Perú, el Estado que nunca fue

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Tensión, presión, intensidad, incertidumbre y violencia, son algunas de las palabras que pueden describir lo acontecido desde diciembre hasta la actualidad en Perú. Situación que se acrecentó esta semana con la autodenominada “toma de Lima”. Una marcha multitudinaria que vuelve a poner en debate la fragilidad institucional del país incaico. 

Pedro Castillo, hace un tiempo, fue barrido del poder político en Perú. Su reemplazante fue Dina Boluarte, quien supo ser su vicepresidenta. En paralelo a la detención del ex presidente electo democráticamente, comenzaron las manifestaciones que tenían como foco común la liberación del mismo e inclusive el hecho de que se retracte la decisión del parlamento. Por otro lado, la respuesta de Boluarte ante este llamamiento popular fue una ardua represión, la cual ya lleva más de un mes y provocó más de 50 fallecidos. 

La “toma de Lima” termina siendo la expresión del hartazgo de varios sectores sociales de Perú contra un régimen represivo. Casi sin banderas políticas definidas, miles de ellos de abalanzaron sobre la capital peruana en busca de alguna respuesta, pero solamente recrudeció las rispideces con las fuerzas de seguridad que maneja Dina Boluarte y su ministro de Seguridad. 

Sin embargo, esta cuestión que vive actualmente Perú, no es algo fortuito ni instantáneo. Es un caldo de cultivo de descontento popular que viene creciendo en la última década, en donde los mandatarios que la población pone a cargo, terminan siendo echados por la puerta de atrás, desde las decisiones de un parlamento sumamente fuerte. Es un dejo de malestar, no solamente hacia la figura de Dina Boluarte o a la de Pedro Castillo (quien las sufrió durante su mandato), sino ante su sistema. Un parlamente que maneja a gusto y piaccere lo acontecido con el poder político, inclusive rozando los autogolpes de Estado. 

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Este descontento peruano, además, se cristaliza en los sectores más desfavorecidos, aquellos a quienes la clase dirigente los deja de lado. El sur, particularmente, es la región de Perú que mayores movilizaciones presentó en el último mes, como así también los productores e inclusive las comunidades originarias. Ellos veían en Pedro Castillo a un par que, más allá de sus errores a cargo del Estado, era una persona simbólicamente más cercana a la que representaron los presidentes peruanos en las últimas décadas. Aunque esta premisa desconoce de parámetros ideológicos. Aquí no hay ni izquierda ni derecha que valga. Constantemente, las protestas se presentan desde varios arcos políticos, sin demasiado rumbo más del que elevar su queja ante el imponente contexto de descomposición política. Y justamente ese el concepto: Perú es un país bajo una grave situación de descomposición política e institucional. Un país donde no importa quien asuma ni quien gobierne, los hilos siguen estando bajo las manos de los titiriteros del parlamento. 

Un tema a tener en cuenta es la situación económica de Perú. En este país, como en todas partes del mundo existe la desigualdad y la falta de redistribución de las riquezas, y puntualmente de las tierras. Sin embargo, es uno de los países con mayor estabilidad económica. Esto también puede influir, entendiendo que aquel quien puede, aunque sea mínimamente desafiar al sistema en cierto cambio o viro en la economía peruana, puede transformarse en un enemigo del establishment. De hecho, no sorprenden los lazos del empresariado, el turismo, los medios de comunicación y el poder político. 

Esta novela peruana pareciera ser que no tiene fin. Sin importar el nombre de quien gobierne y el partido político que maneje al país desde Lima, las protestas están. Sin importar la cierta estabilidad económica, las protestas están. Sin importar lo positivo que pueda tener una gestión, las protestas están. Esta huella imborrable de desasosiego social, tiene como explicación a un país con una clase dirigente que disolvió la institucionalidad y donde la democracia se transformó en un simple sustantivo. Esta situación se derramó sobre la ciudadanía, y sobre generaciones completas que ven, gobierno tras gobierno, la impunidad de la falta de estabilidad que se genera, y que provoca que la protesta sea la única arma para defenderse, en un país que terminó por pisotear la institucionalidad. Perú, la nación con el Estado ficticio y la rabia social a flor de piel.  

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