El triste afán de ser yankee

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Hay quienes afirman que quienes no aman a la patria, no pueden amar a nadie. Tal es el caso de quienes hoy detentan el cargo de representantes del poder político en nuestro país, como adoradores irrestrictos del águila calva. 

Milei lo hizo otra vez. Fue el encargado de realizar un acto de entreguismo grosero y patético, pasándose por encima cualquier análisis serio sobre geopolítica, y tendiendo a exagerar la reedición de las relaciones carnales con Estados Unidos. Como si no fuera poco, por el cinismo con el que maneja la causa Malvinas, recibió al Comando del Cono Sur de Estados Unidos en el sur de nuestro bello país, bajo la conducción de la poco confiable Laura Richardson. 

Este encuentro, que, de haber estado enmarcado en algo diplomático de rigor, pasaría desapercibido, tuvo todos los condimentos para ser el momento propicio en donde Milei mostró la hilacha. 

Al actual presidente de la nación se le cae la baba por Estados Unidos, en un acto de inmensa falta de patriotismo. Con el simple hecho de haberles hecho tocar el himno de Estados Unidos a la banda de música nacional, pareciera suficiente. Sin embargo, le sumó un aliciente aún peor, en términos simbólicos: la inacción entre él y Luis Petri (ministro de Defensa) cuando sonaron las estrofas del Himno de Malvinas. 

Cabe destacar que este cuestionable encuentro tuvo lugar tres días después del 2 abril, fecha clave y sensible para nuestra nación. 

Más allá de la intención de agradarle a Estados Unidos, pasó algo peor y que debe preocupar a nivel internacional. Milei fue claro en la intención de trabajar en una base integral entre Estados Unidos y Argentina, en nuestras tierras. Este suceso, más allá de los cuestionable a simple vista, involucra una situación alarmante en el tablero geopolítico. 

Sin ley de bases, pero con una base de Estados Unidos

La cooperación entre Argentina y el imperio del norte nunca fue demasiado beneficiosa para nuestro país. Desde el desdén en crisis económicas, pasando por el plan Cóndor y sin olvidar el papel de los organismos internacionales financieros (de bandera estadounidense), siempre le dimos mucho y recibimos poco. Y no es que Argentina sea “boluda”, sino que así opera Estados Unidos. Dan una falsa seguridad y prestigio internacional a cambio de recursos, ocupación territorial y manejo del poder económico. Ahora bien, ¿qué le interesa a Estados Unidos que tiene Argentina? Y la respuesta no es la más obvia que comenzar a detallar las bondades reales, sino ir al clavo. Nuestro país, junto a Bolivia y Chile, son los dueños de más del 70% del litio existente en el mundo. Ese “oro blanco” es el mineral que mueve a gran parte de la industria tecnológica y aeroespacial, en donde países puntales en esa actividad lo ven como vital para su desarrollo. Estados Unidos y China han puesto a nuestro país en el escenario de disputa de la guerra comercial. 

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Hoy es posible afirmar que los yankees vienen por el litio, sin ningún tapujo. Las bases militares y la escueta cooperación es solo la punta del iceberg para lo que realmente les interesa: los negocios del litio. Esto es peligrosísimo, porque además podría desencadenar una espiral de violencia en una zona bastante pacífica en ese sentido, como lo es Sudamérica. El simple hecho de un cambio de gobierno que le diga NO a Estados Unidos, más el robustecimiento de alianzas regionales, podría ser clave para que los “yankees” arranquen con un proceso de desestabilización, como ya hicieron en el pasado. En otros momentos fueron con golpes de Estado, manipulación del mercado financiero e inclusive con la guerra judicial. El poder estadounidense es enorme, pero el afán de ser como ellos es aún más grande. 

Breve aclaración: China es igual o más voraz que Estados Unidos como imperio.

El extraño caso del argentino 

Más allá del análisis geopolítico de la presencia de Estados Unidos en Argentina, hay algo que es subyacente y hasta preocupante. Milei, al igual que un gran sector de nuestro país, tiene una clara intención de romper con lo nuestro, degradarlo y amar lo que hay afuera. Comparten algunos síntomas en concreto: odian lo popular y lo rebajan ante el vanguardismo europeo y estadounidense. Cuántas veces escuchamos “en Estados Unidos esto no pasa” o “que economía de mierda, en Europa no es así”. Lo curioso es que, en gran parte de las ocasiones, esto es refutable. Francia, el gran país de las protestas, no deja un ápice de comparación con los piquetes argentinos. Alabar la economía alemana sin tener en cuenta la inyección del Plan Marshall y la división de un país con un muro durante décadas es de una ignorancia supina, poco comparada a las malas decisiones económicas de un país sudamericano. Creer que la inseguridad es un problema argentino, es pasarse por encima que Estados Unidos presenta todos los días tiroteos masivos en espacios públicos por tener como legal la tenencia de armas para cualquier persona. Y no es que no existan problemas económicos, sociales o de inseguridad, existen y son graves, pero lo que acá sale a flote es un odio por lo nuestro. Son hipócritas que se abrazaron hasta las lágrimas con el penal de Montiel contra Francia en Qatar 2022, pero cuestionan al ser nacional, y peor aún, buscan imitar a lo de afuera. 

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La imitación del europeo y norteamericano parece ser parte del gen que tenía Sarmiento cuando hablaba del traslado de una porción viva para tener el mismo resultado que en su lugar de origen, por ejemplo, de un trabajador inglés a un obrero argentino. Sin embargo, estas apreciaciones se fueron repitiendo década tras década. La lucha de los frigoríficos de Estados Unidos y Gran Bretaña por ocupar nuestro mercado, el pacto Roca – Runciman, donde Argentina perdió gran parte del control económico nacional en manos de los británicos, el ingreso al FMI tras el golpe de Estado de 1955, la implementación de las políticas de los Chicagos Boys con Martínez de Hoz, la convertibilidad en los 90’s y la fiebre por el dólar, hasta Macri pidiendo perdón al rey de España por la independencia, son síntomas de algo más grave.

Esto no es partidario, es ideológico y trasciende generaciones. Tienen vergüenza de ser argentinos porque no nacieron, en gran medida, del seno de la idiosincrasia nacional, y, por otro lado, fueron criados con el relato de que lo de afuera es mejor, o que, si imitas a potencias extranjeras, vas a ser como ellos. Argentina es un país, no un bien de cambio, y al país se lo quiere o no, pero jamás se le falta el respeto. 

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