Exclusivo Economis por el Día del Inmigrante: La increíble historia de los finlandeses que fundaron una colonia en plena selva misionera en 1906

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Escribe Martín Boerr, en La Nación – En el año 1906 unos 112 inmigrantes -en su mayoría hombres- llegaron a la Argentina provenientes de Finlandia, uno de los países más fríos del mundo, con el objetivo de fundar aquí una nueva patria y encontrar la prosperidad y el bienestar que se les negaba en su país.
¿Dónde? Nada más y nada menos que en el calor y la humedad implacables de la selva misionera. Pocos lugares en el mundo podían ofrecerles circunstancias más antagónicas con la realidad que hasta ese momento conocían. De un país cuyas dos terceras partes están por encima del Círculo Polar Ártico a un clima subtropical, con diferencias de hasta 50 grados entre las temperaturas promedio de uno y otro lugar.
Estos finlandeses, en su mayoría gente de la ciudad acostumbrada a trabajos de oficina o incluso profesionales, se instalaron en el monte misionero, en el medio de la nada, donde todo estaba por hacerse. Aceptaron desafíos de todo tipo, como dominar los elementos en un ambiente salvaje, con un clima brutal, plagado de animales desconocidos, como monos, víboras, arañas y algun yaguareté. Llegaron para labrar la tierra con sus manos inexpertas.
A más de un siglo de esa epopeya, LA NACION recorrió la ruta y el lugar donde se afincaron y visitó los lugares donde levantaron sus chacras. Dialogó con nietos y bisnietos de esos inmigrantes que todavía viven en la provincia e investigadores e historiadores para reconstruir, el relato de uno de los intentos colonizadores más sorprendentes y menos conocidos de la rica inmigración de comienzos del siglo XX. Una historia plagada de valentía, trabajo, ambición que también incluye su buena dosis de frustración, locura y muerte.
Sin registros

Los finlandeses, en plena selva

“A diferencia de los alemanes o ucranianos, es muy poco lo que se sabe de los finlandeses. Ellos llegaron en 1906 y se instalaron en lo que se llamó la Picada Finlandesa, que es un camino de 30 kilómetros entre las localidades de Bonpland y lo que hoy es Oberá, pero esta ciudad entonces no existía. Los finlandeses fueron los primeros en llegar y sufrieron todo tipo de penurias. Recién años después empezaron a llegar a la zona suecos, noruegos, ucranianos, polacos y alemanes, hasta construir lo que hoy es la Capital Nacional del Inmigrante”, cuenta Liliana Rojas, directora del Centro de Investigaciones Históricas del Instituto Antonio Ruiz de Montoya, en Posadas.
Durante cinco años este instituto organizó jornadas sobre Colonización e Inmigración en Misiones, donde investigadores e historiadores expusieron trabajos sobre las distintas corrientes que llegaron a esta provincia. Pero en ninguno de los cinco volúmenes donde se recopilaron esas ponencias figura nada sobre los finlandeses.
“No se sabe mucho, fueron desapareciendo y se llevaron su historia, desde Finlandia cada tanto llegaron investigadores que recopilaron información y se la llevaron de vuelta a su país, la publicaron en su idioma”, explica la historiadora Karina Dohmann, que estudió a fondo el asentamiento de los alemanes en lo que hoy es la ciudad de Eldorado.
En los libros sobre historia de Misiones figuran unos pocos datos. La llegada a la Argentina de estos 112 finlandeses fue impulsada por un personaje llamado Arthur Thesleff, a quien pintan como un noble de espíritu aventurero que decidió fundar su propia colonia bien lejos de su país, aprovechando las oportunidades que ofrecía la Argentina.
Greta Holberg, una de las inmigrantes

Thesleff vino en una misión de avanzada al país en 1905 y recorrió varios lugares para instalar la primera colonia utópica finlandesa en Latinoamérica, como se llamó a un grupo de asentamientos que realizaron los finlandeses entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Tras recorrer varias provincias, Thesleff quedó convencido de las posibilidades de la fértil tierra misionera, según se cuenta en el Diccionario Geográfico Toponímico de Misiones, de Miguel Stefañuk.
El 25 de enero de 1906 el presidente Manuel Quintana firmó el decreto por el cual le asignaba a los finlandeses 50 leguas kilométricas cuadradas entre las localidades de Bonpland y Cerro Corá. Quintana ordenó abrir una picada (camino) en una parte de ese monte cerrado, donde finalmente se asentaría el primer contingente, que fue el más numeroso de todos los que llegaron.
De vuelta en Finlandia, Thesleff convenció con esfuerzo a 112 personas para que se sumaran a la aventura. Tenían muchísimas dudas, como es natural. Pero para inclinar la balanza, Thesleff les prometió que en 20 años se harían ricos, principalmente cosechando yerba mate, por entonces el “oro verde”. Eran, además, personas que querían emigrar y buscaban escapar de la opresión rusa.
Según un censo de la época, había en el grupo “27 hombres de negocios, 12 trabajadores de diferente tipo, 7 estudiantes, 6 artistas, 4 farmacéuticos y químicos y 9 técnicos” pero sólo se contaban 21 “campesinos”. Pocos sabían cómo trabajar la tierra, lo que hizo que los comienzos fueran brutales.
Malas tierras
Hugo Sand, bisnieto de una pareja de inmigrantes de Colonia Finlandesa

Además, los finlandeses tuvieron muy mala suerte. El agrimensor Francisco Foulliand, designado por el Gobierno para delimitar sus parcelas, les asignó -quizá sin darse cuenta- las peores tierras posibles en una provincia como Misiones, donde los árboles crecen más rápido que en ningún otro país del mundo.
“Les dieron tierra somera, poco profunda y con muchas piedras, era muy difícil prosperar ahí”, explicó Hugo Sand, de larga barba, y bisnieto de Johan Sand y Lovisa Ahlberg, integrantes de ese primer contingente. La mayoría eran de Helsinki, pero los Sand venían de la ciudad de Oxkangar, donde él era carpintero y ella ama de casa. En esa ciudad hay nieve 4 o 5 meses al año, al menos.
Sand es el Cónsul Honorario de Finlandia en Oberá y encabeza junto a varios descendientes distintas iniciativas para recuperar y poner en valor la llamada Picada Finlandesa, ese angosto camino de tierra de 30 kilómetros donde ya no quedan vestigios del paso de los nórdicos. La prosperidad nunca llegó a arraigar en esos parajes y los finlandeses nunca llegaron a construir una pequeña ciudad con sus casas típicas, escuelas o iglesias.
Hace poco Sand y otros bisnietos de finlandeses fueron a plantar flores y 100 árboles de distintas especies. Para diciembre esperan la visita de las autoridades de la Embajada.
¿Qué se hace el primer día?
Svea Gumberg, una de las pioneras

Cuando un grupo de inmigrantes salía de su patria para la Argentina a principios del siglo pasado, el primer tramo del viaje era más o menos parecido. Los finlandeses también cruzaron el Atlántico en semanas, llegaron al puerto de Buenos Aires y de allí emprendieron una marcha por el río Paraná hasta Posadas, distante a 80 kilómetros de la Picada Finlandesa.
“El Gobierno les había prometido mucha ayuda. Estaban ansiosos por llegar a la tierra donde se harían ricos, cambiaron su dinero por utensilios, mantas, toallas y muchas otras cosas y partieron, llegaron a Bonpland dos meses después de salir de Helsinki, pero cuando llegaron se dieron cuenta que no había nada de lo prometido”, explica Graciela Niskanen, una nieta de los finlandeses que llegaron al lugar en 1912, un poco después del primer contingente, después de haber probado suerte en el sur de Brasil.
“Hasta 1935 siguieron llegando algunas familias, como Pitkânen, Tihverâ, Saarinen, Makkonen, Westerlud, Gumber, Heino, Toikanen, también suecos, pero como nunca podían prosperar se fueron a otros lugares y para 1978 ya no quedaban más finlandes en la Picada”, recuerda Niskanen.
¿Qué hacía un finlandés acostumbrado a temperaturas de -30º cuando llegaba al medio del monte y sin conocimientos de labranza? Lo primero que hacían era armar una choza con cuatro horcones y hojas de Pindó, una especie de palmera típica. A veces armaban carpas directamente arriba de los árboles por temor a los animales durante la noche.
“Cuando caía la noche se escuchaba un barullo tremendo afuera. Papá agarraba la escopeta, salía y tiraba sin vacilar contra un tigre. Las víboras eran bien largas, gruesas y venenosas, no había que ir a la escuela porque no había escuela”, recuerda Svea Gunberg, que era una niña cuando llegó en 1906 con sus padres.
El testimonio de Gunberg es del libro “Lejana Tierra Mia” del periodista Enrique Tessieri, quien vive en los Estados Unidos pero visitó desde finales de los 70 la Picada Finlandesa, cuando pudo hablar con los últimos sobrevivientes de ese primer contingente.
Una vez que estaba la choza donde pasar la noche, comenzaba la verdadera lucha, entre el hombre y la Naturaleza. “Lo primero era abrir un rozado, la palabra mágica de todo colono”, dice Dohmann, en referencia al claro que se abre en pleno monte.
Para eso se usaba primero el machete para cortar a mano arbustos y lianas. Luego con el hacha y la tronza, también a pulso, se tiraban los árboles, que de ser posible debían caer en una determinada dirección. Luego se esperaba algunas semanas a que las ramas se secaran y el viento soplara en la dirección conveniente, entonces se quemaba todo.
“El monte, los arboles eran vistos como un obstáculo, hoy eso no sucedería”, dice Sand, que hoy se dedica paradójicamente a plantar parte de lo que sus ancestros tiraron, como una forma de homenajearlos.
Después empezaban las tareas de labranza más urgentes, que consistían en plantar lo que se iba a comer: una huerta con papa, maíz, batata, mandioca, arvejas. “Luego venían los cultivos para excedentes, el tabaco y la yerba mate, el más importante de todos”, señala Dohmann.
“La yerba era la mayor fuente de ingresos para los colonos, era el mejor y más barato seguro para la vejez, la inversión segura. Mientras crecen las primeras plantas en el rozado, que estarán listas para cosechar al quinto año, el colono plantaba todo lo demás. Una mala cosecha no podía darse y y el colono podía posponerla si no le satisfacía el precio”, explica la profesora de historia.
Sin embargo, lo que funcionó para alemanes, ucranianos, polacos, rusos o suecos en otros puntos de la provincia no funcionó en la Picada Finlandesa. “Trabajaron a sol y a sombra, pero tuvieron mucha mala suerte, porque la tierra no era buena y además, al segundo año vino una plaga de langostas”, dice Niskanen, que recuerda esas historias de boca de sus abuelos Yanne y Hedvid Tôlinoja, y trabaja para preservar el legado de los finlandeses en Misiones.
En su casa de Oberá, Graciela pronuncia algunas palabras con perfecto acento finlandés y muestra fotos de cuando era chica junto a sus abuelos. Ya sus padres se habían ido de la dura Picada Finlandesa y se mudaron a unos pocos kilómetros de ahí, donde crecía la pujante ciudad de Oberá.
A su lado está Annette Ivonne Gradeneker, también bisnieta de Johan Sand, integrante del primer grupo que llegó en 1906. “Las mujeres trabajaban el triple que los hombres, porque trabajaban a la par en la chacra, pero además cuidaban la casa y a los hijos”, explica con énfasis.
Se quedan sin su líder
A los pocos años de llegar a la Picada Finlandesa, como un nuevo golpe a los sueños y las esperanzas de estos europeos, el líder Thesleff, desmoralizado por los resultados paupérrimos, desertó y abandonó a su suerte a quienes lo habían seguido a esos remotos confines.
Muchos lo siguieron en su regreso Finlandia, convencidos de que ese lugar estaba marcado por un trágico designio. Otros decidieron probar suerte en otros rincones de Misiones o en otras provincias. Solo un pequeño grupo se quedó y siguió luchando con tesón en un intento por torcer su destino.
En su testimonio, Enrique Tessieri describió un sombrío panorama de lo que vio en 1978. El periodista de origen finlandés encontró a los últimos sobrevivientes de esos 112 colonos originales en un estado deplorable.
“Todo colono que vivía en la Colonia Finlandesa estaba condenado a la pobreza. La tierra de esa región es pobre y pedregosa. Uno tenía que talar el bosque y quemarlo constantemente para sembrar y obtener nuevas cosechas. Los colonos se descapitalizaron y empobrecieron. El paraíso que fueron a buscar era sólo un Edén fugaz que se convirtió en una muerte lenta y dolorosa para los colonos”, explica en su libro.
Apenas vestigios
El camino de tierra roja, vestigio de la colonización finesa

La Colonia Finlandesa, como también se llama a la Picada Finlandesa, también es misteriosa porque figura en el mapa con un punto que promete, al menos, un caserío semi abandonado con algunos rasgos nórdicos. LA NACION recorrió la Picada Finlandesa buscando vestigios de los finlandeses en ese paraje. Pero ya no quedan más que algunas chacras donde se plantan pinos y es imposible encontrar cultivos de yerba, tabaco o té, que proliferan por otros rincones de la generosa geografía misionera. Ese no era el lugar para desarrollar esas plantaciones, sólo que los finlandeses fueron llevados ahí por el desconocimiento o por una cuota de mala suerte.
Pero los descendientes que todavía quedan por Oberá luchan por rescatar la historia de esfuerzo y valor y se encargan de aclarar que no todo fue desgracia. “No todo fue malo, también hubo momentos de mucha alegría, bailes, fiestas y casamientos. En 1922 se fundó la Sociedad Finlandesa y en 1925 se fundó escuela nacional Nº73”, señaló Niskanen.
Hoy no queda nada de esos pocos edificios con los que se indentificaron los finlandeses. Sin embargo, el su espíritu y su huella andan por la zona. En el pueblo Caayarí, que está en un extremo de la Picada Finlandesa, hay una placa que los conmemora, y la estatua de un barco vikingo. Más allá un cartel invita a adentrarse en ese camino de tierra, rodeado de verde, donde hace 112 años los finlandeses enfrentaron lo imposible.
Eran otros tiempos. Cuando el sacrificio y las penurias no asustaban como ahora y hombres, mujeres y niños trabajaban por un sueño que muchas veces se hizo realidad y otras, no pudo concretarse por una mala jugada del destino.

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