Crónica de un hartazgo anunciado, o el “basta” que se veía venir

Hace algunos años visité Irán, conocido en Occidente como la antigua Persia. Me encontré con un país hermoso, con mucha historia, belleza y cultura; con unas mezquitas increíbles donde se puede visitar, entre otras cosas, las ruinas de Persépolis, aquella ciudad rendida ante Alejandro Magno sobre el Rey David.

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Escribe Delia Flores* – Hace algunos años visité Irán, conocido en Occidente como la antigua Persia. Me encontré con un país hermoso, con mucha historia, belleza y cultura; con unas mezquitas increíbles donde se puede visitar, entre otras cosas, las ruinas de Persépolis, aquella ciudad rendida ante Alejandro Magno sobre el Rey David.

Aunque me perdí en aquellos paisajes, hubo una cosa que me impresionó: la realidad que vivían sus mujeres, a mi entender inadmisible en pleno siglo XXI.

Entre los recuerdos que vienen a mi memoria, hay un sinfín de hechos que demostraban ya una legislación discriminatoria contra la mujer y una situación de hostigamiento constante.

Desde que puse un pie en el aeropuerto de Teherán tuve que cumplir con el código indumentario del Estado iraní, tapando mi cabello con el famoso hiyab, situación que se extendió durante toda mi estadía. Y si por algún descuido, este me desplazaba hacia atrás, me lo hacían notar de inmediato.

Supe durante ese viaje, que las mujeres no tenían permitido cantar en público. Ejercer la profesión de cantante les estaba prohibido. Como consecuencia de esto, muchas migraban a Estados Unidos o Europa para poder, desde allí, desarrollar su profesión. El pueblo iraní sólo podía tener acceso a sus vídeos de forma ilegal, claro, a través de códigos de señales no oficiales.

Recuerdo, además, que la gente se acercaba a conversar, necesitaban saber qué pasaba fuera de su país y cómo era la mirada de occidente sobre ellos. Desde ya se notaba los deseos de mayor libertad en el pueblo. Me conmovieron mucho los jóvenes, en su deseo casi desesperado de marchar. Ni hablar el de las mujeres.

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Tan hondo era ese deseo de libertad que una madre nos trajo a su hija para que sepa cómo viven las mujeres en otros países.

Era tan grande la sumisión que hasta ir a la peluquería es un gran operativo. Los salones estaban absolutamente cerrados a la mirada externa. Una extranjera en ese ámbito es toda una curiosidad. Sed de mundo exterior, sed de libertad, sed de conocer otras culturas y a mujeres libres.

Cosas tan simples como bailar, cantar, vivir libremente el amor, los amigos de otro sexo, salir solas, desarrollar sus profesiones le están vedados. La tiranía religiosa no es cultura, es tiranía y fanatismo.

La libertad es un derecho universal que merecemos todas las mujeres del mundo. No es posible que haya aún mujeres tan reprimidas, que canalizan o se revelan ante este sistema de sumisión remarcando su maquillaje y sometiéndose a cirugías en la nariz.

La quema de pañuelos, el corte de sus cabellos en público, es la demostración del hartazgo, de lo que ya desde hace años se venía venir.  Mi solidaridad total hacia ellas.

*Delia Flores – Empresaria argentina. Fundadora del Grupo Empresarial de Mujeres Argentinas (GEMA)

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