Energía eólica en Brasil: mucho ruido y pocos beneficios
GALINHOS, Brasil, New York Times. Por la noche, el cielo se ilumina con pequeñas luces rojas y en todas partes puede oírse el silbido de las aspas en rotación: son recordatorios de la abundante presencia del viento en la costa atlántica brasileña y del aprovechamiento del recurso natural.
Cuando empieza a salir el sol, las torres de unos 120 metros de alto se avistan entre los árboles, como si fueran dientes de león gigantes.
En esta parte de la costa atlántica, el viento sopla de manera constante y siempre en una dirección, lo que le da a Brasil una fuente estable de producción energética. El país es actualmente el octavo mayor productor de energía eólica, según el Consejo Global de Energía Eólica. Hay granjas operadas por Weg, Siemens Gamesa, Wobben Windpower y otras.
Sin embargo, los inversionistas se mantienen cautelosos, pues la construcción de las líneas de transmisión ha sido lenta y problemas con la infraestructura aumentan los precios de las partes de importación. Ahora los legisladores han propuesto un impuesto a la energía de fuentes eólicas y solares, pues el gobierno espera obtener algo del potencial financiero.
Mientras, a unos kilómetros de la playa, el paisaje con las turbinas es un recordatorio para los habitantes locales tanto de las posibilidades de esa industria como de su impacto.
En la playa Morros dos Martins, Damiao Henrique, de 70 años, se encontraba conectando cables eléctricos a una bomba para poder rociar sus sembríos de frijol. El hombre, un pescador y agricultor, fue movido de sus tierras y quedó más cerca de la playa para hacer espacio para una granja eólica.
“Pero estoy bien”, dijo. “Como compensación la compañía me da energía y es más fácil rociar mis frijoles”.
Otros residentes dijeron que los beneficios que les fueron prometidos no se han materializado.
“El alcalde dijo que habría más escuelas”, indicó María Venus, de 47 años, dueña de una tienda de abarrotes. “Abrieron una escuela musical para la comunidad, nos dieron algunas guitarras y después de un año pusieron todo lo demás en pausa”.
Lo que sigue es el ruido. “Oh, sí. Nos dejaron un ruido que no se detiene”.
Al noreste de Galinhos, entre São Bento do Norte y Pedra Grande, contratistas de Copel (la energía estatal del estado de Paraná) construyen una enorme granja eólica. Cuando terminen de erigir las 149 torres de turbina el proyecto será el más grande de Copel en todo Río Grande do Norte.
Durante una visita reciente a Galinhos, los jóvenes promocionaban la fiesta de aniversario de la ciudad; se movían por las calles en motos de cuatro ruedas con altavoces para convocar a los residentes a la festividad.
Frente a una escuela derruida en la que alguna vez vivió como paracaidista, Jose Neto, pescador de 70 años, prendió un cigarrillo hecho a mano mientras veía las celebraciones.
“No sé mucho de impuestos, pero si se usan a favor de la ciudad, entonces es algo bueno”, dijo sobre los gravámenes propuestos. “Sabes, somos tan humildes que cualquier impulso es una gran ayuda”.
En las celebraciones estaban presentes políticos locales, entremezclados con los residentes de los pueblos aledaños. Sonaba la música desde altavoces gigantes para quienes querían bailar en una pista hecha con andamiaje. Había meseros que cargaban a varios lados mesas de plástico para quienes compraban doce botellas de cerveza. Las familias comían barbacoa.
Edton Barbosa, un técnico de exploración de la petrolera estatal Petrobras de 56 años, miraba los festejos. Dijo que es algo bueno que los políticos estén pensando en cobrar por el viento. “Ayudará con el desarrollo del lugar”, dijo, “como lo han hecho los cobros petroleros en otras áreas”.
Sin embargo, el estado de Río Grande do Norte “debe generar valores a partir de este bien estratégico”, añadió Barbosa, “o estaremos condenados a ser exportadores de energía y a quedarnos en la pobreza, pero rodeados de riqueza”.