
La palabra bajo ataque: Jésica Tritten y el retroceso comunicacional en la Argentina actual
“Vivimos una lesión gravísima, no solo del sistema de medios, sino de las condiciones democráticas básicas”, afirma Jésica Tritten, con la claridad y la convicción de quien lleva más de dos décadas pensando la relación entre Estado, medios y ciudadanía. La periodista, productora, exgerenta de Contenidos Públicos y referente del universo audiovisual educativo en Argentina, visitó Posadas para brindar una clase magistral en el marco de la Cátedra Abierta de Educación, Medios y Capitalismo de Plataformas, en el auditorio de la Universidad de la Integración Sudamericana (UNISUD).
Tritten es una voz con autoridad, no por pertenencia partidaria sino por experiencia en gestión y conocimiento profundo del sistema de medios públicos. En esta entrevista, que transcurre entre definiciones firmes, advertencias profundas y un optimismo pedagógico, se despliega una radiografía inquietante del presente mediático argentino: concentración, intervención autoritaria, desmantelamiento de contenidos educativos y una creciente precarización del trabajo de prensa.
¿Cómo ves el estado actual de los medios públicos en Argentina?
Hace más de veinte años que estudio la televisión pública y, lamentablemente, hoy no puedo decir nada positivo. No porque no me guste tal o cual programa —eso sería una opinión personal—, sino porque el problema es estructural: la conducción de los medios públicos está absolutamente intervenida. La TV Pública, Radio Nacional, las radios provinciales, las señales educativas como Encuentro, Paka Paka, DeporTV, e incluso la agencia Telam, están bajo control de una única persona. El directorio, que por ley debe contar con representación parlamentaria, no está funcionando. No hay pluralidad. No hay deliberación. No hay control. Solo una figura que toma decisiones administrativas, editoriales y de gestión sobre todo el sistema. Es autoritarismo puro.
¿Qué implica esto para la sociedad?
Es una pérdida gravísima del patrimonio público. Y lo más alarmante es que ni siquiera sabemos la magnitud de esa pérdida. Pensemos en el archivo de Telam, en décadas de materiales audiovisuales educativos validados por el sistema escolar, en el acervo histórico de la televisión pública. Todo eso está ahora bajo llave, sin acceso público, sin transparencia. Es como una quema de libros digital. Y todo ocurre en un marco en el que el gobierno anuncia, sin tapujos, que vino a destruir estas estructuras. Entonces, ¿cómo no interpretar que efectivamente están avanzando en esa dirección?
¿Qué observás en el sector privado?
Una concentración comunicacional cada vez más fuerte. Y lo preocupante es que esa concentración no solo no resiste al gobierno, sino que muchas veces lo acompaña en su orientación económica y discursiva. Hay una sincronía entre el poder político y ciertos conglomerados mediáticos que agrava la situación. El resultado es una herida profunda en la libertad de expresión. Estamos en uno de los momentos más oscuros desde el regreso de la democracia.
¿Cómo afecta eso al ejercicio del periodismo?
Hay autocensura. Por miedo, por desgaste y también por precarización. Hoy un trabajador de prensa necesita tener entre cuatro y seis trabajos para alcanzar la canasta básica. En esas condiciones, es casi imposible sostener una producción periodística de calidad, con tiempo para investigar, contrastar, profundizar. Esto impacta directamente en la calidad democrática. Porque cuando baja la calidad del periodismo, también baja la calidad de la vida cívica. Y esto no es casual: hay una intencionalidad clara de precarizar la palabra.
¿Por qué creés que gran parte de la sociedad tolera o al menos no reacciona ante este retroceso?
No sé si hay acompañamiento consciente. Tal vez haya una resignación, una omisión, un silencio. La historia argentina es compleja. Somos una sociedad que atravesó el horror de los 30.000 desaparecidos. Y aún con todas las responsabilidades claras de los perpetradores, eso dejó marcas. Aun así, hay resistencias activas: en las universidades, en el sistema de salud, en ciertos sectores organizados. Lo que pasa es que, al haber cada vez menos medios con vocación plural, esas resistencias no logran visibilizarse.
¿Es resistencia o reacción?
¿Pero hay resistencia o hay reacción?
Es una reacción a las acciones que hace este Gobierno, de muchísima crueldad. Un Gobierno que además de sacarle derechos a diferentes colectivos, lo hace con mucha crueldad, con mucha crueldad retórica, con crueldad política, con crueldad en las formas. Entonces no creo que no haya resistencia. Quizás, por esto que decíamos antes de de una lesión tan grande de la libertad de expresión, estos colectivos que tienen una resistencia o reacción, como vos decís en algunos casos, no están tan visibilizadas. Creo que este es un año electoral, que hubo algunas palabras respecto de decisiones sobre este Gobierno. Viene una elección muy grande en la provincia de Buenos Aires y lo digo por lo que significa para el porcentaje a nivel nacional. Hay unas primeras respuestas concretas que son las herramientas de la democracia para ver cómo viene. Después, obviamente, seguramente una población muy grande esté de acuerdo con lo que hace este Gobierno, porque no hubiera llegado al poder. Evidentemente tiene una parte de su electorado que que está, para los que fundamenta su política, más violenta, más cruel. Pero me niego a pensar que la Argentina entera sea de esta manera.
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires, Jésica Tritten es periodista, productora, docente universitaria e investigadora en comunicación. Fue directora de Educ.ar, impulsora de las señales Encuentro y Paka Paka, presidenta de Contenidos Públicos SE y responsable de la creación y gestión de la plataforma Contar. Desde hace años, se ha convertido en una de las principales voces en defensa de los medios públicos, la soberanía audiovisual y la democratización del acceso a la cultura. Su paso por Posadas, en el marco de la Cátedra Abierta de UNISUD, dejó un mensaje tan incómodo como necesario: cuando la palabra se precariza, la democracia también.
Hablaste del “capitalismo de plataformas”. ¿Qué cambios trajo ese fenómeno?
Hasta hace quince años, el conflicto entre gobiernos y medios era entre Estados nacionales y conglomerados locales: Clarín en Argentina, Globo en Brasil, Televisa en México. Hoy, esos conflictos se trasladaron a un nuevo plano: el de las grandes plataformas digitales, que tienen más poder que muchos Estados. Empresas que no solo manejan el mercado, sino que modelan subjetividades, afectan decisiones políticas, colonizan la intimidad. Con la pandemia, ese ingreso fue brutal. Llegaron al aula, a la casa, al cuerpo. Y lo hicieron sin que nadie lo advirtiera con suficiente profundidad. Por eso es urgente construir una mirada crítica sobre su impacto.
¿Es reversible esta situación?
Sí. No creo que sea irreversible. Brasil salió del bolsonarismo. México y Europa están avanzando en regulaciones. Incluso países como China están debatiendo marcos normativos nuevos. El primer paso es dejar de naturalizar el algoritmo. Entender que no estamos hablando solo de tecnología, sino de relaciones de poder. Y a partir de ahí, recuperar soberanía cultural. No demonizo las plataformas, ni tampoco la inteligencia artificial. Generan trabajo. Pero un Estado no puede dejar su política audiovisual en manos de ellas. Hoy, lo poco que se produce en Argentina es para plataformas. Eso nos habla de una pérdida de soberanía. Porque no se produce lo que queremos contar, sino lo que las plataformas piden, con sus lógicas estéticas, narrativas y de mercado.
¿Qué impacto tiene la inteligencia artificial en este escenario?
Enorme. Y por eso es un tema que me ocupa. La inteligencia artificial no puede ser pensada de forma lineal. Tiene efectos muy distintos según el ámbito: no es lo mismo en educación, que en medicina, o en la producción de conocimiento científico. Lo que necesitamos es una reflexión situada, crítica, atenta a las particularidades. El problema es que hoy no hay condiciones laborales ni tiempo para esa reflexión. Ni en la escuela, ni en los medios. Porque los trabajadores están atravesados por el pluriempleo y la urgencia económica. Y cuando eso ocurre, las discusiones se vuelven superficiales, repetitivas, polarizadas.
¿Hay reflexión en los medios o entre colegas sobre todo esto?
Sí, hay. Y yo participo de esas discusiones. Pero están debilitadas. Los trabajadores de prensa están exhaustos, sobrecargados. Y la posibilidad de hacer periodismo con tiempo, con investigación, con profundidad, hoy es casi un lujo. Antes, los medios destinaban presupuesto a áreas de investigación. Hoy, son muy pocos los diarios que pueden sostener eso. El resultado es una prensa empobrecida, y por ende, una ciudadanía más vulnerable. Cuando una empresa multinacional atenta contra las condiciones laborales de los periodistas, está atentando contra el lenguaje democrático. Contra nuestra posibilidad de entendernos como sociedad.
A pesar de este diagnóstico, ¿sos optimista?
Sí, tengo que serlo. No tengo otra opción. Me considero, antes que comunicadora, una educadora. Y no puedo educar sin esperanza. Si no creyera en la potencia de las nuevas generaciones, en su capacidad de pensar críticamente y transformar, me tendría que quedar en mi casa. El escenario es duro, pero no definitivo.
¿Ves la posibilidad de una reversión política como ocurrió en Brasil?
Ojalá. Hoy Argentina atraviesa un momento muy grave. Tenemos presos políticos. Y eso nos retrotrae a lo peor de nuestra historia. No se trata solo de Cristina Fernández de Kirchner, que además de ser expresidenta es la presidenta del principal partido opositor y del movimiento político más grande de América Latina. Hay una clara persecución a las mujeres que hacen política y periodismo. Se las estigmatiza, se las calla, se las ataca desde el Estado. Eso no puede no preocuparnos. La democracia argentina, la que conseguimos con tanto dolor, está hoy lesionada. No importa la pertenencia partidaria de cada uno. Este es un problema del Estado de derecho, de la República. Y no podemos ser indiferentes.