«El día de la Madre»
En este domingo estamos celebrando un día especialmente querido por nuestro pueblo que es el día de la madre. Queremos tener presente a las madres en su día y unirnos en la oración a los tantísimos gestos que formarán parte de esta celebración. De alguna manera estamos celebrando también el valor de la familia, la cual no es posible sin el don de la maternidad, de los hijos y de la esperanza.
El Papa Francisco en la exhortación Amoris Laetitia nos dice que «la madre acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida. La maternidad surge de una particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora sirve a la concepción y a la generación del ser humano. Cada mujer participa del misterio de la creación, que se renueva en la generación humana. […] Las madres son el antídoto más fuerte ante la difusión del individualismo egoísta. Son ellas quienes testimonian la belleza de la vida. Sin duda, una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral. Las madres transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa […] Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo». (cf. Amoris Laetitia, 168.174)
Pero, a la vez, asistimos lamentablemente, a una profunda contradicción en nuestra cultura actual. Por un lado, la gente, en general, pero sobre todo nuestro pueblo sencillo, tiene una especial devoción a las madres, y considera a los hijos como un don de Dios. Esto se expresa en los bellísimos sentimientos manifestados siempre, pero especialmente en este día. Y, por otro lado, vemos cierta desvalorización de la maternidad reflejada en una especie de antinatalismo promovido por grupos reducidos y poderosos, que proponen la anticoncepción para solucionar, sobre todo, el problema de la pobreza, sin recurrir a aquello que es clave para corregir este flagelo: una mayor y justa distribución de la riqueza, y el ejercicio de una solidaridad más globalizada. Estos sectores poderosos y organismos internacionales muchas veces responden a una especie de capitalismo egoísta y salvaje. Manejan grandes medios y agreden a las familias constituidas, como es natural, por madres, padres e hijos, tachándolas de tradicionales y conservadoras.
Pero a pesar de tantas propuestas violentas e individualistas «percibimos que la familia continúa siendo un valor apreciado por nuestro pueblo. El hogar es un lugar de encuentro de personas y en las pruebas cotidianas se recrea el sentido de pertenencia. Gracias a los afectos auténticos de paternidad, de filiación y fraternidad, aprendemos a sostenernos mutuamente en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a corregir a los niños y a los jóvenes; a tener en cuenta, valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes. Cuando hay familia, se expresan verdaderamente el amor y la ternura, se comparten las alegrías haciendo fiesta y sus miembros se solidarizan ante la angustia del desempleo y ante el dolor que provoca la enfermedad y la muerte». (NMA 43)
Este domingo leemos en el Evangelio (Mc 10,35-45) que ni Juan, ni Santiago, pero tampoco los otros apóstoles, entendían suficientemente el anuncio del Reino que el Señor realizaba. Ellos peleaban por tener los mejores lugares sin comprender que este Reino implica servir teniendo en cuenta a los otros como sujetos y no como objetos de sus ambiciones. «El que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos».
Desde ya que el acompañar a las familias, en sus gozos y sufrimientos será una de las mejores expresiones de este servicio por el Reino. Por eso, queremos saludar a nuestras madres, y rezar por la maternidad, con la certeza de que es un don maravilloso de Dios, y por el valor de la familia. Encomendamos a los papás y mamás, para que puedan asumir su rol, y a los hijos, que son un signo de esperanza.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!