Juan Rubén Martínez

Obispo de Posadas.

Trabajar con vocación

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 5° domingo durante el año [07 de febrero de 2021]

Estamos transitando el tiempo ordinario o común. El texto de este domingo (Mc 1, 29-39) nos muestra al Señor ejerciendo su misión habitual con su Palabra y con sus gestos: «Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo…, le dijeron: “todos te andan buscando”. Él les respondió: “vayamos a otra parte, a predicar en las poblaciones vecinas”» (37-39).

Al iniciar el año es importante que todos los bautizados entendamos la necesidad de vivir nuestra vocación y misión. «Vocación» significa llamado de Dios. Nuestro tiempo, que se caracteriza por acentuar el secularismo, o sea una sociedad sin Dios, tiene dificultad para comprender la vida desde la vocación, desde la misión que Dios nos encomienda a cada uno.

Es cierto que cuando hablamos de vocación, en general entendemos casi exclusivamente que se trata del llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, pero en realidad todos tenemos una vocación. Lamentablemente la vida contemporánea, entre tantas dificultades y circunstancias, lleva muchas veces a trabajar o estudiar solo pensando en una salida laboral o bien, dados los contextos, simplemente «en lo que se pueda», sin tener suficientemente en cuenta las capacidades personales. Es triste encontrarse con profesionales o dirigentes sociales, docentes, abogados, políticos, sindicalistas…, que ejercen una tarea o función sin tener ninguna vocación que los mueva. Cuando pasa esto, ellos mismos terminan no siendo felices con lo que hacen o muchas veces lo hacen mal o solo buscan rédito económico, o bien obtener alguna forma de poder o, peor aún, no sirven a los demás, sino que se sirven de lo que hacen solo para su propio beneficio. La vocación específica de cada uno, cuando se orienta al servicio, nos plenifica. Los cristianos entendemos que la vocación es un llamado de Dios, e implica siempre una misión.

Toda tarea hecha con vocación debe servir al bien común. Hoy más que nunca necesitamos gente con vocación y con la comprensión de que cada vida está cargada de sentido y tiene razón de ser.

Entre las diversas vocaciones, desde ya que debemos interesarnos por las vocaciones sacerdotales, especialmente considerando la necesidad que hay de más sacerdotes en nuestras comunidades. El mismo Señor nos invitó a orar por esto, ya que los obreros son pocos y la mies o el trabajo es mucho. En este sentido debemos agradecer a Dios el camino que vamos realizando con nuestro Seminario «Santo Cura de Ars». En pocos días iniciaremos las actividades con nuestros seminaristas. Tres de ellos realizaron durante enero el mes de ejercicios ignacianos en el Monasterio en San Isidro, en el tiempo inicial de la etapa teológica en su formación. El próximo sábado 20 de febrero celebraremos la Misa de inicio del año en nuestro Seminario. Allí ingresarán varios jóvenes que se incorporan al camino de formación sacerdotal provenientes de las distintas diócesis de la provincia. Este año dos seminaristas estarán cursando el cuarto año de teología, completando de esta manera todas las etapas de formación y, con la esperanza de contar próximamente con nuevos sacerdotes. Conocemos el cariño y cercanía de nuestra gente por las vocaciones y los seminaristas. Este es uno de los temas claves en orden al futuro de la evangelización. La oración y las diversas maneras de colaboración serán indispensables para implementar estos propósitos pastorales.

Quiero agradecer todo lo vivido en un año tan raro como fue el 2020. La pandemia nos exigió adaptarnos y buscar nuevas formas para evangelizar Fue sorprendente cómo pudimos seguir anunciando el Evangelio a través de diversos caminos. En este 2021 que hemos iniciado, probablemente sigamos igual que el año pasado en varias cosas ya que la pandemia sigue las vacunas tan esperadas lamentablemente ingresan a un ritmo que nos va mostrando que esto va para largo.

Ante las dificultades y desafíos debemos redoblar nuestra oración y vivir con intensidad nuestra vocación. Esto nos permitirá potenciarnos en la esperanza y nos ayudará a poner más empeño en los que Dios nos pide.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Los santos de ayer y de hoy

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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para la Solemnidad de Todos los Santos 1 de noviembre de 2020

En este domingo celebramos un acontecimiento importante para la Iglesia: la Solemnidad de todos los Santos, y al día siguiente en la liturgia tendremos presente la Conmemoración de todos los fieles difuntos. En estas dos celebraciones la Iglesia tiene presente a aquellos que han partido a la Casa del Padre. En el caso de los santos, son aquellos varones y mujeres que como nosotros experimentaron el llamado a la santidad y han buscado responder cumpliendo la voluntad de Dios en sus vidas. Varones y mujeres con nuestras mismas fragilidades y búsquedas, que la Iglesia con la «potestad de las llaves» ha declarado Santos. Ellos son miles, a
algunos los conocemos, y a ellos les imploramos que en la Casa del Padre donde están, intercedan ante Él por nosotros. Al día siguiente, rezamos por todos los difuntos. Muchas personas rezarán en los cementerios y en las Iglesias por sus seres queridos.

Queremos subrayar en esta reflexión dominical la necesidad de recordar que todos estamos llamados a la santidad. Por ahí, equivocadamente, podemos creer que la santidad es un llamado privilegiado para otros. O bien, erróneamente, pensamos que los santos fueron varones o mujeres que se caracterizaron sólo por realizar grandes milagros y ser personajes cuyas vidas fueron siempre extraordinarias. En realidad la santidad es un llamado para todos, que tiene que ser asumido en la vida diaria, en cada opción, en la cotidianidad.

Es cierto que aunque sabemos de «la universal vocación a la santidad» en la Iglesia, los contextos de nuestro tiempo hacen que las palabras «santidad», «virtud» y otras, tengan muy poca presencia en los avances tecnológicos y globalizados de nuestra época. Sin embargo, el testimonio cotidiano y silencioso de tantas personas hace que encontremos signos de esperanza. Hemos percibido especialmente en Aparecida que la evangelización, hoy como ayer, requiere que renovemos nuestro compromiso de ser «discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida».

El próximo 15 noviembre viviremos la 19a edición de la Peregrinación a nuestro Santuario Diocesano de Loreto. Este año, por la pandemia, será una peregrinación virtual. A las 11 h. celebraremos la Misa que será transmitida por Radio Tupá Mbaé, Canal 12 y otros medios de comunicación. Este año no suspenderemos las misas del domingo por la mañana como otros
años para que todos puedan participar de la misa de los Mártires de las Misiones en cada comunidad.

Estas celebraciones nos ayudan a tener muy presente la memoria de la evangelización realizada por muchos hace varios siglos. La memoria de nuestros Santos Mártires de las Misiones, con su vida y su sangre entregada en la misión por anunciar a Jesucristo, nos permiten asumir los desafíos presentes. La Iglesia en Misiones, con la fuerza y el gozo de vivir inserta en el corazón de las antiguas Misiones Jesuíticas, es heredera del espíritu que animó a los misioneros a evangelizar a los pueblos indígenas, y que se testimonia en las reducciones dispersas en su territorio. En estas tierras han plantado la evangelización hombres y mujeres que vivieron la santidad, entre ellos San Roque González, San Juan del Castillo y San Alfonso Rodríguez, los Mártires de las Misiones.

El retomar el camino de la memoria, la presencia de la Virgen de Loreto y su reducción, como un lugar de peregrinación en los tiempos de las mismas misiones en el siglo XVII, con sus tres espacios sagrados que convocaban a los devotos: la Capilla de Nuestra Señora de Loreto, el templo mayor y la Capilla del Monte Calvario, y los restos del tan querido P. Antonio Ruiz de Montoya que descansan allí, han llevado a que Loreto sea nuestro Santuario Diocesano.

Tenemos conciencia de esta herencia viva de las misiones jesuíticas de Loreto, con la proximidad de Santa Ana y San Ignacio, sumando la cultura y religiosidad de los inmigrantes y la fuerte religiosidad vigente en nuestro pueblo. Todo esto contribuye decididamente a la conformación de una identidad misionera en la que se integra lo antiguo y lo nuevo con sus valores propios.

Pidamos este domingo que la memoria de los santos, nos ayude a vivir hoy la santidad.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

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Sobre el trabajo digno

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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 19° domingo durante el año 9 de agosto de 2020

El pasado 7 de agosto hemos celebrado a San Cayetano, un santo muy querido por nuestro pueblo. En distintos santuarios y comunidades de nuestra Patria la gente se acerca para implorar, agradecer y pedir por el pan, el trabajo y la paz. También en nuestra Diócesis celebramos esta fiesta en diversas comunidades. Aquí en Posadas al participar en esta celebración siempre me impresiona la fe sencilla, profunda y generosa de nuestro pueblo. En este domingo el Evangelio [Mt 14,22-33], nos trae un texto que se refiere a la necesidad de la fe. Pedro que caminaba sobre el agua probando al Señor, ante la violencia del viento sintió miedo y se empezó a hundir. El Señor lo toma de la mano y le dice: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?» [Mt 14,31].

Nuestra gente pide con fe sencilla expresando una sabiduría que no parte de estadísticas ni datos elaborados en gabinetes. Es bueno que ante esto podamos realizar una lectura de lo que ocurre el día de San Cayetano.

En nuestra América Latina, en nuestro país, en nuestra Provincia, la falta de trabajo estable y digno aún sigue siendo causa de pobreza y exclusión. Lamentablemente en estos meses de pandemia todo ha empeorado. Quiero subrayar algunos párrafos del documento de Aparecida que considero muy iluminadores de situaciones que nos deben preocupar y deberemos tener especialmente en cuenta si queremos encarar seriamente la palabra «inclusión» que hoy varios proclaman. Aparecida señala: «La población económicamente activa de la región está afectada por el subempleo y el desempleo, y casi la mitad está empleada en trabajo informal. El trabajo formal, por su parte, se ve sometido a la precariedad de las condiciones de empleo y a la presión constante de la subcontratación, lo que trae consigo salarios más bajos y desprotección en el campo de la seguridad social, no permitiendo a muchos el desarrollo de una vida digna. En este contexto, los sindicatos (cuando cumplen con su misión), pierden la posibilidad de defender los derechos de los trabajadores. Por otro lado, se pueden destacar fenómenos positivos y creativos para enfrentar esta situación de parte de los afectados, quienes vienen impulsando diversas experiencias como, por ejemplo, microfinanzas, economía local y solidaria, y comercio justo» [DA 71].

La fragilidad laboral y el observar la fe de nuestro pueblo que expresa el pedido de trabajo y coloca el trabajo en una clave del problema económico y social, no es un tema nuevo en América Latina. El flagelo del mercantilismo materialista que acentúa la exclusión en el continente fue denunciado abundantemente por el Magisterio de la Iglesia. La pobreza acentuada gravemente en estos meses de pandemia se percibe en el caminar, escuchar y compartir con la gente. Es evidente la multiplicación de barrios en las grandes y no tan grandes ciudades de nuestra provincia. Cuando se pregunta a la gente de nuestros barrios de qué vive, las respuestas se reiteran, y notamos que viven de formas subsidiadas, de planes sociales con diversos nombres. Algunos tienen empleos dignos, pero son muchísimos los que llegan a fin de mes gracias a algunas changas, o bien, viven del trabajo temporal que da la obra pública y la construcción. Otros, que están desocupados, sobreviven con la solidaridad familiar y diversas maneras de ayudas mutuas.

La inclusión requerirá tener en cuenta aquello que señalaba san Juan Pablo II, en Laborem Excercens, un importante documento que recuerda que el trabajo es el que produce el capital y por lo tanto debe ser el motor de la producción y la economía. Crear trabajo y colocar a la persona en el centro del problema económico y social, será tener en cuenta el justo pedido de nuestra gente. El pedir trabajo, para tener el pan de cada día y vivir en paz.

En medio de esta realidad y queriendo tener esperanza, debemos señalar que, en cada capilla de barrio, siguen resonando diversos problemas, cuando la gente se acerca con sus dolores de corazón y con sus sufrimientos. También se acerca la mendicidad y la pobreza que siempre desfiguran la dignidad humana y ponen al descubierto nuestras respuestas precarias. A San Cayetano, que fue un hombre solidario, queremos pedirle que interceda ante Dios por el trabajo, por el pan y por la paz en nuestras familias y en la sociedad.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

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2020: Más pobres e indigentes

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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 13° domingo durante el año 28 de junio de 2020

Este año de pandemia y cuarentena que va transcurriendo nos sumerge en formas singulares de confinamiento, con consecuencias difíciles de proyectar. No podemos anticipar demasiado las consecuencias que esto tendrá para el día después y esto nos genera muchos interrogantes. Es cierto que las formas telemáticas se potenciaron, pero el hambre y la pobreza también, marcando aún más la grieta entre los que pueden sobrevivir este duro momento y los que deben cruzarse al sector de los pobres e indigentes. Lamentablemente nuestro futuro es cada vez más impredecible.

En medio de esta realidad coyuntural, nos quedamos perplejos ante el rapidísimo avance tecnológico, bio-genético e informático que no para. Todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos fundamentales para la existencia humana, como la ética, la economía o la misma cuestión social. Lamentablemente a veces el pragmatismo lleva a priorizar de hecho el «hacer sin pensar». No es raro que a veces se resuelvan y ejecuten cosas sin prever suficientemente las consecuencias. De esta manera las opciones que vamos realizando, con frecuencia acarrean serios problemas. Baste notar cómo a la par que los avances tecnológicos nos sorprenden, convivimos con muchísimos niños que están sumergidos en la desnutrición y son incapaces de acceder a un aprendizaje normal. Y a la hora de pensar la educación muchas veces no evaluamos suficientemente los contenidos y valores educativos que favorezcan un desarrollo integral. De hecho, priorizamos una especie de zapping informático y no nos planteamos el sentido de las cosas. Debemos ser conscientes que, sumergidos en la rapidez de los cambios, si vivimos sólo pragmáticamente, corremos el riesgo de deshumanizarnos y generar una crisis que degrada la sociedad y la cultura.

El Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si ́ nos advierte de esta situación. Los efectos negativos del cambio global son signos, «que muestran que el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social.» (LS 46)

Muchas veces nos preguntamos cuál puede ser nuestro aporte como cristianos en esta hora de la historia. La auténtica contribución de los cristianos inicia con un compromiso serio por ahondar y formarnos en un humanismo compatible con nuestra fe, y desde ahí tener una real apertura y diálogo con nuestro tiempo. Quizá haya dos palabras claves que debemos tener en cuenta que son: «identidad» y «diálogo». El mismo Papa Francisco nos recuerda que «el cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa en el diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su eterna novedad.» (LS 121)

En el centro de nuestra identidad como cristianos, está la persona de Jesucristo: Dios hecho hombre. Él es la piedra angular de la creación y de la historia de la Salvación. Es una tarea de cada cristiano comprender la centralidad de Jesucristo en su vida y asociarse libremente a Él. Desde esta reflexión podemos entender la afirmación del texto del Evangelio de este domingo (Mt 10,37-42). «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,3).

Una identidad clara nos permite un diálogo más fecundo con el mundo. Sólo entonces podemos entender que el discipulado debemos vivirlo en el mundo, en la familia, en el trabajo, en la política, en la escuela… El discípulo auténtico es a la vez misionero. Se siente impulsado a afrontar los desafíos del tiempo, iluminando desde Cristo las realidades con tantas penumbras. Nos permite entender que solo la solidaridad hará posible superar las grietas y vivir en paz.

Por la fe podemos comprender esta propuesta del Señor, exigente, difícil de entender y sobre todo de vivir, en este amanecer aún un tanto oscuro. Pero si somos capaces de asumir esta propuesta estaremos transitando un camino de esperanza

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

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Consecuencias sociales de la Fe Trinitaria

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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para la Solemnidad de la Santísima Trinidad 7 de junio de 2020

En este domingo celebramos a la Santísima Trinidad. Si hay algo esencial de nuestra fe como cristianos es creer que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creemos en la Trinidad por la revelación que Jesucristo, el Señor, realizó y que leemos en los textos de la Palabra de Dios. El texto bíblico de este domingo (Jn 3, 16-18) nos ayuda a ahondar en el misterio Trinitario revelado por Jesucristo, el Señor: «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna». Es importante que comprendamos la significación que tiene para nuestra vida esta verdad que confesamos los cristianos. Dicha confesión trinitaria tiene consecuencias en nuestra espiritualidad, en la evangelización y hasta en la manera de vivir y concebir el mundo. El decir que la comunión de la Trinidad es fundamento de nuestra convivencia social parece una expresión sin sentido y sin embargo, está en la base de nuestro estilo de vida que debe propiciar la cultura del encuentro.

Este no es un tema menor y requiere de nuestra reflexión y evaluación en distintos niveles. En el país, en nuestra provincia, en la ciudad, en la comunidad y a nivel personal, debemos revisar cuál es el aporte que realizamos como cristianos a la sociedad y la cultura. «El existir con otros y el vivir juntos, no es el fruto de una desgracia a la que haya que resignarse, ni un hecho accidental que se deba soportar, ni siquiera se trata de una mera estrategia para poder sobrevivir. Toda la vida en sociedad tiene para las personas un fundamento más hondo: Dios mismo. La Santísima Trinidad es fuente, modelo y fin de toda forma de comunión humana. A partir de la comunión trinitaria hemos de recrear los vínculos de toda comunidad: a nivel familiar, vecinal, provincial, nacional e internacional. En el diálogo y en el intercambio libre de dones, animados por el amor, se construye el “nosotros” de la comunión solidaria» (NMA 65)

En este tiempo de pandemia podemos reflexionar especialmente sobre nuestros vínculos. La cuarentena, el confinamiento, nos empujan a un tipo de vida que lleva al distanciamiento preventivo y que nos obliga a conformarnos con las comunicaciones telemáticas. Pero esta situación puede llevarnos a acentuar formas que nos distancian del encuentro y del compartir habitual y a acentuar cierto individualismo que no nos hace bien. Pero también debemos señalar que, en medio de este tiempo raro, los gestos solidarios se han multiplicado. Mucha gente sirve con generosidad a los hermanos.

Deseamos que, cuando salgamos de esta pandemia, algunos valores importantes como la vida, la responsabilidad social y la solidaridad, se fortalezcan. Tenemos la esperanza de que el día después de la pandemia hayamos podido madurar algunos temas que hacen al bien común y nos involucran a todos, y no soportan grietas oscuras y cargadas de intereses parciales.

Desde distintas propuestas de formación, en perspectiva del discipulado cristiano en la pastoral en general buscamos comprender y comprometernos con una valoración de la dignidad del hombre y la vida. En nuestra Diócesis vamos realizando una pastoral que nos permita tener una valoración de la vida en todos sus aspectos: la vida por nacer desde su concepción; los derechos del niño, su nutrición y educación, señalando la gravedad del flagelo del alcoholismo y la droga que va sumergiendo en la oscuridad el futuro de tantísimos jóvenes; la necesidad de una vida digna para las familias, los adultos y ancianos. Esto será un aporte fundamental para una comprensión más integral de los derechos humanos. También podemos señalar que el trabajo evangelizador en favor de la vida, tiene necesarias consecuencias sociales que recrean nuevos y mejores vínculos de comunión social.

Es cierto que a muchos esto puede parecerles idealista, y ni hablar de considerar la convivencia desde la dimensión trinitaria, aun cuando casi todos los actores sociales se denominen cristianos. En realidad es importante advertir que lo utópico es creer que podremos mejorar y progresar fundamentados solamente en aspectos pragmáticos y eficientistas que omitan algunos valores y la cuestión ética.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

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