La máscara del capitalismo
El sistema socioeconómico del capitalismo imperante en nuestros días tuvo un comienzo, un objetivo y por supuesto, un aparato ideológico que legitimó y legitima sus prácticas para que todos naturalicemos vivir bajo sus reglas en un espacio de “oportunidades laborales y crecimiento económico”. Pero ¿Cómo surgió el capitalismo? ¿Cuál es la mercancía que se posiciona como el capital reinante? ¿Cómo funciona el enmascaramiento de sus debilidades para erigirse como el modelo imperante en Occidente? Vayamos desde el principio.
El sistema capitalista surge en los últimos siglos de la Edad Media como consecuencia de las prácticas comerciales de una nueva clase social que se fortalece ante la caída de un feudalismo que se resquebrajaba. En la periferia de esos feudos donde el siervo era explotado por el señor feudal, un nuevo movimiento de libre comercio comenzaba. Esas pequeñas organizaciones sociales recibían el nombre de burgos y de aquí el nombre de su nueva élite: la burguesía.
Mercaderes y artesanos ya no estaban sujetos a la presión tributaria feudal y pronto comenzaron (con ayuda del mercantilismo y la expansión europea a “nuevas tierras”) a concentrar dinero y por lo tanto, poder. Esta es justamente la mercancía reinante en este sistema: el dinero. A través de él se establece una red de relaciones donde la clase dominante se adjudica los medios de producción, el libre comercio y la posibilidad de oprimir a una clase desprovista de este poder que solo puede ofrecer su fuerza de trabajo para compensar la negociación.
Quizás haya sido el filósofo, periodista y economista alemán Karl Marx (1818 – 1883) quien más haya dirigido su mirada crítica a este sistema e, independientemente a comulgar con todas o algunas de sus ideas, no se puede negar que nos ha legado algunas líneas interesantes a través de su análisis.
La sociedad capitalista se divide en tres estructuras: una infraestructura en donde la clase dueña de los medios de producción sofoca a una que solo puede brindar su fuerza de trabajo; una estructura donde todos consumimos y somos compradores de las mismas mercancías que muchas veces nosotros producimos con nuestro trabajo, pero a valor de mercado; y una súper estructura compuesta por todo un aparato ideológico que va a sostener con argumentos y líneas de acción intencionadas la legitimidad del modelo. Esa es la máscara más elaborada de un sistema que va a posicionar al trabajo como posibilidad de un hombre que se hace “digno” con él, porque necesita que el trabajador encuentre un sustento virtuoso en la acción que realiza para poder ocultar la desigualdad entre los que producen y sobreviven y los que venden y engordan.
Marx escribe en su capítulo 24 de “El Capital” de 1867, que la fuente económica originaria del capitalismo europeo ha sido el saqueo. Dice Marx: “En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más(…).Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza, los segundos acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja. De este pecado original arranca la pobreza de la gran masa que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí misma y la riqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, el esclavizamiento, el robo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce Economía política ha reinado siempre el idilio.
Las únicas fuentes de riqueza han sido desde el primer momento el derecho y el «trabajo», exceptuando siempre, naturalmente, «el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulación originaria fueron cualquier cosa menos idílicos.
Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como tampoco lo son los medios de producción ni los artículos de consumo. Hay que convertirlos en capital.
¿Cómo se sostiene esta conversión? A través de un sistema o aparato ideológico que conforma la súper estructura. La educación, la filosofía, la religión, etc; son solo los hilos de la máscara que sostiene un sueño de posibilidades en un suelo donde solo ha existido lodo y sangre, expropiación y opresión. No hay nada más peligroso para un esclavo que convertir en virtud el agradar al amo, porque eso arrastra como consecuencia la anulación de una mirada crítica ante el yugo al que está sometido.Recuerdo a una alumna de un profesorado decirme alguna vez: “Profe, el capitalismo tiene defectos pero no hay nada fuera de él”. Misión cumplida, el sistema sonríe tras la máscara.