Celulares: crónica de una disposición anunciada
PorAndrea Cristina Seidel, Magíster en Gestión Ambiental – UNaM (Cámara Misionera de Consultores Ambientales). En los últimos años, los avances tecnológicos lograron una increíble reducción del costo de producción de aparatos eléctricos y electrónicos. Fueron tantos y tan rápidos los avances, que algunas generaciones como la mía vivimos desde los primeros televisores (compartidos con vecinos), hasta tener hoy cada uno una computadora en nuestros bolsillos o carteras (celulares inteligentes).
Esta reducción de costo y consecuente masividad, produjo un problema actualmente invisibilizado en nuestra sociedad con respecto a la contaminación producida por sus residuos. La ignorancia y escasa conciencia social sobre el problema, hace que su solución tenga poco rédito político, poniendo poca presión para su solución y por lo tanto retardando la producción o mejora de una gestión de residuos acorde.
El problema
Para entender la dimensión del problema es importante entender el estado de conciencia y conocimiento de la población sobre el mismo junto con sus conductas y patrones de consumo. En el año 2019, realicé un trabajo enfocado en el consumo y disposición final de celulares en la ciudad de Posadas.
Con respecto a conductas y patrones de consumo, en encuestas realizadas en mi trabajo, comprendimos que en la ciudad de Posadas, el usuario cambia sus celulares con una frecuencia promedio de 2 a 4 años. En la mayoría de los casos, existe cierto apego de los usuarios que hace que los celulares en desuso sean guardados en los domicilios de los usuarios por tiempo indeterminado. Esto, si bien positivo en el corto plazo porque no genera contaminación, es negativo en el largo plazo porque el paso del tiempo incrementa su obsolescencia y desanima su reinserción en la cadena de valor. Por ejemplo, un celular Nokia 1100 usado, ya no tiene el mismo valor hoy en día en el 2022 que en el 2008.
En charlas con reparadores realizadas en mi estudio, manifestaron que los consumidores son reacios a desprenderse de sus celulares en desuso, lo que reduce el tamaño de las operaciones de su negocio. Ellos creen que el principal motivo de este comportamiento es: el valor que tiene el celular como omnipresencia del usuario y el valor de adquisición del mismo. Al fin y al cabo, ellos también son consumidores.
Con respecto al estado de conciencia de la población, la mayoría de los usuarios encuestados manifestó no conocer que los residuos eléctricos y electrónicos requieren de un tratamiento distinto al resto de los residuos domiciliarios. La escasa información al respecto se ve manifestada en que incluso encuestados que manifestaron un marcado interés por el cuidado del medio ambiente disponían sus baterías quemadas junto con sus otros residuos domiciliarios. Estas baterías pueden contener metales altamente contaminantes y perjudiciales para la salud como mercurio, cadmio y plomo.
Por otra parte, los encuestados también desconocían o ignoraban el valor de los celulares en desuso, ya sea por su re-inserción en el mercado de celulares usados o por contener metales valiosos como oro y platino en sus circuitos.
En camino hacia una solución
Como expreso en mi trabajo, es clave pero no suficiente desarrollar un plan de educación y concientización sobre el problema de los residuos eléctricos y electrónicos.
No alcanza únicamente con concientización ya que también se debe generar alianzas o canales entre los distintos agentes del problema. Estos principalmente son: comercializadores y consumidores que generan los residuos, reparadores a cargo de su reincorporación a la cadena de valor y finalmente el estado a cargo de su recolección y disposición final.
Es clave para el diseño de una solución eficiente, el análisis cuantitativo del problema. Esto ayudaría a una mayor comprensión de sus dimensiones así también como un mayor entendimiento de su aspecto financiero.
El financiamiento de tales soluciones no es tarea sencilla porque debido a la compleja trazabilidad de estos residuos, es muy difícil hacer pagar a los “culpables” del problema. En cambio, si la solución es rentable para sus agentes, su financiamiento puede ser más sencillo debido a una mayor adopción gracias a incentivos financieros.
Un ejemplo de esto son los distintos impuestos al envase que se han considerado y/o aplicado alrededor del mundo. A noviembre del año pasado se empezó a evaluar en la ciudad de Buenos Aires la creación de un impuesto a los envases de plástico como ser botellas o envases de comida. Dicho impuesto contempla la carga de un máximo de un 3% del valor final del producto a ser pagado por la empresa productora.
Sin embargo, su principal crítica es que por más que el impuesto es pagado por los fabricantes, estos a su vez transfieren los nuevos costos a los consumidores, que terminan pagando un precio más elevado.
Otra opción con mejores resultados puede ser cobrar por los envases cuando el consumidor tiene la opción de usar su propio envase sustentable. Tal es el caso de la prohibición de otorgar bolsas gratis en los supermercados aplicada en muchas ciudades de Argentina. A pesar de que la cantidad a cobrar es baja, se vio una adopción en consumidores que empezaron el hábito de llevar sus propias bolsas de compras.
Ahora bien, en el caso de los celulares una opción podría ser que los consumidores tengan un descuento en el precio de su celular nuevo si entregan su celular usado. Sin embargo estas soluciones deben contemplar una disposición acorde al tipo de residuo para evitar repetir historias pasadas como los planes de otros electrodomésticos que terminaron desechados en lugares inadecuados.
A pesar de tantos avances tecnológicos, el problema hoy está muy lejos de ser resuelto. Una solución a la altura de las circunstancias requiere la coordinación de una gran cantidad de diferentes agentes interrelacionados. Desde fabricantes y consumidores, hasta el sistema educativo. Después de todo, nunca nos salvamos solos.