Momora, glamping, selva y rescate histórico en Santa Ana

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Cuando en 2011 se inauguró el Parque Temático de la Cruz de Santa Ana, el objetivo era generar turismo donde no había. El monumento espiritual se transformó en un imán para comenzar a cambiar la realidad de Santa Ana, hasta entonces un pequeño pueblo al costado de la ruta 12 por el que la mayoría pasaba raudo entre Posadas y Puerto Iguazú. Nadie se quedaba más que unos minutos, los suficientes para probar una chipa, marca registrada de los emprendedores de la ciudad. Poco más de una década después, la realidad de la zona es otra. Hay una decena de hoteles y lodges que reciben a visitantes en búsqueda de tranquilidad y a escasos minutos de la capital provincial. La Cruz ya no está sola.

La costa del río Paraná fue aprovechada por una red de playas que le dieron vida al lugar. Y para los amantes de la naturaleza, es inminente la apertura del Parque Federal Campo San Juan, una reserva de cinco mil hectáreas. Es una zona ideal para inversiones. Es un lugar ideal para el turismo. Y ahora contará con un atractivo más, con una millonaria inversión que cambiará el concepto en toda la zona sur: Momora Distrito Selva se llama el hotel que abrirá sus puertas este fin de semana, primero como restaurante y después, con habitaciones inmersas en la selva, a metros del río Paraná y a unos pocos kilómetros de la ruta nacional 12 y a dos del histórico pueblo de Santa Ana. Son 60 hectáreas con el monte y el río Paraná como protagonistas.

Guillermo Liruzi y Anabel Serdiuk están al frente de Momora Distrito Selva, una propuesta que busca brindarle al visitante una experiencia cinco estrellas de conexión con la naturaleza y con uno mismo.

Momora (o Momorá, como sería su correcta pronunciación en Guaraní) significa admiración y/o respeto, la premisa de Guillermo y Anabel cuando decidieron emprender, antes de siquiera saber la existencia de esa palabra, según cuentan a Economis durante una visita exclusiva.

Con una historia de vida atravesada por situaciones y causalidades que los trajeron a Misiones, ambos sienten que estaban predestinados a impulsar un proyecto ambicioso y difícil de catalogar dentro de las categorías convencionales de la industria turística.

Para entender la idea que buscan transmitir estos emprendedores es necesario volver en la historia, hacia el año 2013 aproximadamente, cuando Guillermo todavía trabajaba como consultor económico de una multinacional en Brasil y decidió, junto Anabel quien es de Oberá, invertir en un emprendimiento turístico, sin estar seguros aún de dónde hacerlo. Luego de descartar provincias como San Luis o Mendoza, se decidieron por unos terrenos a la orilla del Arroyo Santa Ana, unas diez hectáreas con 500 metros de costa.

Luego de decidir, convencidos de que era lo que buscaban, el vendedor les comentó que el dueño de unos terrenos aledaños quería mostrarles su propiedad. “Nosotros ya estábamos satisfechos con esas diez hectáreas, pero accedimos a ver la otra propuesta por respeto al hombre que venía manejando de Posadas”, recordó Guillermo y fue una de las tantas decisiones acertadas que tomaron.

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El terreno que le proponían era una vieja curtiembre abandonada que funcionaba en el lugar entre finales de los 70´a principios de los 80. Al ver la antigua construcción invadida por la selva y la naturaleza, decidieron que también debían adquirir esa propiedad y replantearse los planes originales.

Esto, según manifiesta Guillermo, fue una constante en los siguientes meses y años: planificar, pensar y analizar lo que consideraban más conveniente. Claro está que durante ese proceso tuvieron aciertos y errores para llegar al mini paraíso turístico que proponen en la actualidad. “No nos decidíamos si avanzar con el plan inicial de las cabañas en la costa, si aprovechar la estructura de la vieja fábrica y remodelar para armar otra cosa, fueron meses, casi un año de debatir solamente por donde arrancar”. Alerta de spoilers: las cabañas en la costa todavía están en la carpeta de planificación.

Luego de años de inversión y de planificar y re planificar, el sábado 30 de julio abrirá las puertas al público, el restaurante de Momora con una propuesta de Slow Food, un menú de tres pasos que incluye entradas, maridajes de una amplia variedad de vinos, además del plato principal, postre y sobremesa. Pero, además de la comida, Guillermo y Anabel ofrecen una experiencia que va en concordancia con el predio que supieron construir.

El pabellón principal de la vieja curtiembre es actualmente el salón principal donde se encuentran distribuidos dos sectores de mesas con sillas, una amplia barra, recepción, la cava con 1.500 botellas y una de las dos piletas climatizadas que abrirán al público en los próximos meses. El gran salón cuenta con una decoración minimalista, pero elegante, donde reciclaron la maquinaria antigua del lugar para convertirla en muebles y artefactos decorativos y al mismo tiempo funcionales. A lo largo del recinto, un majestuoso mural reivindica este sentimiento genuino de respeto y admiración por la naturaleza, a través de certeras pinceladas que evocan la selva, los saltos y la fauna misionera.

Lo primero que se escucha al ingresar son las múltiples cascadas artificiales que armonizan el ambiente y adelantan las energías que proporciona el lugar. Con un entorno con frondosa vegetación autóctona, cada elemento fue cuidadosamente seleccionado para no romper con la impronta natural y sustentable que trabajan en el lugar. Esto último se refuerza en sus instalaciones eléctricas, donde cuentan con selectores de fuentes que les permiten elegir la fuente de energía, que puede ser de red o solar, alimentado por dos grupos de paneles instalados en el predio.

La premisa de descanso es algo que se ratifica en cada rincón del predio donde se encuentran reposeras distribuidas en las veredas de las piletas, tanto la del interior del pabellón principal, como en la del patio; también se encuentran en diferentes sectores del terreno, como el fogón armado con una vieja batea de hierro de la fábrica que fue reacondicionada y reasignada con esta nueva función.

Por parte de la gastronomía y las bebidas, los asesora Lucas Gómez, un viejo amigo de Anabel, pampeano, quien no tuvo reparos en abandonar su antiguo trabajo para ofrecerse a ser parte del emprendimiento, cuando todavía faltaba un año para que esté en funcionamiento la cocina. Este espacio es totalmente abierto y vidriado para que los visitantes puedan observar todo el proceso y, llegado el momento, compartir con los cocineros.

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En paralelo a la apertura al público para almuerzos programados con reservas y cupos limitados, la actividad de construcción en Momora continúa. El objetivo es ampliar poco a poco los servicios que ofrecen en el lugar, mientras avanzan con las obras de los alojamientos. “Vamos a ver cómo funciona esta primera prueba gastronómica, pero tenemos intenciones de aumentar la cantidad de comensales, implementar el servicio de cena y, cuando estén operativas las piletas, ofrecer la experiencia de jornada completa”, explicó.

Momora es una experiencia viva, donde las energías positivas que emana el lugar están en sintonía con la amabilidad de sus propietarios y los trabajadores que no se sienten como empleados, sino como parte de una gran familia. “Más allá de los buenos servicios que esperamos sean de calidad, lo que queremos es que la gente destaque la amabilidad con la que son tratados acá”, confesó Guillermo. Respecto a la generación de empleo, en esta primera etapa son cinco los trabajadores a cargo de las tareas de servicio y cocina y alrededor de 20 contratistas a cargo de la construcción. Guillermo explica que el objetivo es duplicar la cantidad de personal de servicio, para cuando terminen las obras.

“Me dediqué por muchos años a la consultoría económica para grandes empresas, viví en Córdoba, Estados Unidos, Brasil y con Momora hice algo que jamás aconsejé a ningún cliente, que fue enamorarme del proyecto“, explicó y agregó, junto a Anabel, que “es nuestro primer hijo y lo sentimos así y este primer fin de semana vamos a verlo sonreír en sociedad, por primera vez”.

Domos habitacionales

El plan en principio fue la de crear alojamientos, una idea que fue mutando con el pasar de los años, pero que nunca se perdió. Por este motivo, avanzaron con el proyecto de lodge con forma de domos, que serán los primeros hospedajes habilitados en Momora que esperan estén operativos para finales de año. El glamping tendrá capacidad para entre 8 y 12 personas y contará con todas las comodidades y servicios que ofrecen desde el lugar, que van desde la gastronomía, hasta internet de alta velocidad y un jacuzzi al aire libre para cada cabaña.

Esta propuesta contará con tecnología de primer nivel, pero sin afectar la naturaleza, por lo que la experiencia de un entorno verde no se verá contaminado, debido a los materiales utilizados. Los costos de alojamiento aún no están definidos, por lo que habrá que esperar hasta diciembre, aproximadamente, para conocer precio y sistema de reservación.

Pasado industrial, presente moderno, futuro conservacionista. Momora es la nueva perla del turismo de Santa Ana. 

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