Populismo cambiario y la república aspiracional
|
Getting your Trinity Audio player ready...
|
Hay una frase que anda girando por ahí: “Con Milei al menos el dólar está tranquilo”. Y sí, es verdad: tranquilo, anestesiado, sedado y con respirador, pero tranquilo al fin. El único problema es que detrás de ese dólar que no se mueve (o se mueve lo justo para la foto) se está moviendo todo lo demás: cierran fábricas, se pierden empleos y el país sigue corriendo como hámster en la rueda… pero sin la semilla al final.
Lo que vivimos no es otra cosa que populismo cambiario, la versión libertaria del viejo truco peronista: mantener contentos a unos cuantos con la ilusión de prosperidad, mientras el resto mira desde la tribuna. Antes era el choripán, ahora es el dólar para pocos.
¿Progreso? No. Es un espejismo de aeropuerto: el país se achica, pero los free shops se llenan.
Y acá aparece la parte más divertida —o más triste, según el humor del día—: el fenómeno aspiracional. Ese delirio colectivo donde millones creen que, si pueden pagar un vuelo o comprar una notebook importada, ya están un paso más cerca de ser “ricos”.
La nueva clase media ya no aspira a tener casa, trabajo estable o vacaciones en la costa: aspira a tener una tarjeta que pase en dólares.
En Argentina, ser rico o de clase media, dejó de ser una categoría económica para convertirse en un estado mental.
Nos creemos ricos si viajamos, aunque debamos hasta el documento.
Nos creemos “en el primer mundo” si podemos traer un iPhone más barato, aunque el taller de la esquina haya cerrado porque no puede competir con China.
Mientras tanto, los verdaderos ricos, esos que no aparecen en TikTok o Instagram, ni hacen fila en Ezeiza, están ganando en serio: compran bonos a precio de remate, venden más caros, arbitran tasas, fugan capitales y se van a dormir tranquilos con la cuenta grande.
Los únicos inversores que hay hoy mayoritariamente, son los que aprovechan tasas altas en pesos para ganar intereses y luego compran dólares baratos, obteniendo ganancias rápidas sin producir nada real.
Y el resto… soñando con “invertir en dólares” desde Mercado Pago. Aspiracional nivel: querer ser el que te está estafando.
Porque esa es la gran trampa del populismo cambiario: te hace creer que estás participando del banquete, cuando en realidad estás lavando los platos.
El dólar “ficticio” se mantiene para calmar ansiedades, no para impulsar producción.
El país no gana competitividad; la pierde. Los dólares no se generan; se fugan.
Y la industria —ese bicho prehistórico que todavía da trabajo— sigue apagando las luces: más de 220.000 empleos formales menos, más de 15.000 pymes cerradas en apenas un año y medio.
Pero, “por lo menos el dólar no se disparó”.
Es la típica historia nacional: nos enamoramos del síntoma y no curamos la enfermedad.
Nos reímos del que fabrica, idolatramos al que especula, y aplaudimos al que viaja.
Mientras tanto, el país productivo muere de hambre en silencio.
Y el discurso oficial repite: “ganamos las elecciones, el rumbo es correcto, pronto vamos a ser potencia”.
Perfecto, pero una potencia que no produce nada, salvo memes, influencers y mucha deuda.
Y que encima exporta lo único que le queda competitivo: sus propios cerebros.
A este paso, el próximo unicornio argentino va a ser una app para fugar dólares con estética patriótica. Capaz que ya hay.
¿Queremos ser como Perú? Bueno, vamos camino a eso: una economía de materias primas, con elites dolarizadas y clase media con síndrome aspiracional crónico.
Nos venden el sueño de la libertad individual mientras las fábricas cierran colectivamente.
Nos venden la épica del mérito mientras el mérito real es tener dólares afuera.
Nos venden la ilusión de ser “ricos por un rato”, pero los únicos que se hacen ricos son los que escriben las reglas del juego.
El problema es que el “país aspiracional” nunca se construye, solo se imagina.
Y mientras todos corremos detrás del sueño importado, los que de verdad importan —literalmente— se llevan el botín.
Así que, sí, el dólar está tranquilo.
Pero el país no produce, la industria se desangra y el sueño de progreso se convirtió en un delirio de consumo.
Nos estamos volviendo expertos en parecer ricos mientras nos empobrecemos con estilo.
Si ganaron las elecciones —felicidades— ahora es cuando hay que ponerse el overol y enchufarse a la línea de producción, no sólo al aeropuerto.
Si se pretende “ser primero”, pues hay que fabricar, exportar, generar empleo. Si no, nos quedamos con el slogan de promesa de campaña.
Y si seguimos pensando “viajemos, compremos afuera, dólar barato para algunos” mientras la fábrica de al lado baja la persiana… bueno, al menos tendremos muchas fotos de nostalgias para Instagram, pero un país con menos motor productivo.
En Argentina, el éxito no es tener dólar para vacacionar: es tener fábricas que trabajen, gente que cobre, país que crezca.
Si no, el único “turismo” que estamos exportando es el de la fuga de divisas.
Como diría un amigo sociólogo: “Argentina no es un país pobre; es un país que se cree millonario cuando el dólar baja 10 pesos”. De tanto mirar el blue, nos olvidamos de mirarnos en el espejo.
¡¡¡Qué día que tengo señor… que día!!!!
Como siempre, de un lado de la reja esta la realidad, del otro esta la realidad. Lo único irreal es la reja. Y se nota.
