Mujeres del mate: “La Tierra y la yerba son dones de Dios, prestados”

Nilda Beatriz Zetterlund es todo terreno. Resistente, como los Palo Rosa que perduran en su chacra.

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 “Cuando llegamos acá, en el 78, lo único que había era monte con brasileños que hacían rosados y al ir llegando los argentinos, vendían sus mejoras; mi papá compró uno de esas mejoras, era un enorme capuerón que con machete y asada empezamos a limpiar”, recuerda Nilda.

Tenía 11 años y atrás quedaban Colonia Primavera en Jardín América y otras localidades que recorrió junto a su familia en el derrotero por contar con trabajo, donde aprendió sobre distintos cultivos como soja, algodón, mandioca, batata y, por supuesto, yerba mate.

En tanto ir y venir,  tantas escuelas por concurrir, un séptimo que se demoró en terminar y la determinación de seguir estudiando en cuanta oportunidad se le presentara.

“Estuve en séptimo grado en Jardín, pero vinimos para Andresito el 14 de Mayo de 1978. Ese año abandoné los estudios porque tuve que cuidar a mi hermano que tenía  2 años para que mi mamá y mi hermana puedan empezar a limpiar el monte; recién en el 79 terminé la primaria”.

En las pausas del trabajo, años más tarde completó la secundaria a través de la educación a distancia, con el Sistema Provincial de Teleducación y Desarrollo.

Inquieta, siempre dispuesta a aprender un poco más, participó luego de cursos de agroecología, turismo y capacitaciones en manejo de suelo y plantas de yerba mate, conocimientos que enriqueció con el contacto permanente que siempre tuvo con la tierra y las plantas, y los volcó en la chacra.

Del pueblo a la chacra

“El que nace en la tierra, vuelve a la tierra”, dice Nilda para ilustrar su propia historia. “Me casé. Me fue mal. A los tres años y siete meses me separé y me quedé con el chico que era enfermo. Mi viejo me ayudó con un kiosko en el pueblo, pero estuve dos años y volví a la chacra, planté mandioca y mamón, que son cultivos anuales y entre eso luché para plantar la yerba… y digo luché porque cuando uno es pobre y te dan una tierra sin nada plantado arriba,  no es fácil… yo no tenía una billetera con plata para hacer producir, tuve que iniciar todo de cero, hacer el rozado con leñeros que llevaban los palos y te dejaban un desastre que había que arreglar… así empecé a preparar la tierra para la yerba”, describe.

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Chacra agroecológica

En las 43 hectáreas, hoy, 30 años después de iniciarse el rozado, se levantan 20 hectáreas de yerba mate. “Todo esto hice sola, con mis manos, y como mi gurí no pudo seguir estudiando, le di 10 hectáreas de yerba para trabajar”, narra mostrando orgullosa las frondosas plantas en el yerbal. “Con la sequía que tuvimos en verano, este año va a dar poco. En general, tenemos un rendimiento de 12 a 14 mil kilos de hoja verde por hectárea, o sea unos 140 mil kilos en 10 hectáreas”, detalla.

De punta a punta, la chacra es agroecológica. “Hace tiempo no uso más venenos, productos químicos. En el yerbal tengo cubiertas verdes, pero la capuera viene igual y entonces paso la asada, el tractor con la macheteadora y el machete a mano, y mi gurí está haciendo lo mismo, hay mucho trabajo manual”, expresa Nilda.

El Palo Rosa marca presencia y en un “claro” en la plantación de yerba mate, toma forma una reserva.  “Ahí planté frutas, flores y dejé que crezcan otras plantas para los pájaros”, continúa Nilda, al tiempo que comparte una idea que quiere ver plasmado en proyecto de ley: “Si para manejar un vehículo necesitas verificación técnica y un carnet, para tener un pedazo de tierra deberíamos también tener un carnet verde y renovarlo cada tanto. Eso tendría que ser ley. El que tiene una tierra, no importa la extensión, debería certificar que está apto para manejarla sin destruirla”, enfatiza.

“La tierra que usamos hoy, por más que la compremos con dinero,  es prestada porque va a quedar en mano de la próxima generación y si destruimos el suelo, el monte y el agua, nuestros hijos y nietos van a recibir un desierto.

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En el 78, cuando vine, acá había agua cristalina, y hoy los arroyos son rojos porque algunas personas tumban hasta el último palo, no respetan el monte que tiene que quedar a la vera de los cursos de agua… para mí la tierra y la yerba son dones de Dios y son prestados”, concluye, contundente y muy clara Nilda, invitando a reflexionar sobre el destino de la casa común y especialmente sobre la Selva Paranaense, esa que nos brindó, generosa, la Ilex Paraguariensis.

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