Desafiando moldes: voces silenciadas en un mundo ruidoso

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Soy uno más del montón en la generación a la que le toca cuestionar el sentido de las cosas, en un contexto donde pareciéramos ser afortunados al ser contemporáneos de la cúspide máxima de la ciencia y la tecnología, y donde, al mismo tiempo, es más difícil ser feliz en toda la historia de la humanidad. Me toca ver debatir al terraplanismo y la mecánica cuántica con el mismo empeño, ver a un “anarco-capitalista” usar frases de San Martín, me toca ser despreciado por no tener el secundario completo y ver a mis universitarios amigos vender sus pertenencias por una semana más de comida.

Hoy es difícil aportar algo que no sume más ruido al caos predominante, llevando a cuestionarme si realmente vale la pena sumar con mi opinión, idea a la que resisto producto de la empatía social que, en últimas, forma parte de mi humanidad misma. Hoy mi paz se cimenta sobre el entendimiento último de mis propósitos; ¿Por qué persigo el dinero? Porque lo que quiero es paz. ¿Por qué no puedo salir de la pantalla tras horas de consumir videos cómicos? Porque lo que quiero es ser feliz. ¿Por qué estudio? ¿Por qué pregunto? ¿Por qué investigo? Porque quiero saber que hago aquí.

Estos principios terminan por mantenerme cuerdo, pero me inquieta la idea de saber a ocho mil millones de personas que, quizás, jamás tengan una respuesta que los sacie por completo. Me quita el sueño saber que encerramos a miles de niños en las cárceles que se hacen llamar escuelas, para enseñarles como prosperar en el siglo antepasado. Hoy, la educación debe de ejercer un papel fundamental en términos de contextualizar a los jóvenes y empoderarlos desde la resolución de problemas prácticos, pero claro, de eso no se está ni cerca. Hoy, los entes educativos, siguen enfatizando la competencia y el individualismo, creando nuevas generaciones de excompañeros que son capaces de matarse unos a otros por un título de algún tipo. 

Entre los motivos que socialmente son alentados en cuanto a la persecución de un título se destacan: Ser alguien en la vida. ganarte la vida, conseguir trabajo, perseguir tus sueños, demostrarte que puedes, o simplemente la promesa de un futuro mejor al de tus padres; “El día de mañana voy a poder comprarme la casa de mis sueños y, por fin, ser feliz” 

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También me toca contemplar un curioso fenómeno emergente del que poco se ha discutido, el cual tiene que ver con la creciente amenaza del fin, ese constante bombardeo mediático sobre el fin del mundo inminente, contrastado con un admirable desinterés por parte de las nuevas generaciones. No se decir a que atribuirle este comportamiento, quizás al tormento que significa el ritmo de consumo y de explotación impuesto, o si es que simplemente todos estamos cansados de oír sobre lo mal que está el mundo y decidimos ignorarlo, para no hundirnos en la depresión que significa enfrentar la realidad. Colmada por las hambrunas, las masacres injustificadas y el neofascismo (Caracterizado por la desinformación mediante el uso inteligente de los nuevos medios de comunicación, hoy llamados “Streamers”, que también son víctimas del mismo sistema) 

Duele ver a mis amigos (15-20 años) resignar sus sueños, ante la necesidad misma de sobrevivir, y naturalizarlo como si de algo normal se tratase. Hoy, solo en Argentina, apenas 16 de cada 100 estudiantes que comienzan primer grado llegan al final del secundario en el tiempo teórico esperado y con conocimientos satisfactorios de Lengua y Matemática. Simultáneamente es mal visto abandonar una de las etapas “obligatorias” de la educación como lo es el secundario, tal y como si, en el siglo XXI, esto cambiase algo en nuestro cotidiano. Conocí a hombres que, apenas sabiendo escribir, levantarían su propia casa, crearían su familia y tendrían una vida prospera, con apenas 20 años. 

A estos nadie, a estos ninguno, es ante quienes yo me propuse honrar y muestro el mayor de los respetos, porque, con una mágica simplicidad, lograron en años lo que la mayoría no haría en siglos. Pero a quienes les debo toda mi admiración, es a aquellos que, sin siquiera saber leer, son inconmensurablemente felices, es a estos ignorantes a quien yo tomo como maestro, y es ganarme su confianza mi título. 

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Me toca vivir en el medio de la Selva Paranaense, alejado de la civilización, vecino de los incivilizados. Aquí ser arquitecto no te servirá, ser electricista tampoco y ser economista tampoco, aquí deberás de serlos todos, esto termina por crear seres multifacéticos en todo su esplendor. Creo que tal y como en la industria el toyotismo vino a superar al lineal y monofacético fordismo de la línea de producción, hoy el individuo debe de entender de geopolítica como de electrónica, por el simple hecho que el contexto demanda una mirada panorámica de las cosas. Si hoy tienes un auto, quizás ignores que la guerra Israel-Palestina influye en el precio de tu nafta, o que quizás el PeakOil haga que no se pueda seguir fabricando el plástico que hace a tu termolar veranero.

Nos toca hoy la inmensa tarea de crear condiciones de vida dignas para nuestros futuros hijos, enseñarles a entenderse entre ellos, a no competir, a resolver problemas prácticos, a cultivar sus propios alimentos y, ¿Por qué no? Establecer las bases de un nuevo sistema económico que promueva mas igualdad de posibilidades y garantice mínimamente las necesidades básicas de las personas. 

Nomás me queda agregar que mi punto de vista intenta ser transversal a las posturas pesimistas/optimistas hoy tan protagónicas en la farándula. Mis ideas no se atribuyen ser acertadas, sino que apuesto al sentido común de quien lea estas líneas, mi propósito esta vez es llegar más allá de aportar con datos curiosos, necesito dejar testimonio de una generación que esta siendo acribillada por la carencia de dirección y de propósito. Apuesto por la búsqueda plural de soluciones justas ante problemas cada día mas reales. Apuesto por el de harapos, por el de botas y machete, por los que guardan tierra bajo las uñas y por el “Homero”, que, cansado, come y se quiere acostar. 

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