Con la camiseta “10” de Maradona médico salva a pasajero de avión en medio de la Copa del Mundo

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Por Matías Loewy, con Griselda Acuña. Las emergencias ocurren en cualquier lugar, en cualquier momento y a veces los médicos se encuentran en situaciones en las que son los únicos que pueden ayudar. “¿Hay un médico en casa?” es una serie de Medscape que cuenta estas historias.

Había viajado a visitar a mi hijo, que es futbolista y vive en Buenos Aires, Argentina. Los dos somos amantes del fútbol y simpatizantes de Independiente, pero él, como la mayoría de los argentinos durante los mundiales de fútbol, tiene cábalas que hay que respetar. Me regaló la camiseta con el número 10 de la Selección Argentina de 1986 de Diego Maradona y me pidió que la usara en cada partido, donde sea que estuviera.

Era la tarde del 9 de diciembre de 2022 y Argentina y Países Bajos se enfrentaban por la clasificación a la semifinal de Qatar 2022. Y ahí estaba yo, firme con mi camiseta albiceleste, cumpliendo mi palabra, frente al televisor. Fue un partido vibrante, dramático. Hubo prórroga y definición por penales. Terminé celebrando el triunfo en el aeropuerto, antes de tomar mi vuelo de regreso a Posadas, Argentina, programado para las 20:00. Pensé que la angustia había pasado. Me equivoqué.

Despegamos con lluvia para un vuelo de casi 2 horas. Aproximadamente 5 minutos después del despegue empezaron los movimientos propios de la turbulencia. Se fue acentuando, despacio. La tormenta había empeorado a tal punto que se podían ver los rayos y la lluvia se sentía con mucha fuerza. El pánico se apoderó del avión. Se escucharon gritos. La gente estaba asustada.

Habrían transcurrido alrededor de 10 minutos y no cedía la turbulencia, cuando en un momento vimos a un hombre transitando por los pasillos del avión. Con un altoparlante el comisario de a bordo le pidió que volviera a su asiento y se colocara el cinturón de seguridad. Esta persona hizo caso omiso al pedido y siguió rumbo a la cabina. Claro: fue a pedir ayuda, tenía una urgencia.

Cuando el avión relativamente se estabilizó el mismo tripulante de cabina preguntó si había algún médico que pudiera prestar colaboración para asistir a un pasajero. No lo dudé. Tambaleando por las inclemencias climáticas, que cada tanto todavía sacudían el avión, me presenté y me acerqué a esta persona, un hombre de entre 60 y 65 años, con sobrepeso, no muy alto. Lo asistían una azafata y otro miembro de la tripulación. Le daban oxígeno con una mascarilla y un cilindro portátil.

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Descubrí que el pasajero tenía un dolor precordial. Como médico de terapia intensiva conozco el cuadro. De hecho, estamos entrenados para el manejo de este tipo de pacientes, así que rápidamente surgió el instinto profesional de hacer un interrogatorio médico dirigido.

El paciente estaba lúcido y sobre todo fue honesto en plena crisis: me dijo que tenía diabetes e hipertensión, que era sedentario, con factores de riesgo, que incumplía con los controles médicos y que no estaba actualizado en su tratamiento. Tenía dolor intenso en el pecho y ambas manos apoyadas sobre la región precordial, le dolía el brazo y saturaba muy bajo. Presentaba la sintomatología típica de síndrome coronario agudo o infarto agudo de miocardio.

No había tiempo que perder. Le pregunté al comisario de a bordo sobre los recursos médicos con los que contaba el avión. Para mi sorpresa, me trajo el desfibrilador externo automático y una caja que tenía todo lo necesario para ese tipo de urgencias, desde fármacos para alergias y patologías respiratorias y cardiacas hasta dispositivos de vía aérea, oxímetro y sueros.

Pensé: “Tengo que tomar una decisión”. No tenía ayudante y debía asumir la responsabilidad de hacer o no hacer y hasta dónde. En ese instante se vienen a la cabeza todos los planteos respecto de cuáles serían las consecuencias, se nos cruzan los miedos. Es algo que generalmente nos ocurre a los médicos, más allá del lugar donde estemos, pero que es mucho más pronunciado cuando nos toca actuar en soledad.

El hombre tenía disnea, saturaba bajo, estaba pálido, sudoroso y con taquicardia. No podía pensar más. Decidí avanzar con una canalización. Dentro del equipo de medicación encontré nitroglicerina, un vasodilatador que usamos siempre en la urgencia cardiaca, pues genera una rápida vasodilatación de las arterias coronarias y si existe alguna obstrucción que genere el infarto permite mejorar el flujo sanguíneo y frenar al menos el evento. Diluí dos ampollas en solución fisiológica o dextrosa y empecé a pasar el suero, controlando yo mismo el goteo o ritmo de infusión.

El procedimiento fue exitoso. La nitroglicerina actuó rápidamente. El paciente empezó a mejorar su saturación, su mecánica ventilatoria, la presión y la frecuencia cardiaca. El dolor fue cediendo. El comandante me preguntó si era necesario hacer un desvío: estábamos a 30 minutos de Rosario, 35 minutos de Resistencia y a 45 minutos de Posadas, nuestro destino. Como el paciente mejoró, se estabilizó y no tuvo recaídas, no fue necesario modificar la ruta.

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Cuando aterrizamos en Posadas, en forma programada nos esperaba una ambulancia de alta complejidad con un médico. Le presenté al paciente, describí el cuadro, qué se hizo, cómo se hizo y cuál fue su evolución y el colega también lo asumió como un probable infarto. Así que del avión el hombre fue trasladado al Hospital de Agudos “Dr. Ramón Madariaga”.

No soy de hablar con los medios. No es lo mío… eso de contar el trabajo que hacemos, porque en realidad estamos expuestos a estas situaciones. Expuestos y entrenados. Esta es mi tercera intervención: la primera fue también un infarto en un partido de fútbol, la segunda un trabajo de parto a la vera de la ruta.

Cinco días después de aquel episodio salí del hospital donde trabaja y me encontré con el paciente y su familia. Me estaban esperando para darme un presente y agradecerme el hecho de haber intervenido. Efectivamente, había tenido un síndrome coronario agudo. El señor era chileno y debía regresar a su país después del alta médica. No quería irse sin saludar, sin un abrazo. ¿Cómo me ubicaron? Me rastrearon por las redes sociales. Ahora tiene mi teléfono y siempre me escribe. Me invita a su casa, me envía fotos de Santiago de Chile y se ofrece a oficiar de guía turístico si decido cruzar la frontera. ¡Espero hacerlo antes de la próxima Copa del Mundo!

El Dr. Carlos Wolhein es médico especialista en cuidados críticos y medicina legal. Médico forense del Poder Judicial de Misiones, Argentina. Es docente de Medicina Legal de la Carrera de Criminalística y de la Cátedra de Anatomía Humana de la Universidad Católica de las Misiones (UCAMI), en Posadas, Argentina. También es miembro activo del Foro de la Junta Federal de Cortes y Superiores Tribunales de las Provincias Argentinas y Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Jufejus), en Argentina.

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