La gran mentira multitarea

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¿Y si te dijeran que en el más productivo de tus días esta semana, no estuviste realmente concentrado en ningún momento? La pregunta no es retórica, sino el incómodo resultado de décadas de investigación. Vivimos en la era de la supuesta eficiencia máxima, donde hacer multitarea simultáneamente se exhibe como un trofeo. Pero la evidencia cuenta una historia diferente, una de regresión cognitiva y de un cansancio peculiar que Byung-Chul Han diagnosticaría como el síntoma central de nuestra época.

En los pasillos corporativos de Hewlett-Packard, una inquietud se transformó en un experimento revelador. Se crearon dos grupos de trabajadores: uno operaba en silencio monacal, libre de dispositivos; el otro era sometido al tormento moderno de notificaciones incesantes. Los resultados fueron alarmantes: el coeficiente intelectual de los empleados del grupo hiperconectado cayó aproximadamente diez puntos. Para poner esto en perspectiva, los componentes activos de la marihuana reducen el CI en aproximadamente cinco puntos durante su efecto. La ironía es palpable: en nuestra búsqueda de máxima productividad, hemos creado entornos que deterioran nuestra capacidad intelectual más que sustancias psicoactivas estigmatizadas. Llegar a la oficina después de haber consumido cannabis sería, según estos datos, el doble de eficiente que trabajar bajo el asedio constante de notificaciones digitales.

Desde el punto de vista de la neurología, la multitarea humana es un mito bien estructurado. Nuestro cerebro no procesa atención paralela, sino atención secuencial con cambios costosísimos. Lo que llamamos multitarea es en realidad “switching” o cambio de tarea, y cada transición representa una fricción neuronal. La investigadora Gloria Mark ha cuantificado este costo con precisión escalofriante: el cerebro tarda aproximadamente 23 minutos en volver a enfocarse completamente en una tarea después de una interrupción. Considera las implicaciones: si has estado trabajando en un proyecto importante mientras recibías notificaciones cada 15 minutos, por más horas que hayas invertido, nunca experimentaste el “estado de flujo”, ese espacio de concentración profunda donde ocurre el trabajo verdaderamente creativo. Estuviste físicamente presente pero cognitivamente ausente, fragmentado en docenas de microatenciones que nunca se consolidaron en pensamiento sostenido.

Es aquí donde la filosofía de Byung-Chul Han en “La sociedad del cansancio” encuentra su corroboración empírica. Han retoma la crítica del escritor austriaco Peter Handke, quien en su “Ensayo sobre el jukebox” ya describía la multitarea no como un logro del progreso humano, sino como una peligrosa regresión. El hombre multitarea, según Handke, no representa la cúspide de la evolución cultural, sino un retorno a condiciones primitivas de atención dispersa. Handke emplea una metáfora poderosa: este comportamiento recuerda al de los animales en la sabana, que mientras comen su presa deben simultáneamente vigilar a sus crías, controlar el entorno en busca de peligros y monitorear oportunidades de apareamiento. Es una atención necesariamente superficial, reactiva, destinada a la supervivencia inmediata pero incapaz de la contemplación profunda que genera cultura, arte o pensamiento complejo. Han amplía esta intuición: hemos transformado nuestros espacios laborales y personales en sabanas digitales donde, en lugar de depredadores físicos, nos acechan notificaciones, correos pendientes y la ansiedad de lo que podríamos estar perdiendo.

La multitarea no es simplemente un mal hábito individual, sino la expresión cognitiva del capitalismo de la atención. Las plataformas digitales están diseñadas específicamente para fragmentar nuestra concentración, porque cada interrupción representa una oportunidad económica: un nuevo clic, una nueva visualización, un nuevo dato para el perfil de comportamiento. Nos han convencido de que esta dispersión es empoderamiento, cuando en realidad es la externalización del costo de mantenimiento del sistema hacia nuestras capacidades mentales. Byung-Chul Han identifica esta dinámica como parte de la “sociedad del rendimiento”, donde el sujeto ya no es explotado por un poder externo, sino que se autoexplota creyendo estar realizándose. Decimos “sí” a más tareas simultáneas porque internalizamos que nuestro valor está en nuestra disponibilidad constante. El resultado es el cansancio particular que Han diagnostica: no el agotamiento del cuerpo que sigue a un esfuerzo significativo, sino la fatiga difusa del alma que sigue a mil pequeños esfuerzos inconexos.

El daño va más allá de la caída temporal del coeficiente intelectual. Lo que se erosiona es nuestra capacidad para el pensamiento complejo, la reflexión ética, la creatividad que requiere incubación lenta. Paradójicamente, mientras las organizaciones buscan empleados “innovadores” y “creativos”, diseñan entornos que sistemáticamente destruyen las condiciones neurológicas para la innovación. Pedimos pensamiento disruptivo mientras incentivamos la atención disruptiva.

La solución no es tecnológica, sino cultural y personal. Requiere reconocer que la atención no es un recurso infinito, sino el sustrato mismo de nuestra conciencia. Algunas organizaciones pioneras están implementando “horarios de concentración” o eliminando el correo electrónico interno, reemplazándolo por sistemas de comunicación asincrónica que respetan los ciclos de trabajo profundo. A nivel personal, la rebelión comienza con gestos pequeños pero radicales: desactivar notificaciones no esenciales, diseñar “bloques temáticos” en la jornada, recuperar espacios de ocio verdaderamente desconectado. No se trata de rechazar la tecnología, sino de renegociar nuestra relación con ella desde la soberanía atencional.

Handke y Han nos ofrecen un marco filosófico para esta resistencia: rechazar la multitarea no es ser anticuado, sino reafirmar lo específicamente humano frente a lo meramente animal. Es elegir la profundidad sobre la superficialidad, la contemplación sobre la reacción, el sentido sobre la velocidad. En un mundo que valora la cantidad de estímulos procesados, cultivar la capacidad de atender a una sola cosa con todo nuestro ser se convierte en un acto revolucionario. El experimento de HP nos dio el dato cuantitativo: diez puntos de CI perdidos. Handke nos dio la metáfora: la sabana digital. Han nos dio el diagnóstico: la sociedad del cansancio. La síntesis es clara: cada vez que elegimos la unidad de atención sobre la fragmentación, no solo somos más productivos, sino más inteligentes, más creativos y, en última instancia, más humanos. En la economía de la atención, el acto más radical podría ser simplemente terminar lo que empezamos, antes de comenzar otra cosa.

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