Milei vs Maduro, la pelea del 2025
Dos líderes, dos países, pero por sobre todo, dos modelos completamente distintos. Venezuela y Argentina reversionan una suerte de tensión diplomática digna de los años de la Guerra Fría, pero con condicionantes actuales y con un mapa geopolítico completamente distinto. Ambos líderes van a fondo y dispuestos a una contienda diplomática de carácter global.
Divorcio geopolítico
Venezuela y Argentina gozaron de una relación cercana durante los años del kirchnerismo. Valga o no todas las críticas que se posaron sobre ese acercamiento, el famoso socialismo del siglo XXI fue un determinante para que la región se reconfigure con el chavismo y el kirchnerismo como líderes de la región, sumado al Brasil de Lula. El impacto de la irrupción de la derecha fue suficiente para demoler los cimientos de gran parte de ese socialismo del siglo XXI, y Venezuela, sin la figura de Hugo Chávez pero con un Nicolas Maduro con prácticas tiránicas en el poder, logró conseguir más detractores que seguidores. Pese a los esfuerzos de Macri de enfriar las relaciones entre Buenos Aires y Caracas, el que tomó al toro por las astas fue Javier Milei, valiéndose de una crisis diplomática inexorable.
Todo arranca con arremetimientos directos entre ambos, inclusive previo a que Milei fuera consagrado como presidente argentino. La diferencia ideológica es notable aunque todo fue escalando en tensiones hasta una ruptura evidente. La decisión del presidente argentino de darle asilo político a los opositores al régimen de Maduro en la embajada argentina en Caracas fue un punto de inflexión en la relación. Eso, en conjunto a los polémicos resultados electorales del año pasado en Venezuela que llevaron a Maduro a la reelección, poniendo ante los ojos del mundo las dudas acerca de la transparencia en dicho país, y sobre todo, generando una señal de razón hacia las decisiones del gobierno argentino.
Las persecuciones y presiones ejercidas por el régimen chavista sobre la embajada argentina motivó al retiro de su personal diplomático y que la unidad de representación en Venezuela quede bajo tutela de Brasil. Esto, de por sí, ya es considerado un escándalo en diplomacia pero, indudablemente, todo explotó cuando Nahuel Gallo, el gendarme argentino que visitó Venezuela para reencontrarse con su familia, fue detenido casi de manera arbitraria por el régimen de Maduro, generando un dilema que llegó hasta la Corte Internacional. Cabe destacar que, cuando comenzó el amedrentamiento a la embajada argentina, el gobierno pensó en la idea de enviar gendarmes a protegerla, eso, sin dudas, encendió las alarmas en Caracas y puso la palabra “gendarme” en el vocabulario de la mesa chica de Maduro.
El caso de Nahuel Gallo marca un antes y un después en las relaciones internacionales en Sudamérica. Una detención en ese carácter inflige un sesgo de desconfianza absoluta en lo que sucede internamente en Venezuela, con un hermetismo propio de Corea del Norte. Pareciera ser que la frase de Michelo, el influencer argentino en Caracas, toma otro significado: “Venezuela no es lo que te dicen las redes”.
Además de la lamentable situación del gendarme argentino preso en suelo venezolano, la cercanía de Edmundo Gonzalez Urrutia con Javier Milei parece abonar aún a más al enojo de Nicolas Maduro o al menos a la idea de un distanciamiento muy marcado, algo que, mientras ambos sigan en el poder, parece irreconciliable.
Milei, enemigo público nº1 de Maduro
La gran pregunta ante todo este desequilibrio geopolítico y estas riñas que tienen a países enteros de por medio es, ¿que ganan ambos Estados con este conflicto? Hay un trasfondo único que comparten Milei y Maduro, aunque parezcan tan distantes. Ambos buscan posicionarse como referentes con reconocimiento global en su apartado ideológico: Milei de la derecha y Maduro de la izquierda. Eso los lleva a no dar el brazo a torcer cuando se habla de este tipo de conflictos que ya están escalando a una tensión peligrosa.
En el caso argentino, Milei gana un notable reconocimiento al encabezar acciones concretas en su manejo de Estado a la hora de defender o dar un espaldarazo a los opositores a Maduro. El asilo político en la embajada, la recepción a González Urrutia y las denuncias internacionales le valen para poder posicionarse como uno de los líderes que más entusiastas se muestran en la cuestión Venezuela. Eso, en el marco de las relaciones internacionales le vale una suerte de prestigio frente a los poderosos con los que simpatiza, principalmente pensando en Estados Unidos.
La situación venezolana es más compleja. ¿Qué puede ganar un Estado que encierra a un visitante argentino? Pensando en el argumento del chavismo, hay una suerte de búsqueda de reconocimiento o prestigio entre la izquierda o países con fuerte desapego hacia el occidentalismo de agenda que marca Estados Unidos. Según Venezuela, Nahuel Gallo es un terrorista, o al menos está siendo investigado como tal. En base al chavismo, el gendarme argentino detenido allí estaba haciendo un trabajo de inteligencia u oficiando como “espía”. Esto sirve para generar el relato de la resistencia socialista ante las garras imperialistas, un slogan tan viejo como fuera de contexto en este caso. La prédica de la lucha constante contra el “fascismo” es uno de los pilares discursivos del régimen de Nicolas Maduro, y esta disputa con Milei solo sirve para acrecentar aún más esto.
Otro tema es hasta dónde puede llegar esto. Mientras el juego les sirva a ambos para ser antagonistas de una historia ideológica, las cosas no se saldrán de control. Ahora bien, el mal cálculo de ambos, sobre todo con la vida del gendarme argentino detenido en Venezuela, puede decantar en un episodio violento y de riesgo regional. Las tensiones aumentan y en medio, un mapa ideológico que se va movimiento año tras año con las distintas elecciones, aunque hoy en día pareciera ser que las dos figuras enfrentadas son los referentes en la materia, quizás sumando a Lula en su gestión en Brasil. Es curioso que, una zona tan pacífica, en comparación con otras partes del mundo, asista a un progresivo deterioro de las relaciones internacionales con un marcado distanciamiento ideológico y diplomático, poniendo en riesgo, quizás, a futuro, el balance y el orden que siempre caracterizó a Suramérica.