“Borracheras, vómitos y siestas” los excesos en los banquetes romanos
¿Cómo eran los festines en la antigua Roma? Además de platos exuberantes, también abundaban los excesos como los vómitos, las borracheras y las siestas entre platos.
La alta sociedad romana solía disfrutar de lujosos banquetes que se extendían por horas, sirviendo como una muestra de su riqueza y estatus de maneras que hoy nos parecen difíciles de imaginar. “Comer era el acto supremo de la civilización y la celebración de la vida”, afirma Alberto Jori, profesor de filosofía antigua en la Universidad de Ferrara, Italia.
Los romanos disfrutaban de una amplia variedad de platos, tanto dulces como salados. La lagane, una pasta rústica que se solía acompañar con garbanzos, también se usaba para hacer pasteles de miel con ricotta. Uno de los ingredientes más característicos de la gastronomía romana era el garum, una salsa fermentada de pescado, picante y salada, que los romanos utilizaban para dar un sabor umami a todos sus platos, incluidos algunos postres. Esta salsa se producía al fermentar la carne, la sangre y las vísceras de los peces bajo el sol del Mediterráneo. Para entenderlo mejor, el garum se asemeja a las actuales salsas de pescado asiáticas, como el nuoc mam vietnamita o el nam pla tailandés.
Las carnes de caza, como el venado, el jabalí, el conejo y el faisán, junto con mariscos como ostras y langostas, eran habituales en estos banquetes. Sin embargo, los anfitriones también servían platos más exóticos y extravagantes, como guiso de lengua de loro o lirón relleno. “El lirón era una delicadeza que los granjeros alimentaban durante meses en recipientes especiales antes de venderlo en los mercados”, explica Jori. “Mientras tanto, se sacrificaban grandes cantidades de loros para reunir suficientes lenguas y hacer fricasé”.
Giorgio Franchetti, historiador de la alimentación y estudioso de la Roma antigua, ha rescatado recetas de esta época, algunas de las cuales comparte en su libro Dining With the Ancient Romans, escrito junto a la “arqueococinera” Cristina Conte. En sus experiencias gastronómicas organizadas en sitios arqueológicos italianos, los participantes pueden degustar lo que podría haber sido una comida de la nobleza romana. Estas experiencias también exploran los rituales que acompañaban a estas elaboradas cenas.
Uno de los platos más inusuales es el salsum sine salso, inventado por el gastrónomo romano Marco Gavio Apicio. Se trataba de una “broma culinaria”, en la que un pescado se presentaba entero, con cabeza y cola, pero al abrirlo, su interior estaba relleno de hígado de vaca. La habilidad manual y el factor sorpresa eran esenciales en estas competiciones culinarias.
Los banquetes romanos, además de su derroche gastronómico, incluían comportamientos sociales que hoy nos resultarían inusuales. “Comer acostado y vomitar entre platos eran prácticas comunes”, cuenta Franchetti. Estas costumbres ayudaban a dar cabida a tanta comida. “Los romanos eran hedonistas que buscaban los placeres de la vida”, señala Jori. Vomitar se consideraba necesario para hacer espacio en el estómago y continuar comiendo. Se acostumbraba a hacerlo en una habitación adyacente al comedor, donde los asistentes se inducían el vómito con una pluma en la garganta, antes de regresar al banquete mientras los esclavos limpiaban el desorden.
El “Satiricón” de Cayo Petronio el Arbitro, una obra literaria clásica, captura esta dinámica social de la Roma del siglo I d.C. en la figura del rico Trimalción, quien le ordena a un esclavo que le traiga un “orinal” para orinar sin levantarse de la mesa. En esa época, los juerguistas no se levantaban para ir al baño; el orinal se les traía a ellos, gracias al trabajo de los esclavos.
Los romanos también tenían ideas bastante particulares sobre las funciones corporales. Expulsar gases durante la comida era normal, ya que se creía que el gas atrapado en el intestino podría causar la muerte. El emperador Claudio, por ejemplo, emitió un edicto fomentando las flatulencias en la mesa, basándose en escritos del historiador Suetonio.
Otro comportamiento común era comer recostados en divanes cómodos, una posición que se consideraba adecuada para una buena digestión y que simbolizaba el estatus social de la persona. “Los romanos comían recostados, con la cabeza apoyada en la mano izquierda y usando la derecha para tomar los bocados”, explica Jori. Mientras tanto, los esclavos cortaban la comida y la servían. Las sobras, como huesos y restos de comida, se arrojaban al suelo, algo que los romanos camuflaban artísticamente en los mosaicos decorativos de los salones de banquetes.
Sin embargo, este lujo y comodidad estaba reservado solo para los hombres. Las mujeres comían en mesas separadas o se arrodillaban junto a sus maridos mientras ellos comían, una clara manifestación del dominio masculino. Con el tiempo, las mujeres romanas lograron conquistar el derecho a comer con sus maridos, un primer paso importante hacia la igualdad social.
Los romanos también eran muy supersticiosos, y tenían rituales extraños en torno a la comida. Todo lo que caía de la mesa pertenecía al más allá, y no se debía recuperar por temor a que los muertos se vengaran. Derramar sal se consideraba un mal presagio, y se tomaban precauciones especiales con el pan y los moluscos. En los banquetes, la muerte estaba presente de manera constante, como recordatorio de que la vida debía ser vivida plenamente. Los comensales a menudo hablaban de la muerte mientras bebían, celebrando la vida con un brindis de “carpe diem”.
Los banquetes culminaban con borracheras, donde primaba el consumo de vino. El vino romano no siempre se bebía solo; a menudo se diluía con agua o incluso se mezclaba con alquitrán, una sustancia de sabor desagradable, pero que los romanos apenas percibían.
Tal vez el símbolo máximo del exceso sea el del gourmet Apicio, que supuestamente se suicidó porque se había arruinado tras organizar banquetes demasiado suntuosos. Sin embargo, dejó un legado gastronómico, entre el que se incluye su famosa tarta Apicio, hecha con una mezcla de pescado y carne, como entrañas de aves y pechugas de cerdo. Un plato que tal vez no resulte atractivo en las mesas de los banquetes modernos.
Fuente: CNN