El segundo round de Trump

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Comienza un nuevo ciclo para Estados Unidos y también para el mundo. Donald Trump se adueña nuevamente de la Casa Blanca. Recargado y con un contexto internacional distinto al que le tocó afrontar cuando fue presidente por primera vez, el efecto de su arribo ya se siente y el tablero geopolítico empieza a cambiar sus fichas. 

El nuevo Trump 

Varias cuestiones se esperan del gobierno entrante republicano. Con la mira puesta en la recuperación económica de la clase media, Trump promete medidas de alto impacto a favor de la industria nacional estadounidense. Esto puede afectar visiblemente a los socios comerciales de Estados Unidos, sin embargo, esa recuperación económica está intrínsecamente relacionada a un condicionante cultural que prevalece ante todo. 

La mejoría de la clase media estadounidense es el significado del ya conocido slogan “Make America Great Again”. No existe tal cosa cómo hacer grande otra vez a Estados Unidos, sino recuperar las bases del sector productivo y pujante del país. 

Está claro que el gran generador de cambios e innovaciones tecnológicas y económicas en Estados Unidos fue la clase media. Siendo casi una normalidad dentro de los modelos capitalistas industrializados, la clase media fue la que introdujo los cambios más significativos en la competencia de mercado, por una propia necesidad de subir en el escalafón social. Claro está que, con el correr del tiempo, las clases medias fueron transformándose en pudientes, siendo el fiel ejemplo de la movilidad social ascendente, tan propia del capitalismo más “esperanzador”. 

Por otro lado, Make America Great Again es un slogan con fuertes connotaciones culturales. Trump se transformó en la cara visible contra las expresiones progresistas y, la defensa de la clase media, deja de ser una mera situación económica para sumar el aliciente de una defensa de los valores conservadores. Esa América blanca profunda que tanto se suele ver en las películas de Hollywood, es parte de la construcción del ideario sociocultural que fomenta Trump y que tanta aceptación tiene en propios y extraños. Esta es la razón por la cual hay tantas reminiscencias al pasado en la prédica trumpista.

Además de la cuestión cultural, entra el sentimiento de un nacionalismo crudo. Make America Great Again es también el fortalecimiento del valor nacional, el cual, pegado a lo cultural y económico, genera una síntesis en la cuestión migratoria. Para tener una clase media fortalecida y mantener los tradicionales valores conservadores, para Trump es fundamental tener una frontera “sana”. No significa cortar de cuajo con la llegada de inmigrantes, siempre y cuando no alteren el status quo y se adecuen al nuevo sueño americano. 

Esas son las tres patas para hacer que América sea grande otra vez, según los republicanos. 

Trump, en la tríada mundial 

Como si fuesen tres grandes partes de un todo, son tres los nombres que se erigen como los líderes del mandato global, compartiendo ciertas características en la puja por la hegemonía: Trump, Putin y Xi Jinping. 

Lo que se espera en la política exterior para el segundo mandato trumpista es justamente una división de las zonas del planeta junto a Rusia y China, en el primer orden. 

Trump entiende que la globalización está acabada y que lo único que queda de esa época son pseudo tecnócratas reconvertidos en lobbistas de las criptomonedas, el resto pereció o se hizo con empresas millonarias. Ante este panorama de regionalización de la política internacional, el multilateralismo es la forma en la cual se muestra el nuevo orden mundial. El mismo trata de la coexistencia de varios frentes hegemónicos en el mundo, en donde puedan ejercer mayor o menor influencia en las zonas de conflicto (áreas cercanas o límites) buscando el mayor provecho posible para ello. 

Esta tendencia de Trump se consolida con el serio interés en adquirir Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá. Los pasos interoceánicos son fundamentales para el líder estadounidense, entendiendo que se encuentra atrasada la gestión de su país en cuanto a la gran división del Ártico, Pacífico e Índico que hicieron China y Rusia, en alianza, y con la presencia siempre amenazante de India. Estos pasos son fundamentales para el comercio exterior y para la investigación científica, cómo así también los asentamientos bélicos. El consecuente crecimiento de la tecnología podría permitir nuevos descubrimientos en estas zonas y las posibilidades de habitabilidad, lo cual deslumbra a las intenciones imperiales de los tres grandes. 

Además de compartir esa sed por los pasos interoceánicos, comparten la idea de hacerse de espacio terrestre, Trump con Canadá, por más utópico que sea, sumado al paralelismo de Rusia con Ucrania y China con Taiwán. Todo esto relacionado a otro punto de contacto entre las grandes potencias y es un nacionalismo cada vez más fuerte y evidente. El problema no será interno, sino cuando haya roces en las zonas de conflicto. Todo esto con la vital atención a Medio Oriente, una zona conflictiva en donde siempre hay sendos intereses internacionales.

¿Qué lugar ocupa Argentina para Trump? Casi como una tradición geopolítica, es prácticamente nula su existencia. Sin embargo, el explícito alineamiento de Milei le puede significar una mayor atención de Trump. La situación es que si el gesto diplomático de Milei es suficiente para que Trump destrabe conflictos económicos argentinos, como la deuda externa. En caso contrario, el entreguismo podría ser el otro gesto al que apele la región por el respaldo de Trump. Esto no es descabellado, siendo que el líder republicano está encantado con la hegemonía de parte de los pasos interoceánicos del Ártico y Centroamérica. Allí, habría que prestar vital atención el sur más austral de Argentina y Chile, además de la mismísima Antártida. 

¡Goodbye progres!

Otro tema y no menos importante es la reacción cultural ante el triunfo de Trump. La cultura woke o progresismo se consolidó en los últimos años como la única expresión posible en el complejo entramado social, cultural y étnico, llevando esto a una relativización absoluta de los procesos históricos. 

El arribo de Trump significa un cambio de época a nivel mundial también en este orden, y es entendible por la llegada de varios líderes mundiales con prédica conservadora sobre esto, entre ellos Milei, Bukele, Meloni, Orban y hasta los dos grandes magnates de la política que competirán por el trono con Trump, nada más y nada menos que Putin y Xi Jinping. 

El fin del progresismo cultural es un hecho. Desde Disney hasta varios departamentos relacionados a políticas de género, raciales y anti discriminación, comenzaron a abandonar esa tendencia, incluyendo una “tweeterización” de Meta, en donde la censura pasará a ser cada vez más lejana en cuanto a la proliferación de discursos. 

Es fácil entender que los mercados siempre van a responder a las necesidades o tendencias de los consumidores, y hoy el ascenso del neoconservadurismo promueve estos cambios que sin lugar a dudas le parecen muy antipáticos a toda una generación que creció con la proliferación de la cultura woke. 

Está claro que, si esto tiene lugar, es debido a un creciente hartazgo del ciudadano promedio hacia  quienes propalaron a viva voz el progresismo en todo el mundo. 

Mientras tanto, el mundo se mantiene expectante, el nuevo mandato de Trump no va a ser algo simple, sino que marca el inicio de nuevos tiempos, signados por el nacionalismo y dónde nuestra región deberá encontrar pergaminos suficientes como para manejar la situación o, al menos, alinearse con el menor costo posible. 

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