La súper política de Putin

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Un líder con más de 20 años de experiencia al mando de una potencia histórica. Muchas veces cuestionado y otras venerado. Para algunos un dictador y para otros un libertador. Sea como sea, hay algo que es seguro, y es que el “zar del siglo XXI” es un animal geopolítico.

La guerra en Ucrania sirvió y sirve para ver el comportamiento de la alta política exterior de Rusia. Un país que demuestra el potencial nuclear como su carta de presentación, además de ser uno de los grandes núcleos políticos del mundo, requiere de un manejo con mano de hierro, y vaya si Putin es complementario a ello. Hay quienes dicen que cada país tiene al gobernante que merece, cuando la realidad es que los gobernantes nacen del seno de su pueblo y son producto de la simbiosis del imaginario colectivo, la idiosincrasia y el devenir histórico. Putin es eso, un líder hecho y derecho para Rusia. Un país que ha visto los procesos políticos e históricos bajo mandatos autoritarios en donde los momentos de auge tuvieron sus matices. Personajes como Iván el Terrible, Catalina la Grande, Lenin y Stalin, son un reservorio histórico sobre cómo impartir el manejo del poder en el vasto territorio ruso, algo que Putin heredó y lo reconvirtió en la nueva geopolítica del mundo, la famosa multipolaridad.

Putin: líder, dentro y fuera de casa

La conflagración en Ucrania tiene un punto de ser particular para el mandatario ruso. La idea principal es evitar, a toda costa, que Ucrania ingrese en la OTAN o esté bajo la órbita de influencia de la Europa Occidental. Uno podría pensar que Rusia no quiere perder a aquellas naciones que estuvieron bajo su manto durante mucho tiempo, pero la verdadera lógica de este pensamiento es que Putin está intentando evadir las fronteras cercanas de la OTAN. Si mantiene una cercanía como ya la tiene con los países nórdicos, sería potencialmente catastrófico en el equilibrio de fuerzas reales en esa zona, además de ser fronteras calientes que sean disparadores de conflictos directos entre la OTAN y Rusia.

El otro tema interesante de la súper política de Putin es la apropiación estratégica del territorio ucraniano. Si Moscú avanza con la partición de Ucrania tras el cese de las hostilidades y un acuerdo de paz duradera, podrá tener libre acceso y usufructo del Mar Negro. Estratégicamente es importante porque son aguas navegables en donde puede mantener durante todo el año al comercio exterior ruso activo, a diferencia de las congeladas aguas del norte que requieren buques especializados y dónde hay épocas en donde la navegabilidad es casi inviable. En pocas palabras, es una reducción de costos a costas de la sangre ucraniana y rusa derramada en el campo de batalla.

Putin, para mantener esta visión frívola pero efectiva de una Rusia imperante, tiene que ser el depositario de la confianza absoluta de su pueblo. La cohesión social es una condición sine qua non para conseguir el afianzamiento de políticas externas muchas veces violentas, como una guerra. Para ello, el zar del siglo XXI mantuvo una serie de condiciones internas en un pacto social implícito.

Basó parte de sus mandatos en la reconstrucción económica rusa y el fortalecimiento de una clase media y trabajadora que venían en picada tras los últimos años soviéticos y el gobierno de Boris Yeltsin.

Otro punto importante fue el paternalismo político con características históricas que comentamos antes. Un líder férreo y con cierto autoritarismo, sintetizando los valores del viejo Imperio Ruso y revalorizando los años dorados soviéticos. Esto de sacar lo “mejor” de dos momentos históricos significativos para los rusos, sumados al posicionamiento nuevamente en el tablero internacional, le valió una cuota de confianza importante de su pueblo.

Finalmente, y no menos importante, la cohesión social se vale de la utilización de los aparatos represivos del Estado cuando se lo requiera. Es sabido que la oposición al régimen de Putin suele ser severamente castigada y perseguida, sobre todo cuando toca de cuajo a las formalidades que hacen a la visión de la construcción del Estado. No necesariamente se habla de represión violenta siempre, sino de una fuerte campaña en la construcción de un relato único que represente los intereses del gobierno de Putin y que sean aceptados o impuestos a la sociedad. Los ejemplos pueden ser los modelos de familia, la no proliferación del colectivo LGBT, el acceso a la cultura y la vanagloria hacia el fuerte pasado ruso.

Putin construyó un poder igual de respetado en Rusia como en el resto del mundo.

Putin, el terror europeo

Durante la Guerra Fría, el telón de acero de occidente contra la URSS trajo a colación la aplicación del concepto del “fantasma del comunismo”, lo que era, básicamente, el miedo de la influencia de grupos revolucionarios que respondan a los intereses soviéticos en pleno capitalismo. Hoy, Europa, tiene un nuevo fantasma y es Putin.

El terror de la Unión Europea es evidente y vienen instalando la idea de un expansionismo ruso sin fin. La verdad es que difícilmente eso pase. Si bien es obvio que Rusia avanzó sobre Ucrania por cuestiones estratégicas y de equilibrio de poder, es difícil que vaya más hacia occidente, ya que esto sería sinónimo de un enfrentamiento directo con la OTAN y está a las claras que eso es lo que no quiere Putin. Aunque, ese miedo tiene una parte de posible realización en algunas zonas.

Rusia ve a varios países bajo su zona de influencia histórica, y son Georgia y Moldavia aquellos países que podrían estar en la mira de Putin. Georgia tiene severos problemas institucionales por lo que la oposición denomina “leyes prorrusas” y por la lectura que uno puede hacer acerca de la no alineación por completo de Georgia con Bruselas es básicamente para no transformarse en la nueva Ucrania.

El caso de Moldavia es paradigmático, ya que si bien tiene el proceso de adhesión a la UE en marcha y es colaborador de la OTAN (no miembro), tiene un enclave soviético dentro. Aunque parezca extraño, la región rebelde Transnistria sigue viviendo como en los años de la URSS. Tienen su propio gobierno, su delimitación fronteriza y hasta su propia moneda. Moldavia no lo reconoce como un país independizado, sino como una zona que presenta conflictos internos, sin agresión mediante. Sin embargo, Transnistria ve en Moscú a su aliado y potencial jefe. Es decir, un solo movimiento ruso en este enclave rebelde será suficiente para detonar una guerra en Moldavia. Pese a ello, es difícil que pase, ya que Moldavia limita con Ucrania y es una zona fuera de disputa con Rusia, por ende haría que todo sea más difícil en cuestiones logísticas, además que podría afectar a la paz duradera con Kiev.

Hoy en día, el mundo tiene tres líderes: Putin, Trump y Xi Jinping. La tríada, con tensiones y distensiones, con alianzas y desconfianza, mantienen un mismo orden y pretenden que la multipolaridad sea el eje del reordenamiento político global, es por eso que necesitan ser depositarios de una súper política que vaya más allá de lo aparente y que sean capaces de transformar a países en imperios sin que sean catalogados como tal. Putin es así y por eso es el zar del momento.

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Francisco: pontífice, político y argentino

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El frágil estado de salud del sumo pontífice lleva a hacer memoria y nostalgia, al mismo tiempo. Es imposible no ver la incertidumbre y hasta la tristeza de sus fieles, quienes con la esperanza de quien solo tiene fé, oran y desean una pronta recuperación para la figura más trascendental de la iglesia católica. Sin embargo, más allá de la evidente importancia religiosa de su figura, el papa Francisco demostró un compromiso y un cambio solemne a la hora de la dirección de uno de los estados más particulares del mundo, como lo es El Vaticano. Hasta allí llegó su tendencia y la “mano de Dios”.

De Jorge a Francisco

Nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Jorge Bergoglio, tuvo un amplio recorrido que le valió ocupar el cargo de máximo representante de la Iglesia católica. Desde ser técnico químico hasta profesor de literatura y psicología, su vida siempre estuvo marcada por la valía y el cuidado de aquel que menos tiene. Desde sus inicios en la religión mostró una preferencia hacia el abordaje meramente social de su accionar en la comunidad. De ser obispo, arzobispo y cardenal, su tiempo llegó como papa, marcando un precedente nunca antes visto.

Adoptó el nombre de Francisco en conmemoración al santo de Asís, siendo el primer sumo pontífice de origen jesuita, americano, del hemisferio sur y el primero no europeo desde el año 741, tras la figura de Gregorio III (era sirio). Esa “desfachatez” tantas veces achacada a su figura, en conjunto con una visión más real o cercana al pueblo de su ser, le valió una especial atención y admiración por aquellos que veían más allá de la doctrina religiosa, comprendiendo su impacto político en su cargo.

Entiéndase, la política es toda aquella acción del hombre que impacta en la polis (ciudad – estado), más no referirnos aquí a la política partidaria. Es así que Francisco se convirtió en un eje transformador del entendimiento del rol del hombre en un nuevo paradigma internacional. Curiosamente, su papado, hasta el día de la fecha, atravesó una serie de eventos mundiales que llevaron a un clima de época cambiante que deriva en lo que denominamos “desglobalización”. Ese mundo híper conectado bajo la tutela dominante de Estados Unidos desde la década de los 90’s tras la caída de la Unión Soviética, llegó a un quebrantamiento lógico pero paulatino, en donde el reordenamiento mundial camina hacia otro lado: multipolaridad. Hoy no existe una hegemonía total y la regionalización del poder es evidente, con un marcado ascenso de los nacionalismos, con todos los matices y las particularidades que puedan llegar a caber en el amplio universo geopolítico. En medio de ellos, un hombre: Francisco.

Argentino hasta la médula, gran consumidor de mate, amante de los alfajores y un oyente asiduo del tango, algunas de las características humanas que sobresalen cuando era Jorge y no aún Francisco, aunque jamás dejó esto de lado en su rol como sumo pontífice. Como buen argentino, también es futbolero, y vaya las paradojas de la vida que el destino lo hizo a San Lorenzo como el club de sus amores. Casi como un guiño de Dios, el “santo” de Boedo consiguió su única Copa Libertadores un año después de la asunción de Francisco. En paralelo, como un agregado, el papa había mostrado interés en visitar la provincia de Misiones y recorrer el complejo jesuítico – guaraní de San Ignacio, en el marco de su gira por Argentina, lógicamente pospuesto por su frágil estado de salud.

Un papa político

Francisco fue tildado en innumerables ocasiones de peronista, “zurdo”, montonero y muchas otras cuestiones relacionadas a ideologías políticas por su preferencia hacia los pobres. Casi en un juego perverso de la mera “rosca” comunicativa, la figura del papa fue acercada a estos parámetros ideológicos previamente contados, y no los juzgo a quienes compran un relato así, ya que aparentemente hay algunas cosas en común entre el pensamiento de Francisco y la doctrina de Perón. Este último era profundamente católico y parte de la conjunción del entramado ideológico de ese peronismo de génesis era el hecho de basarse en la teología cristiana. La famosa doctrina social de la iglesia tuvo un peso enorme para cierta aplicabilidad fáctica en el peronismo (luego desvirtuado tras muchos experimentos electorales) y Francisco ve en ello una respuesta importante. Y no, no es que el papa sea peronista porque de hecho hay sobradas fuentes que demuestran que nunca militó en absoluto, sino que en la doctrina social de la iglesia hay puntos en común, casi como universalismos a la hora de cuidar a quien está al lado.

Otro tópico es la teología del pueblo, a la cual se acerca y mucho la visión de Francisco. Aquella nacida a finales de la década de los 60’s y que tuvo un fuerte impacto en Latinoamérica. No centrada en la lucha de clases como  la teología de la liberación sino en la opción preferencial por los pobres en la composición total de un pueblo que responda al bienestar común. Es imposible no encontrar más de una lectura similar al desarrollo histórico argentino en este apartado.

Por otro lado, ciertas acciones de Francisco ya demostraron una vida basada en la aplicación práctica de dicha filosofía. Algunos gestos de sencillez se vieron en su decisión de vivir en la Casa de Santa Marta, más no en el Palacio Apostólico Vaticano. Aunque su gran desafío fueron las iniciativas de cambios en la curia romana, buscando arribar a una mayor transparencia de las finanzas vaticanas y su impacto en la vida diaria de la denominada misión evangelizadora, la simplificación de la burocracia y la mayor humanización dentro de la propia iglesia desde sus escaños de poder más elevados. Esto sumado a la lucha contra la pedofilia, los abusos y la crisis migratoria. Sumado a ello, la homosexualidad y el aborto, este último inclusive siendo uno de los temas que mayor auge tuvo en los últimos años hasta la sanción de la ley del IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo) en Argentina.

“Levántense y hagan lío” dijo alguna vez Francisco antes miles y miles de jóvenes, una frase que tal vez reflejaba lo que él estaba haciendo en la propia iglesia. Tal vez no cambiando una doctrina pero si modificando las formas y marcando un precedente importante dentro de la religión y la propia política.

Hoy, el mundo está expectante por su salud, pero no quedan dudas de su trabajo, aún con todas las críticas que le puedan valer, su obra está, y aunque tal vez nunca regrese al país, sin lugar a dudas, la “mano de Dios” vuelve a ser argentina.

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La crónica de una derrota anunciada

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Poco a poco, el panorama internacional en el nuevo rearmado va demostrando los lugares y roles que ocupan los diversos actores. Está claro que EEUU, Rusia y China ocupan la primera plana, y con una persona y un país como claros postergados de la escena mayor global. Zelenski es el gran perdedor en el orden mundial que plantea Trump y ha quedado claro en su última aparición en el Salón Oval. El futuro de Ucrania es oscuro y podría transformarse en la “Berlín” del siglo XXI.

¿Zelenski? ¡Afuera!

Parafraseando la efusiva frase de Javier Milei en plena campaña, es Trump quien le dijo “afuera” al presidente ucraniano. En una acalorada conferencia de prensa que decantó con la mayor humillación pública de un presidente a otro que se recuerde en la historia reciente, todo esto sin recurrir a la fuerza, Trump le dio una breve cátedra sobre el verdadero rostro de Estados Unidos pero también acerca de la multipolaridad y el nuevo orden geopolítico que se va a establecer.

Primero Estados Unidos, reza un dicho de Trump y los republicanos, y así se lo marcaron a Ucrania, en el contexto de una guerra que nunca tuvo que haber comenzado, una conflagración que Kiev jamás la hubiese soportado tanto tiempo si no era por el financiamiento occidental de la mano de una gestión patética en política exterior como lo fue la de Biden, con la intención de un ingreso a la OTAN que nunca hubiese sido factible. Un verdadero calvario para el pueblo ucraniano que ve con dramatismo y de manera paulatina como sus aspiraciones de mantenerse en pie y con dignidad en el campo de batalla, se van reduciendo a cenizas.

Es correcto preguntarse por qué Zelenski condujo a Ucrania a esta guerra. Siempre poniendo el foco en esta cuestión, de manera paralela a las premisas imperiales y extensionistas de Putin con intereses materiales y geopolíticos. La realidad del asunto nos lleva a obviar la ingenuidad. Nadie que tenga un mínimo de conocimiento de geopolítica e historia podía pensar jamás que Ucrania le iba a ganar una guerra a Rusia, salvo caso que esto se lleve al plano de una guerra mundial, cosa que por fortuna del resto del mundo no llegó.

A este punto llegamos con dos cuestiones. Una de ellas es que el presidente ucraniano apeló al debilitamiento interno del régimen de Putin, algo que podía ser meramente predecible y que además tuvo puntos calientes que pusieron en vilo su credibilidad: ataques y avances ucranianos sobre suelo ruso y la intentona golpista por parte del ejército mercenario Wagner. Ambos hechos fueron sofocados con la suficiencia de un líder que maneja Rusia con mano de hierro hace 25 años.

La otra teoría y que es parte de una seria investigación de la gestión Trump es que hubo intereses bélicos, desvío de fondos y fraude por parte del estado ucraniano con los miles de millones de dólares que la Casa Blanca destinó a la resistencia del país de Zelenski durante el mandato de Biden. No es descabellado pensar esto, entendiendo que no sería la primera ni la última vez que la guerra se transforma en un negocio. Está claro que Trump busca ir a fondo con esto para intentar esclarecer el panorama.

Sea como sea, la guerra en Ucrania tiene sus días contados, para pasar a ser, literalmente, tierra arrasada.

El futuro ucraniano

La otra gran incógnita es saber cómo seguirá la vida de Ucrania luego de semejante desastre geopolítico. La catástrofe a la que fue arrastrado le puede llevar a perder su estatus de Estado inclusive.

Sin ánimos de ser apocalípticos y con todo el cuidado para un pueblo tan valioso como lo es el ucraniano, hay que analizar la situación a futuro y no parece lo más prometedor. En primera instancia porque la partición de la misma y la pérdida de territorios es casi un hecho a esta altura. Podemos hablar de 2 Ucrania en potencial a futuro. Una de ellas sería de terreno completamente perdido, las cuales quedarían bajo el manto protector ruso (una de las tantas proclamas de Putin al arranque de la guerra). Ese famoso territorio es el que está en disputa, el Donbás, al oeste.

La otra Ucrania sería la que quede bajo influencia y explotación de EEUU, más no protección de la misma. Esta parte de Ucrania, lejos de ser un bastión de la libertad va a ser un territorio que EEUU reclamará económicamente como suyo a la hora de explotarlo: las tierras raras y los minerales. Para Trump esto es importantísimo, ya que podrían armar un frente extractivo de materia prima fundamental para la industria tecnológica, de la cual tiene aliados muy fuertes como Musk, Bezos y Zuckerberg. Evidentemente hay intereses por los cuales EEUU requiere el fin de la guerra en Ucrania y el hecho de cobrarse los miles de millones de dólares de préstamos para la maquinaria bélica con los territorios de Ucrania. Si me preguntan a mí, es una decisión de manual de EEUU. Una pena por Zelenski quien, literalmente, “no la vió” y solo fue utilizado en gran parte por los intereses.

Párrafo aparte para la seguridad ucraniana quien deberá ser brindada por Europa. Esto es clave para el viejo continente por la amenaza expansionista de Rusia y por Trump, quien claramente prioriza los intereses de su país. Una jugada estratégica que llevará a empobrecer a Europa y militarizar a su población.

¿Quiénes son los que más pierden con esto? Los ucranianos. Padecieron una invasión con una guerra consecuente, sufriendo el avance ruso, el manoseo de intereses de EEUU, un líder con falta de lectura geopolítica y un mundo atónito ante tal situación. Millones de ucranianos que lucharon, algunos desde trincheras y otros desde sus celulares para evitar esta situación que parece no tener un retroceso alguno en cuanto a una derrota que le suspira en la nuca a Kiev. Un posible país partido bajo dos administraciones o intereses contrapuestos, en una paradoja histórica con el muro de Berlín pero con matices históricos distintos, aunque con algo en común. Los ucranianos, al igual que los alemanes, deberán trabajar a ultranza para fortalecer su nación, protegiendo tradiciones, costumbres, idioma y demás cuestiones que hacen al acervo cultural de un pueblo con mucha historia, evitando a toda costa que una nueva rusificación o un avasallamiento de EEUU se los lleve puesto.

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Milei, ¿alineado o alienado?

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La teoría marxista define a la alienación como “el proceso por el cual las personas se vuelven ajenas al mundo en el que viven”. Curioso e irónico utilizar un concepto de un autor (Karl Marx) que detesta el presidente Javier Milei para intentar entender con un poco de sarcasmo el trasfondo de sus decisiones en política exterior, donde el alineamiento con lo que él denomina “mundo libre” parece ser una alienación del sentido común hacia dónde giran la mayoría de los países actualmente. A pesar de ello, hay un cambio de era que es inevitable y el fin del globalismo se posa sobre el horizonte, y sobre él, nuevas perspectivas geopolíticas a futuro. 

OMS gate 

Si algo le faltaba a nuestro país era subirnos a la nueva ola internacional. Hay una animosidad de descrédito hacia instituciones mundiales, la cual tiene explicación desde el propio encono de los intereses de Trump en su carácter como presidente de Estados Unidos.

La gestión republicana arremetió contra la Organización Mundial de la Salud y se retiró de la misma, Argentina siguió sus pasos e inusitadamente rompió lazos con esta entidad global.

Las razones argentinas fueron prácticamente dos: el financiamiento y la condena hacia decisiones o consejos emitidos durante la última pandemia de COVID 19, lo que involucró directamente a las cuarentenas. 

Más allá del cimbronazo que pueda significar esto, la pregunta es que pierde Argentina con esto. La misma fue fundada en 1948, en el marco de la ONU y tiene como objetivo poner en contacto a naciones, asociados y personas a fin de promover la salud, preservar la seguridad mundial y servir a las poblaciones vulnerables.

El fin político de la OMS es trazar estrategias para combate y prevención de amenazas sanitarias en el mundo, con el fin de mantener unicidad de criterio a la hora de accionar. Justamente, esto es lo que puede perder Argentina. Las vacunas y los planes de contingencia, así como también las instituciones sanitarias no gubernamentales son quienes  se encuentran en una encrucijada crítica para poder mantenerse en pie. 

Además de la OMS, otro posible golpe sería contra el Acuerdo de París y el Consejo de DDHH de la ONU. El primero es un tratado internacional jurídicamente vinculante que aborda la problemática del cambio climático. Este fue sancionado en 2015 y tiene como objetivo limitar el calentamiento mundial  muy por debajo de 2, preferiblemente a 1,5 grados centígrados, en comparación con los niveles preindustriales.

Paralelamente a esto, el país puso en vilo su continuidad en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (fundado en 2006), un ente que vela por la protección de estos derechos fundamentales en el mundo y del cual Argentina es miembro con la reciente historia de la última dictadura cívico militar y los delitos aberrantes que se cometieron. Cabe destacar que la idea de este ente es justamente la de establecer pautas comunes y de prevención ante posibles flagelaciones humanas conjuntas o inclusive genocidios. Su tarea es avizorar esto e informar para intentar desactivar estas situaciones.

Tres conceptos: salud, cambio climático y derechos humanos. Todos ellos en último orden para el gobierno nacional. Más allá de intentar matizarlo con argumentos internos, es imposible no pensar en la cantidad de conspiracionistas que pueden tomar vuelo con este ambiente político. El negacionismo podría salir a flote sin tapujos públicos y abarcando un abanico de sectores y con ello, el peligro comunitario inminente. 

Made in Trump 

Parece ser que todas las decisiones de Javier Milei hoy pasan por el agrado (o visto bueno) del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Más allá de cierta admiración que pueda sentir el mandatario argentino, hay dos factores a considerar para entender este acercamiento notorio y hasta hartante. 

Por un lado, Trump plantea un nuevo orden mundial que contempla el fin de la globalización y el ascenso de nacionalismos conservadores. Está a las claras que Milei no considera ni cercano el concepto de nacionalismo pero sí el del conservadurismo desde lo político – cultural. Dejando de lado el entramado económico y de administración interna o aislacionismo, Milei ve un ápice de oportunidad de enarbolar la bandera de esa batalla cultural que está tan instalada en redes sociales argentinas pero que poco a poco sale a la luz un correlato a nivel mundial. El alineamiento absoluto de Milei responde a una necesidad de posicionarse como uno de los líderes del nuevo orden planteado, el cual habrá que ver hasta dónde llega y el cual, además, debido a las limitaciones de Argentina (no es una potencia mundial) busca mediante gestos constantes demostrar una cercanía que en cierta forma se derrame en lo diplomático y por qué no, en lo económico.

Hablando de economía, esa es la otra razón. Argentina tiene un prontuario difícil de solventar cuando uno habla de deuda externa. La misma, tomada en varios momentos de nuestra historia, nos ubica en un “veraz” de difícil solución. Las entidades crediticias globales son independientes, es cierto, pero también es innegable que la influencia de EEUU puede ser un condicionante enorme para ejecutar pagos y mejoras las condiciones de deuda de nuestro país. El enfoque está puesto allí: un gesto diplomático en la “batalla cultural” que salve el devenir económico argentino. 

Más allá de los esfuerzos del gobierno nacional, habrá que ver si es suficiente como para que Estados Unidos sirva como una especie de intermediario indirecto para mejorar la situación de deuda y embargos de Argentina. También es cierto que, en la agenda de Trump, Argentina y América Latina en general, no ocupan un lugar importante y serán, a priori, postergadas en cuanto decisiones de trabajo mancomunado a nivel global. 

Hay quienes dicen que la rosca política es cosa técnica y otros que goza de un nivel de tacto humano superior. Hoy Argentina apuesta a un alineamiento que podría acarrear una alienación para conseguir resultados. Todo esto pensando en lo que podría pedir Washington a cambio. Es conocida la situación de que el Tío Sam nunca se queda con las manos vacías. 

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La guerra comercial 2.0 de Trump

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El nuevo gobierno de Donald Trump no deja de dar nuevos capítulos en tan solo un puñado de días. El comercio es vital para el líder estadounidense, entendido como una forma de fortalecer a la clase media y de llevar adelante un nuevo resurgimiento de su industria nacional. El problema no es ese, sino lo que está dispuesto a hacer para que la economía estadounidense marche en popa. Para Trump, el fin justifica los medios. 

Aranceles para todos

“Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera, y si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”, reza una de las frases más conocidas del Martín Fierro, sin embargo, en Norteamérica no es aplicable. El ascenso de Trump generó un marcado rupturismo con Canadá y México, donde las fronteras están más firmes que nunca. 

Una aplicación de aranceles del 25% cae como un baldazo de agua fría directamente sobre la economía de los países limítrofes de Estados Unidos. Si bien es una medida económica, el argumento es social y político pero la respuesta sigue siendo económica.

Trump aclaró que esta suba desmesurada de los aranceles es debido a la no colaboración con la rampante crisis migratoria vivida en las fronteras de Norteamérica, la cual, según el mandatario estadounidense, tienen como rehén al mapa de su país. Por otro lado, se esgrime que esas fronteras laxas que fueron pregonadas durante las gestiones de Obama y Biden, fueron motivo suficiente para la extrema proliferación de las drogas, principalmente del fentanilo, la causa más compleja de adicciones en Estados Unidos en la actualidad. Además de ello, se esgrime la gran cantidad de subsidios que Washington desperdigó para el resto del mundo. Esta última decisión tiene dinero de por medio pero con una explicación política del hecho. 

Pese a todo ello, la verdadera respuesta es económica. Como se dijo varias veces, el slogan Make America Great Again es meramente económico, y guarda una estrecha relación con el fortalecimiento de la clase media estadounidense como un actor vital en el crecimiento económico, comercial y financiero, y además como el depositario de la innovación tecnológica en un contexto de ferviente competitividad de mercado. 

Entendido ello, los aranceles y sus primeras razones políticas responden a la necesidad de volver a la senda pujante de la industrialización en Estados Unidos. Es una ecuación simple, si hay aumento de aranceles para productos mexicanos y canadienses en mercados estadounidenses, significa una merma de consumo de dichos productos por parte de la población, lo que llevaría a una baja de precios en medida que se pueda sostener la producción. A tan alto arancel, es inevitable entender que el colapso productivo sería un hecho, por ende, a las empresas transnacionales con sede en México y Canadá, les convendría mudarse a Estados Unidos para producir y vender a ese mercado, sacándose de encima la carga impositiva y manteniendo un mercado enorme y pujante. Eso motivaría a una demanda obrera enorme, con la posibilidad firme de generar movilidad social ascendente a través de un salario. En otras palabras, la generación de una nueva clase media y el fortalecimiento de la ya existente. 

Esta medida sería, lisa y llanamente, el “robo” de las empresas transnacionales de México y Canadá a Estados Unidos. Entiéndase “robo” como ironía, ya que es una movida muy común en la economía y ciertamente, vale todo para aumentar la rentabilidad. Aunque quienes la pueden pasar mal son los mexicanos y canadienses que ven el achicamiento y el cierre de empresas con una obvia contracción económica. Pero eso, cabe destacar que a Trump no le importa. Primero Estados Unidos, después el resto. 

El líder de la Casa Blanca también aclaró que China sería un punto clave de sus aranceles, en conjunto al BRICS, donde denominó hasta un 100% para sus miembros. De ser posible, generaría un descalabro económico mundial sin parangón. La cosa sola con China sería una reversión de la ya vivida previamente Guerra Comercial. Pekín no corre el peligro que si México y Canadá, entendiendo que se habla de economías totalmente diferentes pero que podría afectar al comercio internacional. Parece ser que es momento de que China y Estados Unidos se vean las caras en el concierto económico.

Tecno – política del siglo XXI

La complejidad del panorama económico mundial tiene otro ribete interesante y es la tecnología. El avance imperante en todos los campos de desarrollo humano han generado una irrupción tal, a la cual la política no le es ajena. No es casualidad que Elon Musk forme parte del gabinete de Trump, ni que Bezos y Zuckerberg acompañen a su gobierno desde el marco empresarial. 

Ya no circunscriptos meramente a la situación comunicacional o mediática, el espaldarazo de estos magnates tiene que ver con una tendencia creciente hacia gobierno tecno – político. Allí, el desarrollo económico está estrechamente ligado a una competencia tecnológica con sus rivales geopolíticos. Si bien, históricamente, siempre fue la tecnología el motivo de avance de las sociedades, pero hoy, más que nunca, está presente la puja por la hegemonía del avance tecnológico entre las potencias geopolíticas. 

Quien domine las mejores y más sofisticadas tecnologías puede asestar golpes bajos a su contrincante. Inmiscuido en la banalidad de las redes sociales y la comunicación, las realidad tecnológicas juegan una parada ideológica importante. Por algo la restricción y posible compra de Estados Unidos de parte de TikTok ha sido tan polémica, o la denominada “carrera de inteligencia artificial” pisó tan fuerte. 

Los diseños tecnológicos hoy mueven los intereses nacionales en un mundo multipolar, en donde se necesitan recursos claves y para ello la distribución zonal de influencias es estratégicamente importante para las potencias. 

El mundo espera que el avance tecnológico y la inteligencia artificial solucione problemas claves como la optimización laboral o la sanidad especializada, sin embargo, para Estados Unidos y China, principalmente, la cuestión va por otro lado. Casi como reviviendo años de la Guerra Fría, el conflicto es casi un movimiento de espionaje y control, con el fin de mantener en raya al contrincante pero sin descuidar los conflictos internos. 

Los aranceles de Trump a México y Canadá son por cuestiones económicas, y a China por la puja de la hegemonía tecnológica mundial. Un nuevo mundo se abrió por completo con la llegada al poder de Trump, y con ello, hay nuevos escenarios de disputa y con varios frentes dominantes. ¿Y el “Tercer Mundo”? Un espectador que espera su tiempo para ser usado por alguno de los bandos. 

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