Latinoamérica en un “déjà vu”
Hace un par de años me encontré con un texto de Waldo Ansaldi titulado “Matriuskas* de terror”, elementos para analizar la dictadura argentina dentro de las dictaduras del cono sur. Ansaldi utilizaba la metáfora de la matriuska para analizar las dictaduras de las décadas del 60, 70 y en algunos casos 80.
Recordemos que la matriuska es una muñeca popular rusa caracterizada por el hecho de ser, no una sino varias: dentro de cada una de las muñecas se encuentra otra de menor tamaño y al desplegarlas sobre una mesa, todas las muñecas se encuentran similares en diseño y colores, pero varían sus dimensiones físicas.
Ansaldi agregaba que al igual que las matriuskas, las dictaduras en Latinoamérica pueden verse como unidades independientes (en tamaño y violencia) pero solo se explican como un conjunto y uno de los denominadores comunes es que fueron establecidas bajo el argumento de ser correctivos de lo que consideraban “vicios de las democracias”: el populismo y el socialismo. El otro denominador común era el factor ideológico para argumentar el terror interno: “la doctrina de seguridad nacional”, que se sustentaba a su vez en el contexto de la Guerra Fría.
En la década anterior, cuando florecían gobiernos populares en América Latina y se sostenían en base a buenos resultados económicos y la no menos importante ausencia de presión externa (recordemos que Estados Unidos se encontraba empantanado en su cruzada contra el Islam en Medio Oriente), los gobiernos latinoamericanos teniendo en cuenta ese pasado nefasto de injerencias externas y golpes, decidieron crear un Organismo regional, la UNASUR, capaz de brindar seguridad a nuestros países y a través de la cláusula democrática evitar los golpes de Estado.
La Unasur, por ejemplo, fue muy importante su rol para evitar el golpe de Estado en Ecuador en el año 2010. También este Organismo regional serviría para contrarrestar el peso de otras organizaciones internacionales como la OEA, siempre jugando a favor de los intereses de los Estados Unidos.
Todos acabamos de ser testigos de la vergonzosa participación e intervención de este organismo y de su Secretario General, Luis Almagro, en el proceso electoral boliviano, participación que justificaría el cambio de nombre del Organismo por el siguiente: “Organización para defender los intereses de los Estados del Norte”.
En base a lo analizado podemos arribar a una primera conclusión: la inestabilidad política que comenzó el 20 de Octubre en Bolivia y que derivó en el golpe de Estado del pasado domingo, es directamente proporcional al debilitamiento de la UNASUR y de otros Organismos regionales de cooperación, debilitamiento realizado con este propósito por parte de los gobiernos de “la restauración conservadora” que gobiernan en la región.
Si bien Latinoamérica es hoy escenario de mucha tensión social y el fantasma de la “matriuska” aparece en el inconsciente de muchos de nosotros, es necesario diferenciar los sucesos de Chile con el golpe de Estado en Bolivia.
Lo sucesos de Chile se asemejan más a una “primavera”, entendiendo esta palabra como un “despertar” de la sociedad ante el descontento, la extrema desigualdad de un modelo social y económico que fue establecido en el país trasandino por la fuerza y el terror de la dictadura de Pinochet, modelo que convirtió a los chilenos en clientes antes que ciudadanos. Tengamos en cuenta que Chile fue un laboratorio donde se aplicó la extrema teoría liberal de Milton Friedman por parte de los Chicago Boys (recomiendo ver el documental Chicago Boys de los periodistas Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano).
El caso de Bolivia es todo lo contrario, venía siendo gobernado por primera vez en su historia por un ciudadano perteneciente a los pueblos originarios y que había logrado resultados asombrosos en cuanto a inclusión y ampliación de derechos. En términos económicos había nacionalizado los recursos estratégicos de su país (recordemos que Bolivia posee la reserva más grande de litio, recurso químico de gran importancia para el futuro) y tenía una política de desarrollo energético que era ejemplo en el mundo. También había logrado que los indígenas por primera vez formaran parte del ser nacional, recordemos que el nombre completo de Bolivia es Estado Plurinacional desde la reforma constitucional del año 2009.
A través de estas reformas políticas los Pueblos Originarios fueron abandonando la categoría de ciudadanos de segunda e integrándose al Estado, situación que este golpe de Estado racista y religioso pretende volver a instaurar a través de la violencia, dando vía libre a grupos como la Unión juvenil Cruceñista (financiado por el supremacista Luis Camacho) grupo que nos recuerda tanto a las juventudes hitlerianas.
En la Argentina el debate sobre el golpe de Estado en Bolivia se ha llevado a cabo en “modo grieta”.
El primero en hablar por parte del gobierno fue el Canciller Jorge Faurie, quien respaldándose en los informes de la OEA, negó que haya ocurrido un golpe de Estado en el país vecino debido a que no asumieron los militares el gobierno (con ese mismo criterio se podría negar el golpe de Estado contra Arturo Frondizi).
Para concluir y volviendo a la metáfora de la matriuska, evitar que se repita la historia requiere que el debate y la consecuente calificación de lo sucedido en Bolivia no admita eufemismos como los que se escucharon estos días en dirigentes de nuestro país.
Los argentinos conocemos bien qué sucede cuando se interrumpe el orden democrático y aparece el terrorismo de Estado, también sabemos que a diferencia de los otros países de la región, aquí nos hemos enfrentado como sociedad a ese terrible pasado, lo hemos juzgado en la presidencia de Raúl Alfonsín, lo hemos debatido y enseñado en las escuelas y hemos adoptado como un símbolo nacional la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, pero siempre es necesario volver a decir Nunca Más para que la matriuska no se repita.*Si bien tiene múltiple traducciones, se utiliza matriuska como en el texto de Waldo Ansaldi.