Zeus. La curiosidad hizo que Pandora abra un día la caja y allí todos los males del mundo se liberaran. Desesperada corrió a taparla y uno quedo preso: la esperanza. No pasó al mundo como un mal porque quedo encerrada en la caja que iba a contenerla como tal y daría la posibilidad a los hombres de usarla como un bien. Un gran error. Porque es a través de ella que uno se consuela, se aferra a lo que no está, se manifiesta en su carencia porque se esperanza en que llegue lo que no está presente. ¿Interesante lectura no?

¿Por qué elegí hablar de esto en este portal de política y economía? Porque considero que una sociedad sin altruistas esperanzados, seria tonta, ignorante, hipócrita y falaz. Una sociedad que sigue considerando al portador de la esperanza como alguien que puede estar o no, se equivoca. El altruista tiene una esperanza que sabe que duele, que sabe de Pandora, que siente la carencia, pero entre todas las espinas del camino se sigue cortando porque con cada gota de sangre abona la tierra de una sociedad que se fertiliza con ella, se hace mejor, se hace más elevada, se hace rica en valores.

No sirve de nada aplaudir gratis sin convicción de valorarlo, eso es adulación, en la política demagogia y en las relaciones sociales, un accionar que llena la boca del altruista de sabor a muerte más que a vida, porque ve como la suya esta brindada a los demás y no pide nada a cambio o al menos no la indiferencia o el aplauso sin sentido. No es malo tener esperanza cuando es guía hacia adelante pero no cuando es cadena los sueños.

Valoremos al altruista como lo hacemos al dinero y evitemos la demagogia porque como decía Antístenes: “los cuervos devoran a los muertos pero la adulación carcome a los vivos”.

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La política del “Idiótes”

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“El precio de desentenderse de la política, es el ser gobernado por los peores hombres”.

Platón (427 – 347 a.C)

Durante mucho tiempo la política ha sido tema de debates filosóficos. Un tópico común de una cultura en la que nacemos insertos sin saberlo y que nos demanda lo que para Hannah Arendt es lo que define nuestra intervención en el mundo: la acción. Hannah fue una pensadora filosófico/política alemana que en gran parte del siglo XX incursionó en temáticas que movilizaban al mundo: el mal, el poder, la condición política, etc. Pero ¿Por qué la traemos aquí? En la Argentina estamos viviendo tiempos en donde la política copa la escena: las decisiones en torno a la cuarentena (económicas, laborales, tributarias entre otras), el debate súper extendido por la despenalización del aborto que divide posiciones sociales fuertes, en fin Hannah nos ayuda a pensar estos momentos desde sus reflexiones pasadas pero para nada fuera de moda.

En su libro “La condición humana” publicado en 1958, realiza un análisis sobre ¿Qué es la acción política? Y la entrecruza con el existencialismo, esa corriente filosófica que entre las guerras mundiales le decía a la gente que los seres humanos somos una proyección constante, un transformarnos todo el tiempo a través de las decisiones que tomamos por estar “condenados a ser libres”. Para Arendt la esfera política se corresponde justamente con el ámbito de la libertad, y nota que es en la modernidad cuando la política y la economía se confunden en un solo plano. Aquí desarrolla una idea que me parece fundamental compartir para que reflexionemos en torno a nuestras acciones dentro de la política ya que hace demasiado tiempo que sentimos que somos parte de ella, “democráticamente” hablando, pero sin embargo hay una brecha de estratos entre “lo político” y nuestro día a día. Hannah viaja en sus ideas a la Grecia antigua y resalta que allí la experiencia política era una condición necesaria para ser ciudadano y era donde el concepto de igualdad podía ser manifestado. El ámbito familiar, por ejemplo era verticalista y la horizontalidad de las relaciones se daba “abandonando” esa esfera para pasar a la de la “polis”, la ciudad estado.

Aristóteles decía que somos animales políticos por naturaleza, entendiendo que el ámbito de la ciudad-estado es el escenario de la sociabilidad más fructífera y que por naturaleza estoy empujado a desarrollarme en ella. También lo expresaba Platón cuando el prisionero de la caverna rompe las cadenas de la ignorancia para ascender a la luz real que las sombras de su entorno confortable y oscuro no lo dejaban ver. Esa concepción griega de la participación política estaba representada por una palabra: “polites”, el ciudadano que está inserto con su acción en la práctica política. Pero hablamos de participación, de expresarse, de interesarse por cuestiones comunes de la sociedad, eso es la política y no la errónea concepción que tenemos actualmente de que nuestra participación se reduce a votar, ir a una marcha o afiliarse por intereses personales a algún sector.

Tenemos una concepción confusa de qué es la acción política porque estamos acostumbrados a que es un ámbito representado por una “clase política” diferente a la del ciudadano y el hecho de que su rol sea estrictamente de gestión representativa del bien común, no me libra de mi responsabilidad de instruirme sobre esa esfera y por supuesto, dejar huella de mi participación en la misma. En Grecia no era ciudadano quien no participaba en la polis y veían con malos ojos el desinterés por cuestiones que claramente apuntan al desarrollo positivo de la comunidad y a la realización de mi propia condición natural de sociabilidad. ¿Interesante no? Con todas las críticas que podemos hacer a la civilización griega (como el lugar que allí ocupaban las mujeres, los niños y esclavos) nos siguen brindando horizontes para repensarnos en este mundo-con-los-otros, como diría Heidegger.

Por último una curiosidad: la palabra griega  contraria a “polites” era “idiótes” que viene del vocablo griego idión (privado), en contraste con el koinón (el elemento común). Como afirma Giovanni Sartori, “de acuerdo con ello, idiótes era un término peyorativo que designaba al que no era polités –un no ciudadano y, en consecuencia, un hombre vulgar, ignorante y sin valor–que sólo se interesaba por sí mismo”. ¿En qué concepto querés estar?

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El precio del poder

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Estamos solos, vivimos solos y morimos solos. Solo a través del amor y la amistad podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que no estamos solos.

Orson Welles (1915-1985) Director de cine estadounidense

Dijimos alguna vez que hablar de economía y filosofía nos conecta con otros conceptos: recursos, mercados, ética, poder. Tomaré este último para reflexionar con un breve relato.

Un hombre camina por un sendero de un valle, levanta su mirada y ve que la cumbre está muy lejos, parece inalcanzable pero sin embargo, un deseo ardiente lo impulsa a querer estar allí. Siente impulso pero también desazón, porque parece tan lejano ese mirador tan elevado. De repente se encuentra a otro hombre: un ropaje cargado de adornos y brillo pero con una mirada taciturna y extraviada. Ve llegar al caminante y antes de saludarlo le dice:

-Se ve bien la cima de la montaña ¿no? Apuesto  a que serías muy feliz llegando a ella.

– Y ¿por qué debería ser feliz alcanzándola? ¿Acaso está allí la fórmula para serlo? Y si es así, ¿por qué no estás tú allí? ¿No quieres ser feliz?

 -Aristóteles decía que todas nuestras acciones se llevan a  cabo, en última instancia, para alcanzar ese sumo bien, esa felicidad. Los emperadores romanos como Calígula comprendieron que ese camino era más fácil de transitar si me tenían con ellos. Pero hasta yo, tengo mis límites y mis consecuencias.

-¿Quién eres? Preguntó desconcertado el caminante.

– Soy el poder. El deseo de muchos, el ejercicio de pocos.

– Pues, perdón pero no te ves “tan poderoso” sentado solo aquí en una piedra.

El poder no lo sabe todo, no lo entiende todo, esa es la gran confusión que perturba a la mayoría que llega hasta mí sin conocer mis espinas. Esas que tampoco yo conocía, porque la sabiduría es la cuenta que llega cuando has perdido noción del banquete y allí su consecuencia es irremediable. Es una decisión: el gran Aquiles prefirió tenerme a su lado aunque viva una vida corta como león y no una larga como tortuga. Pero toda acción tiene una reacción decía Newton. Si quieres te acompaño pero debes saber que volveremos aquí.

-No lo creo, con toda esta información haré todo lo prudente por mantenerme allí.

Fueron juntos entonces. Pasaron por caminos donde la gente los apoyaba y regalaba mensajes de cariño y admiración. Luego de comenzar a ver la luz que anunciaba la meta el poder dijo al caminante:

-Hasta aquí puedo ir contigo, la sombra de mi figura te acompañará de ahora en más, pero recuerda que te advertí que hay espinas que no conocemos de nosotros mismos como el pez que tampoco sabe que las posee hasta que  es pescado y su comensal se entera.

Dicho esto se retiró. El caminante veía todo diferente allí arriba: todo era resplandeciente, lujoso, risueño. Sintió una alegría gigante y asumió que eso era la felicidad. Pero algo comenzó a pasar. A medida que su imagen se hacía más representativa, mas idolatrada, su entorno se hizo peligroso. Así como él quería llegar, otros comenzaron a hacerlo también y en la cima no hay lugar para tantos. Pensó en que la prudencia debería mantenerlo firme pero pronto la perdió. Comenzó a pensar en los complots para obtener ese lugar que había deseado tanto tener. Recordó que Hobbes decía que ni el más fuerte está seguro en la competencia por los deseos, porque ese otro que me mira puede que sea un lobo para mí y hasta el más fuerte “duerme”. Todo se volvió paranoia, caos interno, miedo, tensión.

Paso un tiempo y la opresión de su idolatría lo desgastó, lo debilitó, su vista se nubló y su corazón languideció. Tropezó por la ladera y cayó cuesta abajo. Había pasado mucho tiempo, pero el poder estaba ahí otra vez, solo, con la mirada llena de angustia.

Limpiándose las heridas, apenas levantando la cabeza, el caminante le dijo:

¿Qué paso? ¿Este es el precio por haber llegado a la cima? ¿Esta es la espina?

El poder le dijo: cada uno tiene la propia pero hay algo que suele ser demasiado común entre todos a quienes he acompañado. La idolatría es una estruendosa compañía, tan cercana como vacía, tan fuerte como temporal. Todos los que han caminado acompañado de mi sombra han conocido la soledad y no todos están listos para recibirla. ¿Ves aquellas personas? Allí esta Nerón, el emperador romano que mató hasta su madre por tenerme y enloqueció ordenando su propia muerte. El de al lado es Lennon, fue tan representativa su figura que alguien decidió que no debía vivir más en la cima y lo mató. El que viene haciendo jueguito con la pelota es Maradona, recién llegó, prácticamente todo el mundo lo amaba, pero murió solo en una cama. La soledad es el precio más duro, es la espina más grande de vivir con mi sombra.

 El poder es una bestia que puede emparentarnos con la felicidad pero sigue siendo un monstruo y como advertía Nietzsche: Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse en uno. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.

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El economista que no vemos

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Vivir es cambiar, ¡Dale paso al progreso que es fatal! ¡Chau, no va más!…

Simplemente la vida seguirá…

Homero Expósito

“Las ideas no se matan”. Cuan cierta nos resulta esta cita al entendimiento y que valor virtuoso otorgamos a quienes entienden que no se extinguen las ideas con imposiciones ideológicas ni persecuciones. El problema es que esta cita tiene al menos dos desdichadas consecuencias. La primera es la falta de memoria que tenemos para tomar en cuenta los aportes que, quienes construyeron nuestra historia, se han esforzado en legarnos; a  veces parece que muchos de ellos se convirtieron en ecos espectrales que resuenan ante una sociedad que los recuerda más por algunos hechos ilustrativos que por sus aportes sociales, económicos, culturales. La segunda consecuencia es que la frase no es de Sarmiento (a pesar de que los manuales se empeñen en enseñarnos lo contrario), es del escritor francés Constantin Francois de Chasseboeuf.

Los pensamientos tienen una doble dimensión: son hijos de un contexto, pero poseen un grado de atemporalidad que no debe ser desaprovechado por quienes aún pueden aplicar esas herramientas a su realidad actual. Vamos a nuestro ejemplo.

Belgrano es conocido por muchas cosas en la historia, pero quizás se deja de lado su verdadera formación de base que fue la economía y sobre todo la economía política.  A través del estudio de “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith, las lecturas de los fisiócratas que encontraban en la tierra el valor de la riqueza, nos ha legado frases que podrían haberse escrito ayer y pasar por el más lúcido de los economistas de hoy.

“El hombre, por su naturaleza, aspira a lo mejor, y, por consiguiente, desea tener comodidades y no se conforma sólo con comer”. Los seres humanos deseamos más que cosas porque somos conscientes de que lo hacemos y de que podemos conseguir eso que nos desvela, por eso la economía es un devenir constante de modelos, nuevos recursos, nuevos desafíos que  asfaltan el camino hacia nuestro bienestar. Los animales desean cosas y por lo general lo que desean se lo comen, están vinculados al mundo, no abiertos como nosotros.

Ahora: ¿Cómo escapar a la vorágine de correr tras los deseos? ¿Qué vale más? Se escucha el eco de su voz: “Ninguna cosa tiene su valor real, ni efectivo en sí mismo, sólo tiene el que nosotros le queremos dar; y éste se liga precisamente a la necesidad que tengamos en ella; a los medios de satisfacer esta inclinación; a los deseos de lograrla y a su escasez y abundancia.”

La vida es un devenir constante como lo anuncia la letra del tango de Expósito, darle paso al progreso que es fatal, lo es sino somos capaces de tomar de él un aprendizaje, una ayuda, una perspectiva, porque olvidar las reflexiones de estos hombres es sepultarlos de nuevo. Debemos servirnos de lo que esa historia nos brinde, debemos usufructuar sus aportes, sus miradas y entender que en un momento podemos decir “chau…no va más”, pero nada se detiene, el mundo “yira y yira” como escribía Discépolo. Las problemáticas económicas no se resuelven como una ecuación matemática, sino que se construyen caminos para atravesarlos con las condiciones de cada época, pero abajo, quizás no tan abajo como creemos, hay un suelo común. Temas, ideas, preocupaciones que la economía ha tenido siempre. Belgrano nos deja alguna de sus huellas marcadas en ese suelo político – económico.

“Los países civilizados no exportan materia prima sin antes transformarla localmente, de lo contrario estarían creando ocupación en el país comprador y desocupación en el país proveedor”. No, no se escribió ayer, fue a principios del siglo XIX. Los países que en nuestros debates aparecen como modelos nos dan la sensación de haber escuchado a Belgrano y puesto en práctica esa transformación a través de una educación de alta calidad (especialmente técnica científica). Por lo general son países sin recursos naturales abundantes, con el bienestar más grande del mundo entre otros países obviamente.

La crisis económica producto de la pandemia es estruendosa: las Pymes y su problemática, las fuentes de trabajo, la inflación, los sectores en lista de espera para reactivarse y una lista interminable de etcéteras. El mundo sigue, el consumo  sigue, las deudas se acumulan, tal vez esta última frase del prócer nos de alguna esperanza:

“Los hombres no entran en razón mientras no padecen”.

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Las cachetadas de Maquiavelo

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Como se anticipó en la primera columna, hablar de economía y filosofía nos emparenta con términos que componen este binomio: Estado, poder, riquezas y por sobre todo, los escenarios teóricos y prácticos desde donde se analizarán los comportamientos de quienes deben estar al frente de las decisiones políticas.

El león no puede protegerse de las trampas y el zorro no puede defenderse de los lobos. Uno debe ser por tanto un zorro para reconocer trampas y león para asustar a los lobos

Maquiavelo (1469 – 1527) vivió en la italiana ciudad de Florencia en plena explosión del Renacimiento en donde Da Vinci diseccionaba cuerpos, Miguel Ángel liberaba ángeles del mármol, los Medici monopolizaban el poder político y el monje Savonarola quemaba obras “inmorales” en una plaza que luego lo vio arder a él. Pocos saben que Nicolás, diplomático, filósofo político y varias cosas más, fue torturado y empujado casi a un exilio ya antes de escribir la obra que lo ha convertido para algunos en un teórico político brillante y para otros, en un símbolo demoniaco: El Príncipe.

El fin justifica los medios”, la frase quizás más usada por aquellos que practican el arte de reducir una mente aguda, realista, clara en una simple máxima descontextualizada de una obra.

¿Cuál es ese fin del que nos habla? ¿Significa que todo es válido para alcanzar lo que me propongo de antemano? El primer cachetazo de Nicolás viene aquí: la frase está inmersa en un manual práctico dirigido al príncipe gobernante tratando de hacerle entender que la economía, la guerra, la política de una república a la que se debe apuntar, debe estar dispuesta a dejar de lado la ética de manual en donde virtud significa “bueno”. La virtud del gobernante es saber que su fin es conservar el poder y el estatus en una comunidad que depende de sus decisiones para beneficiarse de manera común. Un gobernante puede ser el más “bueno” como persona y fracasar rotundamente en su ejercicio político. Aquí no se trata de ser moral o amoral, sino de entender que ningún sistema de gobierno puede existir si quien lo preside no está dispuesto a descender al infierno por su patria, lo cual significa, que la Fortuna (esa diosa del azar) no es solo un viento que no controlo y al que debo resignarme como lo proponían los estoicos, sino que es una vorágine que parece favorecer a los más hábiles , precavidos y flexibles a la hora de adaptar su conducta y decisiones en beneficio de los ciudadanos.

Es “virtuoso” quien por determinar la continuidad de su Estado de la forma que sea (empleando el engaño, la hipocresía, la astucia) sepa que a veces necesitará hasta la crueldad para lograrlo. Los griegos creían que practicar la virtud nos conducía a la felicidad. El segundo cachetazo de Maquiavelo es: no se garantiza el éxito por ser bueno más que por ser precavido. En tiempos de paz hay que prever, hay que encauzar la Fortuna, es un juego de seducción entre el príncipe y lo impredecible. ¿Impredecible? Aquí parece que el florentino está de acuerdo con esto: a la suerte no solo hay que esperarla sino también ayudarla.

Tercera cachetada de realismo: todos ven lo que parecés más de lo que sos. El príncipe es un artista político, no puede ser solo carismático, solo “bueno”, solo “malo”, es ante todo, la composición de un personaje que persigue mantener su posición no para bienes personales ni corruptos sino para contar con la legitimidad popular que lo sostenga en su rol. Maquiavelo no defiende el relativismo moral, habla de saber ser flexible como el junco cuando la fortuna sople fuerte. Nos invita a desenmascarar la política del relato “virtuoso, magnánimo y bueno” que se representaba en modelos como el griego, “el Siglo de oro” de Pericles del siglo V a. C; pero no nos olvidemos que ese modelo solo pudo funcionar con desigualdad, esclavitud y estratificación social injusta.

Es hipócrita alimentar una sociedad divina comportándose como la terrenal. Tal vez Maquiavelo da para mucho más análisis, pero su intención de despertar a una clase dirigente dormida en el amiguismo, en favores para pocos y construcciones éticas ideales, nos desafían a ver los otros matices de la política, los que no caben tanto en la ética de manual como en la naturaleza nuestra que aprendimos a llamar “buena”, tal vez, por miedo a verla.

Profesor de Filosofía Emilio Salvador

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