Biotecnología: Argentina y las herramientas para revertir la tendencia negativa agrícola

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La herramienta para revertir la tendencia negativa de la producción agrícola, se sumó al uso de la edición génica, una técnica que reemplaza la evolución natural, acelerando los procesos con mayor precisión.

Desde hace décadas, la producción agrícola en el país hace uso de la biotecnología moderna, lo que permitió introducir genes de otras especias. Argentina fue de los primeros países en adoptar este tipo de tecnología e incluso la ley de Semillas y Creaciones Fitogenéticas de 1973, convirtiéndose en la pionera de la región. Hoy el mercado se encuentra en tendencia negativa, con un crecimiento menor frente al de países como Brasil.

La biotecnología consiste en utilizar técnicas de ingeniería genética para mejorar los cultivos. Esa calidad puede tener diferentes consideraciones: que el cultivo no pierda rendimiento ante problemas climáticos, el generar una mayor tolerancia a los factores adversos como sequías e inundaciones, así como también a enfermedades o plagas. También aumentar la productividad en una misma superficie de hectáreas.

Argentina que se sumó tempranamente al uso de la edición génica, técnica que reemplaza la evolución natural, acelerando los procesos y con mayor precisión. Esto tiene impactos en costos y aspectos regulatorios a novel local e internacional.

David Hughes, expresidente de la Asociación Argentina de Trigo y tesorero de Barbechando, sostiene la necesidad de actualizar la normativa, puesto que lo que se legisló hace 50 años hoy no alcanza para regular un escenario en el que la tecnología ha cambiado drásticamente: “Es impresionante todo lo que está ocurriendo. El desarrollo va a pasos agigantados tanto para el mundo vegetal como animal. Pero, al no tener una normativa adecuada a los tiempos de hoy, el país está perdiendo por todos lados. Falta una normativa que regule y promueva este tipo de investigaciones”.

Alfredo Paseyro, director ejecutivo de la asociación de Semilleros Argentinos e integrante del Consejo Agroindustrial Argentino, sostiene “Hoy en términos de soja y tasa de mejora genética, sacando la sequía, Argentina podría tener entre U$S4000 y U$S5000 millones por año, solo sumando más rinde a la misma unidad productiva. Hoy estamos 300 kilos abajo del promedio de Brasil por hectárea y la proyección es que en 10 años vamos a estar en 600 kilos abajo”.

Por otro lado, debe considerarse que los años y el dinero invertido en investigación y desarrollo no den los resultados esperados, o que simplemente el mercado no los acepte. Nada de lo que se produce en Argentina es exclusivo para el mercado interno, por lo que hay que entender de qué producto se trata y hacia dónde será exportado.

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El maní, por ejemplo, tiene por destino el mercado europeo, pero la utilización de biotecnología en este producto no está aceptada por el mercado, ni por los consumidores. En cuanto a la soja, se realizan gestiones para que no haya barreras en China, su principal destino. Pero, si el mercado no acepta o si no es acorde a las regulaciones, puede haber pérdidas para el productor.

El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) ha hecho importantes desarrollos con escaso presupuesto, por ejemplo, nuevas variedades de algodón y arroz. Ese material genético llega al mercado y la mejora es notable para toda la cadena productiva. También el Conicet y las universidades nacionales pueden aportar lo suyo, tal como sucedió con el trigo HB4, desarrollado por la Universidad Nacional del Litoral junto a la empresa Bioceres y aprobado en 2020.

“Pero el reconocimiento es bajo y el sistema no se retroalimenta” dice Paysero. Quien plantea que para recuperar la competitividad “se necesita un salto de 30% en la producción de soja. Hoy no llegamos al 2%”.

Hughes, agrega que se debe promover y proteger a la actividad ligada a la biotecnología, “es una inversión a riesgo que tenemos que reconocer. Hay que cuidar y proteger y retribuir esa inversión. A las empresas no les pagan acorde a ese riesgo, entonces no hacen inversiones. Así el mundo crece y nosotros no”.

Cualquier cambio en estos procesos puede requerir mucho tiempo hasta aplicarse. Por eso, dice Paseyro, se debe trabajar en toda la cadena productiva. Para que el beneficio lleve a una retroalimentación de todo el sistema.

Fuente: El Economista.

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