La conciencia de un robot, la inteligencia de una hoja
¿Qué hay detrás de nuestro concepto de conciencia? ¿Es acaso ésta una mera abstracción de nuestro cerebro físico? ¿O es que trasciende la materia y la posibilidad de medirla o pesarla? Estas preguntas llevan milenios atormentándonos, por nuestra innata necesidad de entender cómo funciona todo, hasta llegar a la gran pregunta: ¿Por qué soy consciente? ¿Qué es la conciencia? Si bien no contamos con el conocimiento ni la tecnología suficientes como para dar una respuesta concreta y determinante, si poseemos múltiples teorías que intentan desenmarañar el misterio:
En el área de la inteligencia artificial se ha trabajado la idea de crear máquinas o programas suficientemente complejos como para dar lugar a una conciencia artificial, pero algunos han negado la posibilidad de que una computadora pueda dar lugar a algo verdaderamente indistinguible de una conciencia. El test de Turing propuesto en 1950 aborda ese problema, hasta 2020 ningún programador había conseguido con éxito superar satisfactoriamente esta prueba (en 2014 un Bot, logró engañar gran parte de un jurado de humanos). Sin embargo, el objetivo de dicho test no es que un programa tenga conciencia, sino que nos haga creer que la tiene.
La hipótesis de la inteligencia cuántica, o reducción objetiva orquestada (Orch-Or en inglés), es una hipótesis que establece que la conciencia del cerebro se origina de procesos dentro de las neuronas, y no de procesos entre neuronas (la visión convencional). El mecanismo es un proceso cuántico llamado reducción objetiva, el cual es orquestado por estructuras moleculares llamadas microtúbulos. Los mismos están estructurados en un patrón “fractal”, posibilitando procesos de colapso cuántico de partículas. Se propone que la reducción objetiva es influida por factores no computables en el espacio-tiempo, lo cual puede explicar el problema difícil de la consciencia. La hipótesis se desarrolló a principios de 1990 por el físico teórico Roger Penrose y el anestesiólogo y psicólogo Stuart Hameroff. Penrose y Hameroff argumentan que la conciencia surge como un derivado de los múltiples destellos cuánticos generados dentro de los microtúbulos en las neuronas.
También existe la hipótesis de la información integrada. (Integrated information theory, IIT) es una hipótesis científica y marco teórico pensado para explicar por qué ciertos sistemas (como el cerebro humano) son conscientes, propuesta originalmente en 2004 por el neurocientífico Giulio Tononi. La misma sugiere que todo aquello que posea más de un estado inicial posee conciencia. De esa manera, un ventilador sería consciente, al tener dos estados: Encendido y apagado. Podríamos decir que esta hipótesis peca de panpsiquista. En el sentido literal del término, el panpsiquismo es la idea de que todo (“pan” en griego) tiene conciencia o alma (“psyche”), desde una roca hasta una casa. La conciencia, por ende, no sería un rasgo exclusivo del ser humano.
La neurobiología vegetal plantea que las plantas poseen conciencia al igual que los animales, señalando a los comportamientos y conexiones de las mismas como evidencia suficiente. Dicha postura intenta ser refutada por gran parte de la comunidad científica, argumentando que la ausencia de neuronas en el sistema vegetal es suficiente para determinarlos “seres no conscientes”. Los investigadores Todd Feinberg y Jon Mallatt llegaron a la conclusión de que solo los vertebrados, artrópodos y cefalópodos poseen la estructura cerebral de umbral para la consciencia. “Y si hay animales que no tienen consciencia, entonces puedes estar bastante seguro de que las plantas, que no tienen neuronas, tampoco la tienen”, explica Lincoln Taiz, profesor emérito de biología molecular, celular y del desarrollo en la Universidad de California en Santa Cruz.
Pero estas contrariedades tienen más baches que respuestas. Aún es temprano para decretar que la inteligencia es un factor únicamente determinado por la sintaxis matemática entre neuronas. También el destino de nuestra tan ansiada “singularidad tecnológica” o (momento en que la inteligencia artificial supere a la humana), es quitado de las manos de los informáticos para volver a la de los neurocientíficos. También se especula que esta singularidad será alcanzada en el momento en que las máquinas desarrollen la “autoconciencia”, es decir, la conciencia acerca de su propia existencia. Pero bien sabemos, por el experimento de “la mancha en la cara”, que desde una urraca hasta un delfín son perfectamente autoconscientes sin que ello les signifique un salto evolutivo significativo.
El físico David Bohm propuso en su momento la ausencia de separación observador-observado, lo cual tiene asidero científico, demostrándose que toda idea que surja a partir de un “Yo” separado no es más que una abstracción de nuestro cerebro. La verdad, es que ponernos siempre en el pináculo de la evolución nos ha cegado de muchas de las respuestas que buscamos. Nuestro antropocentrismo siempre nos cegó de ver conciencia en los demás seres vivos, alejándonos de la empatía y dándonos una supuesta y conveniente potestad de hacer con ellos lo que nosotros dispongamos. Creo, que no será hasta que seamos capaces de humillarnos un poco y bajarnos de nuestro palco, que podamos entender en qué consiste esto que llamamos “ESTAR VIVO”.